Falleció el director del diario Fortín Mapocho, periodista Wladimir Aguilera Díaz. Su participación en el periodismo combativo entre los años 1984 y 1991 fue fundamental cuando Jorge Lavandero Illanes compró el diario fundado en 1947, que con la ayuda de tipógrafos italianos lo puso nuevamente en circulación. Fortín apareció todos los días, esta vez como diario de centroizquierda, opositor al régimen del General Pinochet, a quién se le regaló un titular histórico, cuando se repostulaba a la presidencia: !Corrió solo y llegó segundo!
Wladimir Aguilera se formó con los grandes del periodismo nacional; gente culta, estudiosa, con ideas propias, con proyección, persona muy inteligentes, sagaces; visité muchas veces su casa en Santiago, y si había algo que me encandilaba, era su biblioteca particular, compuesta por las más variadas, mejores y expertas obras sobre materias variadas, muchas de ellas piezas únicas.
Su conversación, intensa, profunda, variada; lo hacía con la sencillez de los maestros, con la sabiduría de los de antaño, con una agudeza e inteligencia que no distinguía rangos, posiciones, alturas, actitudes arrogantes ni soberbia, ya que sabía enfrentarse con armas poderosas, que desarmaban al embaucador, y que dejaban en evidencia su pasión por la verdad, y ésta, informarla. Si hoy tuviera buena salud, seguro el ex senador y empresario Francisco J. Errázuriz se acordaría de cómo lo acorraló en su campaña presidencial hace ya dos décadas o algo más.
Dos anécdotas que ni puedo dejar de mencionar, tuvieron como protagonista a Wladimir Aguilera, y las quiero compartir.
La primera, hizo una investigación respecto del comportamiento académico y estudiantil de los lideres políticos que brillaban en los años 80, incluido el Presidente de la república; para la ocasión, hurgó en archivos, obtuvo colaboración facilitándole valiosos antecedentes anónimos funcionarios y entrevistó a profesores y maestros, además de los mencionados en el reportaje que se publico luego; la cuestión es que, dirigentes como Andrés Zaldívar y Andrés Allamand, entre los que recuerdo, mostraban rendimiento académico sobresaliente, muy aceptable, con las más altas calificaciones, pero, hubo uno que no calificaba, que destiñó, y que ni siquiera se podría esperar de él que fuera presidente de un club de rayuela. Este era el general Pinochet, del cual se habían conseguido sus notas de estudiante secundario. Los rojos se destacaban sin ninguna duda, como los visitantes asiduos en sus calificaciones; además, se entrevistó a uno de sus antiguos profesores, luego ministro de defensa Nacional del Presidente Allende, don Alejandro Ríos Valdivia; el octogenario profesor contestó a la interrogación de Wladimir Aguilera que su ex alumno, a la fecha Presidente de la República, era algo menos que un porro, un pésimo alumno, de pocas luces, algo disléxico digamos, y del que no se esperaba luminosidad alguna en su vida futura.
El general Pinochet reaccionó rápidamente, primero, dando instrucciones a sus subordinados que de ahí en adelante, el diario Fortín Mapocho podía publicar notas y noticias, pero sin imágenes, y sacando de paso de circulación a la bella Margarita, monita tipo Mafalda que opinaba de la marcha del país; como si la censura anterior no fuera suficiente, ordenó la detención de su antiguo profesor Alejandro Ríos Valdivia, el cual fue beneficiado graciosamente sólo con arresto domiciliario, en atención a su avanzada edad. Una cosa kafkiana producida por realizar un reportaje de la historia académica de algunos líderes y políticos de la época. Algo surrealista, como si hubiera sido un guión perverso escrito por el creador del teatro del absurdo Eugene Ionesco.
La segunda anécdota ocurrió en su casa, en Santiago. Me contó Wladimir que hacía un tiempo había encontrado en un desván o mansarda, en la casa de sus suegros en el fundo de Malloco, un pequeño cuadro, algo empolvado, añejo, y con un motivo nada de especial. Como cosa simpática, lo limpió ligeramente y se lo llevó a su casa de Santa Victoria; allí lo colgó en el salón principal, en un rincón cercano a la puerta de salida, ubicación sin mayores pretensiones, pero que servía para llenar adecuadamente un espacio vacío.
Pasado un tiempo, invitó a unos amigos a cenar y compartir una conversación de las que se estilaba en aquél tiempo, y sorpresivamente, sin estar conversando del asunto, uno de los invitados se le acerca y le ofrece por el mentado cuadro, repito, de dimensiones pequeñas, algo así como 20×20 cms, si mal no recuerdo, una suma astronómica para la época; US$ 10 mil o US$ 12 mil dólares, algo así como 6 ó 7 millones de esta época. Wladimir rechazó cortesmente el ofrecimiento, con la simpatía natural que tenía, quedando muy intrigado. Luego de es fin de semana, tomó su cuadrito y lo llevó a expertizar. Resultado: se trataba de un cuadro de José Sorolla, español, reconocido mundialmente por sus obras de gran calidad, sitas en museos y colecciones importantes, cuadro que además, estaba catalogado y era conocido de especialistas en ese autos. Luego del episodio, el cuadro, ya muy desempolvado, muy lustrado, muy aromatizado, ocupaba un mejor sitial en casa de Wladimir y su esposa Valentina Valpuesta, transformándose en una gran atracción admirarlo algunos de los que visitábamos su casa.
Bien, este comentario lo quiero compartir con mis amigos, ya que ha partido un hombre excepcional, una persona como pocas, que de seguro deja huellas imborrables y un legado de amistad y de recuerdo eterno para quiénes tuvimos el privilegio de conocerlo y compartir en ocasiones.
ALFREDO CALVO CABEZAS