Radomiro Tomic era un verdadero estadista y un eximio orador – nada que ver con los polichinelas de los dirigentes democratacristianos actuales que, moralmente, pesan menos que un paquete de cabritas -. Tomic funcionaba sobre la base de la ética de la convicción y no del oportunismo y de la frivolidad de que hace gala la clique de los Walker, los Martínez Alvear, y otros tantos.
A través de su historia, la Democracia Cristiana ha tenido dos almas: la que mira hacia la derecha y la que lo hace hacia la izquierda, y Tomic, consecuentemente, perteneció a este último sector –. Por eso siempre decía, “sin Unidad Popular no hay candidatura Tomic”, (a este político le encantaba hablar en tercera persona). Hubiese sido por el sectarismo de la izquierda, por ejemplo, la frase emitida por Luis Corvalán “con Tomic ni a misa” o el predominio del mesianismo democratacristiano, lo cierto es que Tomic terminó desmintiendo, en la práctica, la expresión de que sin Unidad Popular no hay candidatura Tomic, y se dio su candidatura, exclusivamente apoyado por la Democracia Cristiana, pues la UP apoyó a Salvador Allende.
No siempre los consensos son negativos; Bárbara Figueroa – presidenta de CUT – nos recordaba uno muy positivo: el que permitió la unidad de todos los partidos políticos para apoyar la nacionalización del cobre durante el gobierno de Salvador Allende; otro ejemplo de acuerdo positivo dice referencia con los famosos Frentes Populares, llevados a la práctica, aunque de diferente manera, en Francia, España y Chile. Cómo no va a ser positivo el hecho de que los partidos comunistas abandonaran las tesis sectarias de la lucha de clase contra clase y se abriera, así, a la alianza con los partidos socialdemócratas y los demócratas burgueses para combatir unidos el fascismo.
Hay otros acuerdos un poco más discutibles, por ejemplo, el de La Moncloa, en España, por el cual socialistas y comunistas abandonaron su adhesión a la república en pro de una avance democrático, además de un parlamentarismo que, hasta el día de hoy, se revela bastante ineficiente – nunca había habido tanta corrupción en la democracia española que durante el gobierno del Partido Popular -; es evidente que la famosa Constitución de 1978 ya luce obsoleta, al igual que la monarquía – es ridículo constatar el extremo monarquismo de los hijos de Pablo Iglesias.
En el caso de la Concertación, la famosa democracia de los acuerdos fue una faramalla engañosa, a fin de mantener frenados los movimientos sociales ante el miedo de la venida de una nueva dictadura. En el fondo, los únicos que han mandado a raíz de la democracia de los acuerdos han sido los partidos políticos de derecha: la UDI ha tenido un poder de veto, que lo ha implementado ante cualquier intento de cambio. Con el correr del tiempo, he llegado al convencimiento de que la Concertación estaba muy feliz en la cancha asignada por Jaime Guzmán, Enrique Ortúzar y Augusto Pinochet. Las famosas trampas que describe el abogado constitucionalista Fernando Atria eran extraordinariamente cómodas para los intereses de la Concertación.
Este nuevo acuerdo Nueva Mayoría-Alianza, entre gallos y media noche, con té y besos, no nos servirá sino para probar, en la práctica, la famosa e inteligente frase de Radomiro Tomic: “cuando se pacta con la derecha, la derecha es la que gana”. En el caso de la reforma tributaria es aún más ridículo el consenso, pues contaban con mayoría en ambas Cámaras. En el fondo, los nuevos ricos son peores que los de antaño – como el capataz es mucho más cruel que el mismo patrón.
Rafael Luis Gumucio Rivas
15/07/2014