Numerosos medios de comunicación reproducen un informe de la OCDE, del cual nuestro país luce como orgulloso miembro, en el cual se demuestra que Chile es el miembro con mayor brecha entre el 10 % más rico y el 10 % más pobre.
¿Qué fenómenos concurren para que en el mundo en el cual descollamos en el fútbol, también lo hagamos en una medida que debería avergonzar tanto a los que lo han permitido, como a los que no han sido capaces de evitarlo?
¿Y qué tiene que ver esta reflexión respecto del debate que se abre con la opinión de Alejandro Lavquén, cuya columna “La izquierda sin el PC” ha ameritado una respuesta cuyo título es “La izquierda, ¿sin el PC?”
Todo.
Si se ha impuesto una cultura en que lo válido es el lucro en todo lo que se pueda ver, es porque hubo una tiranía que implementó un tipo de economía que modificó la estructura del país en diecisiete años. Pero la segunda condición para que esa cultura haya florecido con el esplendor que le conocemos y haya creado una casta de ganadores inalcanzables, en los cuales se mezclan trajes Armani, con uniformes de camuflaje y birretas rojas, es que no haya quienes lo permitieron por omisión o incapacidad.
La Concertación fue la condición necesaria para que el legado de la dictadura tuviera la transcendencia ignominiosa que tuvo. Lo que se pueda ver en un giro de trescientos sesenta grados, proviene de ahí, de esa mezcla tan oprobiosa, cuyo olor lo ha permeado todo.
Pero la otra arista responsable de la entronización de la cultura del dinero, lo define la izquierda sonámbula, anómica, anémica, ególatra, asentada en un pasado efímero que no dejó mucho, y descolgada de lo que pasa en el mundo como si esto no fuera de la gravedad que es.
La izquierda, esa magnitud sin definición que se expresa en esporas mínimas y sin derrotero, se quedó atrapada en un pasado de relumbres artesanales, y una utopía que lejos de lo que se piensa como motor del que camina, obvia lo que está al alcance de los pies y hace tropezar.
Eso del mundo que viene es tan irresponsable como ese mundo que ya pasó. La gente de carne, huesos y necesidades emergentes hoy mismo, no cree en utopías colgadas de un horizonte que no le resuelve nada.
He ahí la base de la irresponsabilidad del optimista: como la utopía es inevitable, aquí la espero. Y la realidad, la cruda y conchesumadre realidad, es muy distinta.
Así, entre soñadores de un futuro que no será y nostálgicos de un pasado que no fue ni tanto, se desprende este presente que acogota, que aturde, que desprecia, explota y mata.
Y en este presente hemos estado anclados por muchos años en el ejercicio mayor de la estupidez: repetir aquello que ha fracasado innumerables veces con la esperanza sorda de que ahora sí.
Y, ahora viene la inflexión, quien hizo algo distinto para torcer el destino de perdedores eternos, fue precisamente el PC.
Y los resultados, desde el estricto punto de vista de la ganancia política bruta, han sido espectaculares: diputados, ministra, Seremías, asesorías, y, por sobre todo, el convencimiento en la presidenta y su círculo más íntimo, que será el PC el que nunca dejará de cumplir su palabra de ser leales con el proyecto llamado Nueva Mayoría.
Ya se han visto atisbos de autonomía en partidos y personajes que se supondrían del mismo útero histórico-político de la presidenta, haciendo muecas en la fila, molestando a sus compañeros, y haciendo de payasos del curso. Mientras, la militancia PC da demostraciones de una disciplina propia de partisanos, casi en todo, casi siempre.
Bueno pues, el caso que esa actitud es, debe y será motivo de la crítica de todo aquel que tenga ganas de decir algo. No hay razón para pensar que una conducta política esté exenta de la crítica más feroz por quien tenga la ocurrencia de hacerlo, así sea que para el efecto use la más descarnado y brutal lenguaje, o un verseo cursi inocuo.
Para decir lo que se quiera, hace falta no más esgrimir el derecho ganado que tiene cualquier hombre libre.
Allá tú si no tienes la costumbre de ese ejercicio y la más leve crítica te escuece la epidermis o algún otro órgano algo más anidado.
Por eso, antes de entrar en el fondo de lo que responde el compañero Zúñiga en su respuesta, algo agresiva, al compañero Lavquén, hay que ponerse de acuerdo en algo relevante, para usar el término que hace poco puso en juego la presidenta: en un posible intercambio de ideas, ¿se va a aceptar la crítica como un derecho humano más, o se va acusar a cualquiera que meta la cuchara de anticomunista por no estar de acuerdo con lo hecho por ese partido?
Porque da la impresión que el primer escollo reside en esa descalificación que el compañero Zúñiga dispara contra aquellos que, en su opinión, se ocupan en denostar, lo que según la RAE significa injuriar gravemente, infamar de palabra, al momento de decir lo que piensa respecto de cierta conducta política, que, hay que decirlo, no ha sido bien recibida no sólo por Lavquén, ya sabemos su tendencia a la disidencia contumaz, sino por muchos otros camaradas menos expuestos.
No. Entre las cosas que hay que rescatar está el derecho, y el deber para quienes lo miren de esa amanera, de decir lo que se piensa de la manera que sea.
Si no te gusta lo que se dice y/o como se dice, las puertas son bien anchas: o te vas por la que ofrece descargos, respuestas, réplicas, dúplicas, ataques, opiniones, incluso denuestos, o por la que te permite quedarte callado, rumiando tu bronca contra quienes, por fortuna no piensan como tú.
Una vez que zanjemos este incordio, recién estaremos en condiciones de ir a lo de fondo: esto es, hacer lo posible para definir el rol de la izquierda sin el PC o con el PC, para no dejar piedra sobre piedra en esta cultura de ganadores y perdedores que ya viene siendo hora que juegue sus descuentos.