Entre tanto presidente de la república mediocre y servidor de los dueños de Chile, al menos destacan, a través de la historia, tres gigantes: José Manuel Balmaceda, Pedro Aguirre Cerda y Salvador Allende – dos de ellos se suicidaron, Balmaceda y Allende, y Pedro Aguirre Cerda murió durante su mandato, asediado por dirigentes de su propio partido, el Radical -. Estos tres líderes despertaron la ira de las castas plutocráticas, pues se atrevieron a promover el cambio; así, Balmaceda combatió los intereses británicos en el salitre, un verdadero enclave, dominado por John Thomas North y la Casa Gibb; Pedro Aguirre Cerda, con la extensión de La educación a sectores populares, en que primaba el lema “gobernar es educar”; Salvador Allende, con “la revolución dentro de los causes democráticos”.
Creer que puede haber consenso y acuerdo entre los dueños de Chile y la gran mayoría de los ciudadanos que vive en la pobreza y, no pocos en la miseria, es una verdadera ingenuidad, que sólo cabe en la mente de los presidentes traidores a su pueblo y a sus promesas, como ocurrió con los que gobernaron durante la época de la Concertación, pues siempre había una explicación para no realizar los cambios necesarios para el progreso del país: en primer lugar, el miedo a un nuevo levantamiento militar, que se justificaba con una frase tan minimalista, como por ejemplo, “la justicia en la medida de lo posible”, que termina por convertirse en una monstruosa injusticia para las víctimas de la dictadura – considérese que el informe Rettig no mencionó ningún nombre de los torturadores -; en la actualidad, cuando nuevamente Michelle Bachelet pacta con la derecha, a fin de lograr acuerdo para la aprobación de la reforma tributaria, la Presidenta y su clique vuelven a hacer aparecer los viejos miedos – si no pactamos, la derecha recurrirá al Tribunal Constitucional, un poder fáctico, instituido por Eduardo Frei Montalva y, luego, transformado en dictatorial por Augusto Pinochet, y mantenido, con una mano tenue de pintura, por el Presidente Ricardo Lagos, en 2005 -.
Salvador Allende era de una pasta muy distinta a de los payasos socialistas transaccionales que nos han gobernado en este último tiempo: sin ningún temor y con profunda convicción, lanzó la ley de nacionalización del cobre y de los demás minerales que estaban en poder de los extranjeros; su predecesor, Eduardo Frei Montalva, había logrado la aprobación de la chilenización del cobre, por la cual el Estado tenía un porcentaje de las grandes compañías explotadoras del cobre. Muchos democratacristianos, entre ellos Radomiro Tomic – sabemos, uno de los grandes defensores del cobre – criticó, con mucha razón, la gestión de Javier Lagarrigue, en extremo favorable a los intereses de las grandes compañías norteamericanas, explotadoras del cobre – la Anaconda Copper, la Kennecott Corporation, las principales -.
La ley de nacionalización del cobre se dio luego de un consenso positivo que, pienso, no se dará nunca más en la historia de Chile: hubo un acuerdo de todos los partidos políticos, incluida la derecha y de la mayoría de los ciudadanos de que el cobre – en ese tiempo se denominaba “el sueldo de Chile” – como bien de todos los chilenos, debería ser explotado por una empresa estatal – en la actualidad, CODELCO -.
Hoy, a consecuencia de la regresión pinochetista, CODELCO sólo tiene tercio del cobre que se exporta al extranjero, y las empresas foráneas, prácticamente, no pagan impuestos, y el royalty que se les cobra es, francamente, irrisorio si se compara con las enormes utilidades que obtienen, gracias al alto precio del cobre que, en pocos años, ha subido de 0,80 de dólar a USD 3 y, a veces, ha rozado los USD 4. El Presidente socialista, Ricardo Lagos, tan diferente desde el punto de vista moral de Allende, aprobó invariabilidad tributaria para estos vampiros extranjeros que se llevan las riquezas del suelo chileno, dejándonos solamente hoyos en el desierto.
En la actual reforma tributaria no se toca a la gran minería del cobre, que seguirá explotando sin piedad nuestra tierra y pagando bajos tributos. Baste que baje la economía china o caiga en recesión para que estos despiadados “capitales golondrinas” huyan del país y nos dejen en la inopia.
Al lado de Allende, los socialistas actuales son unos verdaderos enanos morales.
Rafael Luis Gumucio Rivas
17/07/2014