El carisma puede ser muy útil para ganar elecciones, pero no siempre para gobernar. Si recurrimos a la historia, podemos probar que presidentes de la república carismáticos, como Carlos Ibáñez del Campo, “el General de la esperanza” logró una alta votación, en 1952, y terminó sin apoyo popular al final de su gobierno; algo similar ocurrió con Eduardo Frei Montalva, y su partido democratacristiano que, de contar con más de 80% – más de la mayoría absoluta – y del 40% de votación, resultado que nunca había obtenido ningún partido político en Chile. Si nos acercamos más en el tiempo, su hijo, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, ganó con el 58% de los votos – un récord en la historia política, chilena – y terminó su gobierno con el más alto nivel de rechazo de los presidentes de la Concertación.
Normalmente, los presidentes comienzan con un gran apoyo popular y, en el transcurrir de su gobierno, el rechazo es mayor que la adhesión. El Presidente Sebastián Piñera ostentó un verdadero palmarés al tener un mínimo porcentaje de apoyo en buena parte de su gestión, y terminó, apenas con un magro 50% – a favor del millonario Piñera, podemos acotar que no ganó él, sino que perdió la Concertación -. Es cierto que a la regla de que los gobiernos cuentan con apoyo en sus primeros meses de mandato y los van perdiendo en la gestión, hay excepciones: en caso de Franklin Delano Roosevelt, en Estados Unidos – en cierta medida lo salvó el comienzo de la segunda guerra – en Chile, el de Ricardo Lagos Escobar, que tuvo un comienzo catastrófico a causa de los “sobresueldos”, y tuvo un final apoteósico, adorado por los empresarios – lo elevaron a los altares como su San Expedito -.
A Barack Obama y a Michelle Bachelet los une sendas biografías de un alto potencial simbólico: son dos líderes a nivel mundial, cuya legitimidad está basada en el carisma – para usar la terminología weberiana -, pues ambos ganaron las elecciones contra una derecha desprestigiada que, en el caso de Obama, contra los Republicanos, que habían gobernado con el presidente más tonto e ignorante en la historia de los Estados Unidos, y Michelle Bachelet, contra un gobierno desastroso – quizás, uno de los más malos en la historia de Chile – presidido por un millonario superficial y frívolo.
Barack Obama, luego de dos gobiernos sucesivos, ha satisfecho muy pocas de las esperanzas que la mayoría de los estadounidenses cifraron en él; es cierto que, después de una de las crisis más graves del capitalismo ha logrado estabilizar, en cierto grado, la economía de ese país, aun cuando aún los índices de crecimiento son bajos, sin embargo, no ha cumplido con el programa que ofreció a la ciudadanía, tanto en el primero, como en el segundo mandato: el Partido Demócrata, que tiene mayoría en el apoyo de los inmigrantes, ha comenzado a decrecer a causa del incumplimiento de las promesas de Obama respecto a las políticas migratorias – a pesar de gobernar ese país un afro-americano, el racismo y el chauvinismo sigue arraigado en Estados Unidos.
Es casi seguro que en las elecciones legislativas del 4 de noviembre Obama perderá la mayoría en el Senado y los Republicanos continuarán liderando la Cámara de Representantes y, lo más grave, es que va a perder contra un partido opositor muy desprestigiado.
El caso de Michelle Bachelet tiene algunas similitudes con el de Obama: es la única Presidenta chilena, durante el período de transición, que va a completar dos períodos en el poder – y en el siglo XX y XXI, la tercera mandataria que logra esta hazaña, después de Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez -, y en la última elección logró el 60%, con una amplia mayoría parlamentaria. En apenas ocho meses de gobierno se ha dado el lujo de perder gran parte del apoyo ciudadano, a pesar de su atractivo carismático; en la última encuesta Adimark, el rechazo predomina sobre el apoyo y, pesar de tantos abrazos y frases de buena crianza, la Nueva mayoría muestra bastantes trizaduras en su seno.
Definitivamente, el carisma es muy útil para ganar elecciones, pero es difícil mantenerlo cuando se gobierna. Los casos de Michelle Bachelet y Barack Obama son emblemáticos respecto a este tópico.
Rafael Luis Gumucio Rivas
05/11/2014