¡Cuántas veces hemos escuchado, en los últimos años, que la pobreza irá eliminándose en la medida en que nos desarrollemos como país!
La esperanza que se vende es “en X años más seremos un país desarrollado” o “nuestra política económica tiende al desarrollo, para llegar a ser…”
¡Cuánta tinta y verbo se ha gastado para afirmar que sólo el desarrollo terminará con nuestras lacras como sociedad y economía!
¡Hasta se ha llegado a argumentar que la característica monopólica y concentradora de nuestro capitalismo es propia del desarrollo “mediano” y que ya veremos en el “pleno desarrollo” como en él rigen las reglas de la competencia y de la equidad”.
Según la CIA (CIA World Factbook, en Internet) y otros organismos e instituciones del establishment, en EEUU hay más de 45 millones de pobres y 13 millones de desempleados, medidos como los EEUU miden la pobreza, y en Europa hay, según Caritas (Organización de la Iglesia Católica) unos 80 millones de pobres. Según informes del Ministerio de Bienestar de Japón, el país del capitalismo desarrollado asiático, 6 de cada 100 japoneses vive bajo su línea de la pobreza.
Por cierto que la pobreza en países de Europa Occidental y Chile tiene características algo diferentes, como también hay diferencias entre un pobre de Chile y uno de Haití, pero en todos ellos se mantiene el fenómeno que así se califica, y que en todos lados se “siente”.
Porcentajes de pobreza en algunos países desarrollados (en Chile es del orden del 15 por ciento y debe subir con métodos actuales):
Alemania: 15,5; Austria: 5,9; Bélgica: 15,2; Canadá: 10,8; Corea del Sur: 15; España: 21,1; EEUU: 15,1 (En Nueva York: 21,3); Francia: 7,8; Irlanda: 7; Israel: 21,6; Japón: 6; Países Bajos: 10,5; Reino Unido: 14; Rusia 15,8 (la coloco aquí por su importancia histórica y actual): Suiza: 6,9.
¡Países “desarrollados”!
En ellos campea el poder de las mafias, algunas de las cuales controlan buena parte de la economía, importantes bienes turísticos y hasta famosos puertos, el tráfico de droga y de personas con la secuela de la prostitución, el trabajo forzado, la adopción ilegal y hasta la extracción de órganos.
Persiste en ellos las diferencias de clases, la marginalidad del poder, y lo que se llamó en los siglos XIX y XX, sin eufemismos, “la explotación del hombre por el hombre”.
La ciudadanía (el sector de la sociedad que tiene el derecho de elegir sus representantes en el aparato estatal), a pesar de sus avances, está subordinada aún (como se probó por ejemplo en el Caso Griego y se prueba en el Caso Español)) al poder del capital financiero internacional y al complejo comunicacional, económico y militar supra estados nacionales.
Queda mucho paño por cortar, mucho más que en los tiempos de Lenin, Mao, Fidel y Ho Chi Minh. Y de Allende.
Las reformas propuestas en la última campaña de Michelle Bachelet, y llevadas adelante ahora, no son para nada exageradas ni desmesuradas (como lo manifiestan reiteradamente desde “el centro” actual). Nos queda un largo y difícil camino que, junto al desarrollo económico validado por todos los sectores, deberá afrontar el de las duras inequidades, que siguen persistiendo (como algo inherente a él) en el capitalismo desarrollado.
Hay que debilitar, por cierto, el ultrismo de izquierda, pero también hay que cuestionar “el frenismo de centro” que parece haber olvidado los grandes fundamentos de sus propias doctrinas e ideologías.