Diciembre 26, 2024

Chile y la mala educación II y último

Si bien en la nota anterior me referí a la escuela en sentido genérico, es decir a todos sus niveles, incluidas las escuelas superiores, en esta segunda nota, deseo destacar la función específica que debe desempeñar la Universidad como centro abierto a la cultura, por ende, a toda la sociedad.

Es así como el papel de la Universidad en la cultura no debe limitarse a proporcionar una concepción científica de la realidad y a cooperar en las tareas de carácter social, sino en el terreno tan importante como amplio y, por supuesto nada fácil, de los múltiples sectores de la cultura actual y venidera. Los problemas más amplios de la cultura, desde la filosofía -por desgracia cada vez menos importante en nuestro país- hasta el arte, desde la ciencia hasta la problemática social y política, desde la técnica hasta la ecología, son cada vez más trascendentales para el ser humano contemporáneo. Son trascendentales tanto en el sentido informacional (en su calidad de conocimientos sobre la realidad en que se vive), como en el sentido experimental de esa misma realidad.

 

Si la sociedad camina en el sentido correcto, es decir, hacia el desarrollo del individuo como ser humano, cabría prever que estos aspectos se incrementarán en el futuro, puesto que las personas habrán de disponer de mucho más tiempo libre y el nivel de su vida material requerirá menos esfuerzo. En estas condiciones el interés por la cultura podría desarrollarse mucho mejor que hasta ahora. Me refiero en este aspecto, a lo que los filósofos griegos llamaban skholé que significa ocio, tiempo libre y que en latín deriva en schola, es decir, escuela, estudio.

 

Claro está que esto exige crear las premisas de una nueva organización de la nueva vida, de una vida digna y, en este aspecto no cabe la menor duda, habrá que librar una dura batalla por el futuro estilo de vida en el campo de esta civilización de la abundancia depredadora. Se trata, en última instancia, de elegir entre una vida buscando la felicidad en el consumismo a ultranza, de aceptación pasiva de la llamada cultura de masas, y una vida libremente consagrada a los valores de la cultura, a la obra multifacética del ser humano, una vida donde imperen todos los valores de la cultura humana.

 

Si queremos que la vida futura sea una vida plenamente humana, es indudable que la Universidad no puede dejar de contribuir a los esfuerzos tendentes a la organización sistemática de las premisas necesarias en ese sentido. Es así que la Universidad -y esto dimana de sus mejores tradiciones- es un centro de acción creadora en relación con la vida y la cultura. En ella tienen lugar las discusiones acerca de los valores fundamentales del humanismo y sobre sus métodos de comprensión y de continuación; en la Universidad es donde la ciencia se somete a la crítica acerba y a su consecuente creatividad, con lo que puede impartir una cultura viva y reflexionada.

 

Dicho lo anterior, es necesario puntualizar que las universidades no pueden seguir siendo unos centros herméticos de enseñanza superior como lo son en la actualidad, y esto no sólo aplica para las universidades estatales y las llamadas tradicionales, sino para toda universidad que se identifique con un sentido de servicio público. En la actualidad, la mayoría de los intelectuales (ya sea de formación humanista o científica), reunidos en las universidades, sólo sirven al estudiantado y no a las diversos grupos humanos que pueden estar interesados por la problemática de la ciencia y la cultura en su nivel superior.

 

Es necesario que las universidades se conviertan en unas auténticas “escuelas abiertas”, de las que pudieran disfrutar muchas personas interesadas por su problemática y que no necesariamente pretenden la obtención de algún título o diploma.

 

De esta manera, la Universidad podrá asumir para el conjunto de la sociedad, aquella significación que tenía en el pasado para sus reducidos círculos que, es necesario aclarar, a partir de mediados del siglo pasado, se ha venido ampliando de manera considerable. Así, el doble sentido del nombre tradicional de universitas –plenitud del saber y contribución universal a su desarrollo- podrá conseguir su plena realización de acuerdo con los sueños de los grandes pedagogos que deseaban que “todos pudieran saberlo todo sobre todas las cosas”. Esta máxima, sin embargo, no se debe interpretar sino como una metáfora, como la ciencia de la estructura del mundo real y posible, como la ciencia del hombre, creador de su propia vida, como una ciencia universal. Y justamente hacia allí debe encaminarse el futuro de la Universidad en la sociedad que se aspira a construir.

 

Deseo terminar con un párrafo del discurso que el ex presidente Salvador Allende pronunciara con motivo de la inauguración del año escolar, realizado el 25 de julio de 1971, que sintetiza claramente lo que aquí se ha expuesto :

 

Hoy, las universidades de la patria se anticiparon en la inquietud de los sectores populares, tienen conciencia de que no pueden haber universidades amorfas, universidades al margen del proceso social, tienen que ser y serán, universidades comprometidas con los problemas del pueblo y con los cambios estructurales que el pueblo reclama; universidades cuyas experiencias científicas y cuyos avances tecnológicos tienen que estar íntimamente vinculados a los procesos del desarrollo nacional en los campos regionales a lo largo de toda nuestra patria.

Chile y la mala educación I

 

 

 

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *