Así bautizó el profesor de Oxford y Londres Karl Polanyi la acción desregulada del mercado y su lógica, bajo el capitalismo, en un trabajo que tiene sus años y sin embargo, sigue muy vigente para entender los orígenes políticos y económicos de nuestro tiempo.
Unas de sus confirmaciones la tenemos justamente en la muy reciente aprobación del proyecto de Hidroaysén. En una economía de mercado capitalista desregulada y globalizada, no caben otras formas de organización económico/ productiva. Todo debe ser posible de convertirse en mercancía, en algo que se puede comprar o vender, sin importar demasiado las consecuencias a mediano o largo plazo. Si había algo que limitó al capitalismo liberal en los así llamados treinta gloriosos -1945 y 1973 -, fue justamente la existencia de una sociedad más fuerte que hacía sentir su voz, sea a través de organizaciones sociales y de clase, sea a través de su mediación política primordial, el propio Estado. No vamos a decir que por eso fue un capitalismo anodino y que respetó su ideario liberal. Para nada. Los sucesos del siglo XX, pero también de tiempos previos, están ahí para decirnos otra cosa. Pero al menos en lo que respecta al accionar económico, los mercados tenían ciertas limitaciones. Limitaciones que, de un modo u otro, regían para el trato con la mano de obra (trabajo), la tierra (la naturaleza), el dinero, entre otros bienes. Sin embargo, después de la mentada globalización modernizante de orientación neoliberal y la caída de los socialismos llamados reales, el capitalismo realmente existente comenzó a cambiar de figura y alcances.
Se levantan las trabas impuestas también en esos dominios. ¿Con qué finalidad? Pues, con el objeto de que variadas formas de trabajo humano, la tierra o naturaleza, o el dinero, pueda ser objeto de transacciones mercantiles. Y claro, no como antes, en que eso quedaba restringido en buena medida ad intra de las fronteras nacionales, sino que –ahora- pudiera extenderse -esa modernización mercantil-, al conjunto del globo terráqueo. Con lo cual diversos bienes públicos o sociales terminarían por caer bajo su lógica: salud, educación, pensiones, por citar algunos. Después, las mismas ciudades, los parques, las vías de tránsito; el transporte publico..; la avidez por hacer negocios y ganancias se mueve en una espiral infinita y pergeña hasta el ultimo rincón posible de ser convertido en algo para la compra-venta, para obtener ganancias. Y, no tan tarde, la misma naturaleza y lo que ella trae consigo ha sufrido el mismo vértigo. Comenzó con la tierra y lo que ella daba de si, y ha seguido con lo que hay bajo ella (cobre, petróleo, litio). Y como no, ese delirio mercantil alcanza hasta un elemento fundamental para la vida en general, y la vida humana en particular, como es el agua. Que, dicho sea de paso, es sabido se convertirá en piedra de la discordia muy prontamente. El agua es un bien público y social fundamental. Sin embargo, como la misma educación, está en gran medida ya privatizado.
Como usted sabe, una economía dicha “libre” o de mercado, no puede llegar a ser realidad sino a través de la violencia, o la represión. En Chile, como en otros lugares, nuestro modelo de economía de mercado desregulada fue producto de una imposición cívico-militar que, después, las elites concertacionistas evaluaron que no había para qué modificar más radicalmente.
Este modelo está a la base de la depredación de la naturaleza a lo largo del país, así como también, de la intervención de las ciudades y el paisaje urbano. Ahora le toca a Aysén pagar el costo del supuesto “progreso”: se ha preguntado, progreso y enriquecimiento para quiénes?.. .Sabe usted cuán concentrada sigue estando la riqueza en el país, a pesar de todos los eslóganes y lugares comunes de nuestra elite? Usted dirá, pero que importa, hoy necesitamos esto o aquello, ya mañana se verá. Sin embargo el cortoplacismo refleja la lógica mercantil: pan para hoy, ganancia para hoy, lo más rápido posible, hambre y desierto para mañana. Es decir, no hay ética de la responsabilidad. No solo eso. A quienes osan señalar limitaciones o interrogantes de este proceder, se los descalifica desde algunos medios de comunicación. Sin embargo, agudamente lo había visto Polanyi : “(… ) ninguna sociedad podrá soportar los efectos de tal sistema (…) si su sustancia humana y natural, al igual que su organización empresarial, no estuviesen protegidas contra los excesos de este molino satánico”. El caso chileno resulta único y modélico al respecto: la sociedad, la naturaleza (o medio ambiente si lo prefiere), la misma política, han terminado convirtiéndose en un accesorio del sistema económico. Tanto cacarear contra dictaduras, cuando al parecer tenemos instalada una en medio de nosotros, sólo que conducida por el mercado y el pensamiento único, que se imponen ante todo y genera destrucción de la naturaleza, impotencia y profundo malestar, a nivel global. Sapere aude¡ nos alentaba el viejo Kant: frente a estas y otras situaciones, ten el valor de servirte de tu propio entendimiento¡