Leila acudió a la pieza de sus padres a probarse el vestido de novia. Ahí la aguardaban su madre, las tías, hermanas que al verla llegar, empezaron a batir palmas. Apenas cumplió 18 años, Ghazi el profesor de su escuela, le había dicho que quería casarse con ella. Vivían en el mismo edificio y como se veían a diario, la proximidad se encargaba de urdir el amor.
Para confeccionar el vestido, la familia había apelado a la generosidad de los vecinos. Unos habían aportado la tela, otros los botones, el refajo, el tocado, las cintas negras, blancas, verdes y rojas para recogerle la cabellera de azabache. Leila se reía feliz mientras le probaban el vestido que había mantenido a las costureras, dos semanas dedicadas a confeccionarlo. Subida a un piso, se contemplaba una y otra vez al espejo, para observar si le asentaba. El día de su boda anhelaba seducir a todos, colmar de felicidad a la familia, donde era la primera en desposarse.
Aquella mañana de la boda, todo apuntaba a que la ceremonia se haría bajo el ritual de la tradición. Leila empezó a ser vestida por su madre, mientras las tías y hermanas en medio de la algazara, cantaban y agradecían a Dios por haberle dado belleza, y sobre todo, sabiduría. Leila y Ghazi irían a vivir durante un tiempo en una dependencia de la escuela, mientras buscaban un lugar definitivo. En la noche, las familias de ambos se reunían a compartir una cena de fraternidad y se felicitaban porque el destino los unía.
Desde temprano el automóvil de Yamal, primo de Ghazi, permanecía estacionado frente al edificio de los novios, mientras él vestido de negro, aguardaba al volante. Aquella mañana como nunca el cielo ofrecía la trasparencia de los días de primavera, como si estuviese invitado a la boda.
Ghazi y sus padres aparecieron en la calle. Se acomodaron en el automóvil, en tanto los vecinos aplaudían y les lanzaban bendiciones. Serían los primeros en viajar a la mezquita, y luego, Yamal regresaría a buscar a Leila y sus padres. Algunos alumnos de Ghazi se le acercaban para entregarle pequeños obsequios, que habían hecho en las clases de trabajos manuales.
Cuando el vehículo iba a iniciar la marcha y la felicidad subía a los ojos de beduino de los miembros de aquella familia, sintieron un ruido ensordecedor. Despavoridos, presenciaron cómo una bomba arrojada por un avión, caía cerca de ellos y destruía parte del edificio donde moraban. Sacudidos por la onda expansiva, apenas si lograban sobrevivir en medio de la desdicha.
En el cementerio de Gaza, al cabo de dos días sepultaban a Leila, entre otros moradores del edificio, vestida de novia.