Noviembre 25, 2024

Orlando Lizama, un chileno que desafió las cartas del destino

San Francisco.- Criado en construcciones improvisadas del Santiago más marginal, Orlando Lizama no se convirtió en delincuente, como presagiaban sus vecinas, sino en testigo de la historia reciente de las Américas, que documentó como corresponsal extranjero desde distintos países del continente.

“Fui un niño harapiento que creció en un conventillo de la zona norte de Santiago. Años después deslicé mis pies por los salones de la Casa Blanca, donde asistí a conferencias de prensa con el presidente de Estados Unidos”, relata el periodista, de 71 años, en su libro autobiográfico “Mi camino”, publicado recientemente.

 

En aquellos años lejanos de su niñez, las vecinas del barrio vaticinaban que, “con el correr del tiempo”, sus travesuras se convertirían en actos criminales e iría a la cárcel.

 

Lizama desafió esos vaticinios y se labró una carrera como corresponsal extranjero.

 

Su recorrido periodístico empezó “desde muy abajo”, como repartidor de noticias de la agencia de noticias Reuters en Santiago, continuó como corresponsal en Buenos Aires, Ciudad de México y Caracas en momentos de golpes de estado, guerras sucias y gran tensión en la región, y finalizó en la delegación de la Agencia EFE en Washington.

 

Retirado ya de los avatares periodísticos, confía en que su historia de superación, “una de tantas”, inspire a los jóvenes menos afortunados de su Chile natal y los lleve a creer en un futuro mejor y en el poder transformador de la educación, asunto prioritario, por lo demás, en el actual gobierno de la presidenta Michelle Bachelet.

 

“A mí me gustaría que el libro estuviera al alcance de la mayor cantidad de gente joven en Chile. Pedir que esté al alcance de jóvenes de otros países sería demasiado, pero por lo menos sí en Chile”, explicó Lizama en entrevista con Efe.

 

La obra autobiográfica detalla una infancia de pobreza en la que escaseaba la comida y el agua inundaba las viviendas a medio terminar construidas por un padre alcohólico.

 

Aun así, Lizama insiste en que, inconsciente de su pobreza, fue un niño despreocupado y feliz, rodeado de amigos, tardes de fútbol, billares y cine en el Teatro Valencia, donde él y sus amigos eran capaces de ver tres películas mexicanas de un tirón en las butacas rotas reservadas para los estratos más bajos del Chile de entonces.

 

“Mi camino” está lleno también de anécdotas periodísticas, como la que tuvo lugar en noviembre de 1968 durante la visita de la Reina Isabel II a Chile, cuando, en uno de los actos, se vio sorprendido entre los funcionarios que hicieron fila para ser presentados a la reina.

 

“Me tocó el turno y el Director de Protocolo me miró con los ojos redondos, mudo. Por suerte, atinó a ver mi acreditación sobre la solapa… ‘periodista Lizama’, dijo después de unos segundos”, recuerda el escritor, quien tomó la mano enguantada de la reina y le preguntó, con su mejor acento británico, “How do you do Madam?”.

 

Su conocimiento del inglés fue, de hecho, el que le abriría las puertas a un futuro mejor. Lo aprendió gracias a una de las muchas manos amigas que se encontró en su camino, la de “la señorita” María Díaz, una profesora de primaria que lo animó a pedir trabajo en Reuters, allá por 1953.

 

Lizama tenía sólo diez años y comenzó a trabajar como repartidor de la agencia, ubicada en las oficinas del diario el Mercurio.

 

Las noticias se recibían en código Morse y en inglés y él las distribuía a las radioemisoras del centro de Santiago después de hacer varias copias en papel carbón de las traducciones al español.

Allí trabajaba un señor de origen canadiense que decía ser pariente muy lejano de Lizama. El y su familia, su madre y dos hermanas, le pagaron un primer año de educación secundaria en una escuela inglesa y le dieron clases particulares de inglés y francés.

 

“No me daba cuenta de que aquellas cuatro personas, casi ancianas, fueron las que dieron forma a mi vida”, recuerda el autor.

 

Crucial también resultó el encuentro fortuito, cuando se preparaba para ser profesor de inglés, con un corresponsal alemán, que le hizo pensar lo bueno que sería ser periodista, viajar, hablar muchos idiomas, alojarse en los mejores hoteles.

 

Poco después volvería a entrar en las mismas oficinas de El Mercurio en las que trabajó de niño. Allí lo esperaba don Paco Quintana, un español que había salido huyendo de la Guerra Civil en su país y su gran maestro.

 

“En este trabajo no caben los compromisos políticos. Nada de adjetivos, exageraciones, cuenta las cosas como son y deja que los hechos hablen por sí solos”, le decía don Paco al joven Lizama.

 

De sus muchas experiencias periodísticas destaca la cobertura informativa de la visita de Fidel Castro a Chile en noviembre de 1971, un acontecimiento histórico no solo para Chile y su balbuceante socialismo, sino para todo el continente.

 

“Seguir al cubano incansable, primero por el norte de Chile y después por el sur, fue una tarea de titanes”, dice el autor.

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *