A inicios de junio la prensa nacional informaba que el 95 por ciento del territorio habitado de Chile cuenta con Internet, cobertura que en un par de años llegará al 98 por ciento. Otras cifras ubican a Chile como el segundo país latinoamericano con mejor conexión a Internet (el primero es Uruguay), en tanto datos de la Subtel de 2012 señalan que más del 40 por ciento de la población cuenta con acceso a la red, sea ésta por red WiFi o telefonía móvil. En números absolutos, casi cinco millones de personas usan Internet.
Otros estudios hilan más fino. Un informe del estadounidense Pew Research Center, publicado en febrero, ubica a Chile como uno de los países que hacen un uso intensivo de Internet: un 66 por ciento de los usuarios dice conectarse todos los días y un 79 por ciento ingresa con frecuencia a las redes sociales. Hilando aún más fino, un 96 por ciento dice ingresar a las redes sociales para mantener contacto con amigos, un 76 por ciento para compartir opiniones sobre cine y música, en tanto un 38 por ciento lo hace para debatir sobre política. Si éste es un sondeo que abarca a toda la población, entre los grupos más jóvenes el uso de Internet, y en especial de las redes sociales, tiene una cobertura total.
Sobre las cifras de la Subtel podemos inferir que un millón y medio comparte opiniones políticas a través de Internet. Si comparamos esa cifra con las personas que buscan la información política en los medios de comunicación de masas tradicionales, probablemente no es un número relevante, pero sí lo es por su interrelación. Con todos los matices y tendencias posibles, la red es usada por más de un millón de personas como un espacio donde ejercer su derecho a la libre expresión.
Internet y las redes sociales han reemplazado el espacio público, como las plazas, terrazas, bares y otros lugares de reunión. Es el área de la comunicación, la aldea global de MacLuhan, un espacio vital, un área en la cual se ejercen derechos fundamentales, como es la libre expresión y comunicación. Para las nuevas generaciones, y no sólo para aquéllas, perder este espacio es una sensible pérdida de libertades básicas.
Este espacio está en riesgo, tanto como lo está la ciudad como lugar de libre expresión ciudadana. Las revelaciones que ha hecho el exfuncionario de la NSA (National Security Agency) Edward Snowden apuntan a las operaciones de esta agencia estadounidense para recabar información sobre los usuarios de Internet y teléfonos móviles con el fin de ejercer un control político. El mayor espacio de libre interacción, que es Internet, está, según el ex agente, bajo una grave amenaza. Glenn Greenwald, el periodista de The Guardian a quien Snowden confió la divulgación de los documentos filtrados de la NSA, se pregunta en Snowden: Sin un lugar donde esconderse (Ediciones B) si será la era digital el preludio de la liberación individual y de las libertades políticas que sólo Internet ha sido capaz de promover, o si dará origen a un sistema de control y seguimiento omnipresente que superará los sueños de los peores tiranos del pasado.
Una distopia como la orwelliana 1984 es perfectamente posible con la apropiación por parte de los gobiernos y sistemas de seguridad de las tecnologías de la información. La larga y detallada descripción de las acciones de la NSA que muestran los documentos filtrados, como las presiones sobre empresas de Internet y telefonía para obtener información de millones de usuarios en todo el mundo, convierten en una realidad en plena consolidación las peores pesadillas de ciencia ficción.
Las comunicaciones de los ciudadanos de todo el mundo están interceptadas porque todos somos sospechosos de ser potenciales rebeldes. Las redes sociales, así como la telefonía móvil, no nos garantizan ninguna privacidad en cuanto cada palabra escrita o hablada queda registrada. Ante esta realidad destapada por Snowden -hoy el criminal número uno para los organismos de seguridad estadounidenses-, solo tenemos una alternativa, que es la sugerida por el ex agente: defender el uso libre de Internet como un derecho humano básico.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 806, 13 de junio, 2014