En el partido de futbol entre Chile y Brasil, muchos de los pronósticos de los fatalistas no se cumplieron, pues no hubo un árbitro “saquero”. Por el contrario, el juez del encuentro no pudo ser más ecuánime y equilibrado y las teorías “conspirativas” de la FIFA tampoco se ajustaron a lo que vimos en la cancha. La profecía autocumplida de que Chile iba a salir derrotado por el gigante brasilero – que siempre nos había ganado – sólo se cumplió a medias por un maldito palo atravesado.
Es cierto que Chile jugó mejor que su rival y, por lo tanto, merecía el triunfo, pero en la historia, como en la política, no siempre gana “el más mejor” – es sabido, desde tiempos inmemoriales que, a veces, triunfa el más peor -.
En todos los aspectos de la vida hay que tener una dosis de suerte para vencer en las luchas cotidianas. Los chilenos nos caracterizamos por un culto a las derrotas y, ante ellas, tenemos triunfos morales; tuvo mucho valor el técnico Jorge Sampaoli al decir, en su última conferencia de prensa, que este tipo de justificaciones no tienen asidero.
Nuestro grandes héroes fueron derrotados: José Miguel Carrera, fusilado en Mendoza; Arturo Prat, caído en Iquique, cuya epopeya se convierte en la llave del triunfo chileno en la guerra del Pacífico,; José Manuel Balmaceda, se suicida en la legación argentina en Chile, y que posteriormente, se convierte en un mito popular; Salvador Allende, que muere en La Moneda luchando por la democracia.
Al parecer, esta racha de héroes derrotados que, posteriormente se convierten en grandes pilares de nuestra historia, podría estarse quebrando con la actuación de esta selección nacional de futbol – guardando las debidas proporciones respecto a los mártires de la patria -, de la cual nadie discute, incluso la prensa mundial especializada en deportes, reconoce que la selección chilena es una de las mejores, sobre todo por esfuerzo, el coraje, el compromiso y la garra que demuestran jugadores y cuerpo técnico.
En historia, “el podría haber sido” no cuenta para nada, pues lo que importa es lo que verdaderamente sucedió; nada ganamos con retrotraernos al momento en que el balón de Pinilla dio en el palo del arco, en el minuto 120, o, cuando en el último penal se repitió la misma escena, pues perdimos y ante esta realidad no hay vuelta atrás.
El 28 de este mes se recuerda el asesinato del heredero del trono austro-húngaro, Francisco Fernando y de su esposa Sofía, hecho que da inicio a la Primera Guerra Mundial, en que fallecieron más de nueve millones de seres humanos – la población de Londres en esa época y más de la mitad de la población actual de Chile -. Nunca se dieron circunstancias más aciagas en ese día, 28 de junio de 1914: al archiduque de Austria le habían recomendado que no viajara a Sarajevo en vista del peligro de magnicidio en manos de la Mano Negra – organización Nacionalista eslava que propiciaba la independencia de Serbia -. Normalmente, el heredero del imperio austrio-húngaro no viajaba junto a su esposa, pero en esta ocasión, desgraciadamente, por un error de su chofer en el recorrido, se encontró frente a frente con su asesino, Gavrilo Princip, nacionalista serbio-bosnio y, además radical, que les disparó, hiriéndolos de muerte, que luego se produjo inexorablemente. Por cierto que estos hechos históricos no son comparables, en su trascendencia, con un partido de fútbol, que sólo es un juego, sin embargo, prueban que los momentos casuales y mala suerte juegan un papel importante en el devenir de la vida.
Rafael Luis Gumucio Rivas
29/06/2014