Nunca lloro. Aún en los momentos más dramáticos de mi vida no puedo producir ni una lágrima. Sin embargo, hay situaciones, películas y canciones que me hacen extraer sollozos a raudales desde los más recónditos lugares de mi cuerpo. En el exilio no podía cantar la Canción Nacional. Con amigos, menos pudorosos que yo, cantar La Internacional, me lleva casi al paroxismo. Se imaginarán, entonces, lo que para mí significa cantar las canciones de la Revolución Sandinista, en un 19 de julio. Fecha de 1979 en que los nicaragüenses finalmente expulsaban a la Dictadura Somocista de su Patria. Como Sandino había expulsado al yanqui invasor en 1934.
Vivirás Monimbó,
Llama pura del pueblo
Oigo tu corazón,
Atabal guerrillero
Donde el indio cayó
Floreció el granadillo
Para hacer las marimbas
Que toquen los sones de liberación.
Los rubios conquistadores
Que vinieron de otras tierras
Supieron de tu bravura
De tu heroica resistencia
Chocó la espada invasora,
Con la macana de piedra
y de esa chispa rebelde
Nicaragua despertó.
Cantar “Vivirás Monimbó” con aquellos que junto a los habitantes de Monimbó marcharon a tomar Managua. Esa comunidad indígena aledaña a la capital, famosa por su temple aguerrido y valiente. Cantar con los que estuvieron dispuestos a dar su vida por el triunfo, no sólo en Nicaragua, sino en todas las partes del mundo donde hubiese una injusticia.
Cantar con los mismos que ahora escuchaban al Hasbún de los nicaragüenses, al Cura de la Contrarrevolución, el señor Obando y Bravo, hablando de Dios, Patria y Familia, antes de fundirse en estrecho abrazo con el líder Sandinista, Daniel Ortega.
Imposible permanecer indiferente al cantar con estos amigos, ver sus caras, sentir las huellas de los últimos 50 años de los que pertenecemos a la generación de los 60. Los que creíamos que todo sería fácil, que sólo bastaba que nos insurreccionáramos para tomar el poder, estatizar los medios de producción y comenzar a gozar de una sociedad sin clases donde nunca más el hombre fuera explotado por el hombre. Sólo bastaba que, los que teníamos sólo nuestras cadenas para perder, nos pusiéramos de acuerdo.
Imposible no ver, al mirarlos y mirarme, las distintas formas, desde diversos lugares de la tierra, en que nos las arreglamos para sobrevivir a la soledad de los sueños perdidos y a los fracasos acumulados.
Algunos se han arrepentido y no han podido dejar el poder. A cambio de ello bailan al son de las familias que aparecen en los records de Forbes como las más ricas del mundo. Otros insisten, con lenguaje antiguo, en proyectos que entregan paliativos a los más pobres, pero donde jamás se logra ni siquiera llegar a las bases mínimas del Estado de Bienestar contra el cual partimos protestando.
Muchos se han aburrido y los ha dominado el escepticismo. Unos pocos persisten en luchar por pequeños triunfos pensando en que cada derecho logrado es útil, aún dentro de esta economía canalla. Soy de las que me consumo en el remordimiento por haber contribuido a crear este tipo de sociedad y a cada minuto calculo a cuántos dañé por haber elegido este camino.
Pero, desde donde sea y como sea, todos seguimos vendiendo a los dueños del mundo nuestro cobre, pescado, soya, petróleo, árboles y mano de obra barata o esclava. Ellos nos mandan malls, supermercados y créditos a tasas usureras, nos corrompen incitándonos a obtener dinero fácil y nos venden a altos precios su propiedad intelectual.
Porque los grandes son los que piensan, a nosotros no nos tienen para pensar. Es por eso que, en nuestros países, sólo unos pocos necesitan una educación de calidad. La necesitan algunos de los que manejan los Gobiernos y las cúpulas empresariales, el resto constituimos mano de obra desechable, intercambiable y polifuncional.
A pesar de todo, al cantarle a Monimbó, comprobaba una vez más que la mayor parte de los veteranos de los 60, mantenemos viva la voluntad, porque al mirar a los jóvenes que también ya empiezan a despertar y abren un nuevo ciclo de lucha, reafirmamos la certeza de que, más temprano que tarde, Monimbó Vivirá y que todos volveremos a cantar, pero esta vez sin llorar.
Vivirás Monimbó,
Llama pura del pueblo
Oigo tu corazón,
Atabal guerrillero
Donde el indio cayó
Floreció el granadillo
Para hacer las marimbas
Que toquen los sones de liberación.