Resulta una paradoja que Michelle Bachelet haya decidido envíar más tropas para el control de la situación en el territorio mapuche, justo mientras se celebra de la manera más triste y patética un aniversario más del triunfo del No.
La demostración palmaria que la alegría no llegó, son esos blindados que nada bueno auguran en una zona azotada por la violencia usada cómo el método predilecto del Estado para recordar a diario que los mapuche son un pueblo derrotado militarmente, y en esas condiciones es poco o nada lo que pueden exigir.
Los gobiernos de la Concertación, ahora con sus nuevas ropas que lo visten como Nueva Mayoría, no han hecho sino agudizar un conflicto que nunca ha sido enfrentado con la solvencia moral que requiere por su profundidad y complejidades históricas y proyección futura.
Los último gobiernos no han sido sino coherentes con los intereses de los clanes económicos que han asolado esas tierras sin consideración por el modo en que fueron usurpadas: por la vía de la ocupación militar que amparó a negociantes que simplemente usurparon esas tierras mediante el uso de la fuerza, leyes hechas a su amaño y el abuso más inmoral.
El Estado y sus instituciones no han querido abrirse a una compresión de mayor perspectiva. Han apostado y siguen apostando a la superioridad material de las policías y del Ejército como la vía para controlar las comunidades en lucha, y a una supuesta superioridad chilena como justificación para exigir un mayor derecho.
La lógica en que los políticos, financiados por los empresarios y poderosos como ahora se demuestra, basan sus decisiones no es muy distinta la que se impuso en el siglo diecinueve: que ese conflicto es un problema de orden público y no de carácter histórico, y que debe resolverse por la vía de la más brutal represión.
Y esa concepción queda meridianamente claro en las declaraciones del inepto tanto como ignorante Subsecretario del Interior, para quien ese conflicto se trata de una industria criminal, lo que abre paso a que una probable matanza se justifique en esos términos.
Inútiles, incapaces de gestar una idea novedosa para resolver en términos políticos una situación compleja, los nuevos poderosos, esos ministros engominados que posan de severos para congraciarse con sus ídolos con quienes cultivan amistades cívicas impúdicas, harán todo lo que esté de su parte para profundizar el enorme error que el Estado viene cometiendo.
Considerar al mapuche como un extraño que exige algo que no le corresponde es propio de quienes sólo ven plusvalía y opciones por seguir llenándose de millones. Cavernarios a los cuales no les interesan las personas, ni los valores humanos que cacarean en sus iglesias los domingos en la mañana, ni siquiera la noción de patria con la que hacen gárgaras sólo cuando significa más ganancias.
Definitivamente los administradores del Estado no son sino hombres y mujeres arribistas y soberbios, bisagras que tiene por el prepotente una admiración casi sexual.
La política por la que opta el Estado en el territorio mapuche va a terminar en una matanza. Meter más armas en una situación que requiere de soluciones políticas impulsadas por hombres y mujeres con sentidos a salvo de la atrofia que produce el dinero, no es sólo criminal sino que denota una torpeza magnifica entre quienes no son capaces de controlar su soberbia, y abdican ante los poderosos, interesados en mantener para su usufrutuo territorios robados a sus legítimos dueños.
Las soluciones que imponen los poderosos demuestran una miopía majestuosa y una ignorancia del mismo calibre. A quien se le ocurre meter más armas a una zona desde ya castigada, que recurre a todo lo que tiene a mano para hacer patente su protestas y la exigencias de sus derechos y de un trato que los considere como pueblo.
Michelle Bachelet comete un error gravísimo. Se trata del riesgo inminente de una desgracia de proporciones que puede detonar a partir de un conflicto del cual no han sabido considerar sus variables. Sólo ha entendido que esas tierras son disputadas por poderosos que con el paso del tiempo han devenido en amigos a los que parece encontrarles toda la razón.
Si ha de medirse por la forma en que el mapuche es reprimido y despreciado, lo que se vive en esas tierras no es muy distinto a lo que se espera de una dictadura, así sea que según la ocasión, la presidenta ponga caritas que conmueven