Durante más de dos décadas los diarios del duopolio han sido parte de la misma superestructura en la cual se amolda el poder político y económico. Los medios han sido los canales para la difusión del pensamiento dominante, que brota desde las cúpulas financieras y económicas articuladoras del modelo neoliberal, para fusionarse con todo el espectro político del sistema binominal. Sobre este andamiaje creado en todo el espesor y oscuridad dictatorial se apoyó la posterior transición, que durante décadas se mimetizó de forma espuria con conceptos como democracia, progreso o desarrollo. La institucionalidad legada por la dictadura se viste como consenso social, fin y destino nacional. Los medios, y por cierto el amplio abanico electoral, difundieron esta imagen como si fuera parte de la naturaleza política y cultural. Una estrategia conservadora para ocultar las distorsiones de un modelo que saltaron a las calles a partir de las movilizaciones estudiantiles de comienzos de esta década.
Desde entonces, el duopolio de medios ha cambiado su táctica. De la consolidación del modelo y la institucionalidad dictatorial durante las décadas pasadas ha pasado a la acción, expresada como omisión, distorsión, elaboración de ficción como pieza informativa y ataque directo. Pese a alterar su línea editorial a partir de 2010-2011, es desde la instalación del gobierno de la Nueva Mayoría que el enmascaramiento de ideología como si fuese información se hace más evidente. Esa fue la línea trazada para ablandar día a día la reforma tributaria, y la que hoy se aplica para la reforma educacional. Confusión, alteración de prioridades, falsos líderes, manipulación de los discursos, superposición de intereses.
Del mismo modo como El Mercurio omite el asesinato de un diputado oficialista venezolano, muy probablemente por la extrema derecha, silencia y también enreda el delito tributario del grupo Penta y el ilegal financiamiento de las campañas de la UDI. Y lo mismo hace La Tercera.
En un mundo dominado por las comunicaciones digitales es posible preguntarnos sobre la presencia de los medios impresos. Sin duda, hay un sector de la población que hace la diferencia, que es capaz de limpiar la información, pero los grandes flujos continúan describiendo aquella clásica figura denominada espiral del silencio. Los grandes periódicos destacan por su amplia base periodística y su capacidad de producción informativa, la que circula a través de otros medios como radios y televisión, hasta llegar al público que vuelve a impulsar aquella información. Si durante el siglo pasado el lector de diarios o espectador le comentaba al vecino la noticia, hoy lo hace de forma masiva a través de las redes sociales. A diferencia de la información inicial, en esta nueva etapa circula reprocesada y reinterpretada.
Hoy tenemos acceso a más fuentes de información y podemos chequear un dato por nuestra propia iniciativa. Pese a ello, los grandes periódicos se presentan como las fuentes confiables. No es lo mismo una noticia que fluye por las redes sociales que desde una de las grandes agencias de información. La confianza en la fuente es fundamental para que una información tenga también características de verdad.
Pero ¿qué sucede en el caso de nuestro duopolio, pillado en la mentira y en planes desestabilizadores? La única respuesta a esta aparente confianza, esta supuesta objetividad, es la certificación que le ha dado el establishment, las elites. No sólo las cúpulas empresariales o políticas, sino los mismos gobiernos los han validado, sometiéndose a su agenda o con apoyo financiero, entregado mediante la publicidad estatal. El poder del duopolio se basa en el poder de la ficción política. Es simplemente una réplica o una extensión del poder económico, financiero y su mano política ejercida sobre el Estado y la sociedad chilena. Como fuentes de información, son irrelevantes e innecesarios.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 815, 17 de octubre, 2014