En la monarquía chilena el carácter de la reina o del rey juega un rol fundamental en el manejo de su gabinete: los hay, como Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que prácticamente permanecía en silencio durante los consejos de gabinete y, aparentemente, cada ministro obraba a su manera, pero tras bambalinas siempre estaba alerta la famosa troika que decidía la política del gobierno; Frei Ruiz-Tagle de callado, de repente asomaba con un sorpresivo zarpazo – pregúntenle a Sergio Molina, a Víctor Rebolledo y a Germán Correa -.
Michelle Bachelet tiene una manera muy sui generis de gobernar: aparece poco en los medios de comunicación y sus pocas intervenciones son muy calculadas, casi todas ellas destinadas a seducir con sus encantos y carisma a un pueblo que, sin límites, se rinde a sus pies. Sus cantos de sirena, como la famosa Circe de la Odisea, si no te tapas los oídos, seguro que te van a encantar y, seguramente, te transportarán al naufragio.
La Presidenta es tan genial que todas las embarradas, que son numerosas, las pagan los ministros: en el TranSantiago, en su primer gobierno, Sergio Espejo, en ese entonces ministro de Transporte; en la actualidad, al parecer, el “pato de la boda” es Nicolás Eyzaguirre, pues Rodrigo Peñailillo es intocable, pues es el niño adorado por su mamá.
Nadie puede ser tan buen ministro de Educación, en la actual coyuntura, que Nicolás Eyzaguirre: forma parte de los “caballeros de Chile”, tiene un apellide vasco, que suena muy bien; es hijo de la gran actriz Delfina Guzmán; pertenece a la izquierda aristocrática que apoyó a la Unidad Popular – sin la cual jamás hubiera ganado Salvador Allende, pues todas las revoluciones en el mundo han sido dirigidas por aristócratas – además, fue factótum económico durante el gobierno de Ricardo Lagos, antecedente que no habla muy bien en su favor.
En este país de “cartuchos”, de beatos hipócritas y, sobre todo, de una clase media aspiracional cada día más tonta, cuyo único fin es comprar, comprar y más comprar para enriquecer a los mercaderes dueños de Chile, sólo los aristócratas tienen valor de decir lo que sienten y piensen sin tapujos. Esto es propio del lenguaje siútico que se emplea, a veces, hasta en los medios de comunicación, porque se trata de hablar sin decir nada y sin ofender a nadie, por muy canalla que sea el personaje al cual se está refiriendo el periodista o el entrevistado, como si el arquetipo fuera el españolado Amaro Gómez-Pablos.
Como Eyzaguirre es aristócrata, en consecuencia, muy seguro de sí mismo, expresa ideas que otros no se atreven a pronunciar directamente, menos a través de los adocenados medios de comunicación. Por ejemplo, que sus compañeros de curso del colegio Verbo Divino están protegidos por su dinero y origen familiar, por consiguiente, hasta el más tonto de ellos se salva gracias a sus relaciones sociales; esta es una verdad del porte de un buey, lo mismo que una carrera por la vida siempre ganan los que tienen patines por sobre los que van a pie. Por desgracia, el ministro termina desmintiendo aquello que es la pura verdad, pero ofende a miles de canallas que pululan en esta tierra feliz del Edén.
Ocupar el cargo de ministro de Educación no sólo es bailar con la fea, sino que también se agarra una sífilis de la madona, pues hay muchos intereses creados que es preciso atacar. En consecuencia, por su valor Nicolás Eyzaguirre merece el reconocimiento de los ciudadanos.
Rafael Luis Gumucio Rivas
24/07/2014