Sálvate, Gabriel, no les compres sus ideas de bancadas que no van a ningún lado y lo único que buscan es propaganda gratis, amparados en las consignas baratas y estériles de la que son prominentes adictos.
No compres, Gabriel, tú tiene un capital distinto que emana de la gente que te eligió sin que mediara ni el tráfico, ni el malabar espurio. Recuerda que lo que esgrimen como consigna ha sido desechado por ellos mismos por la vía de la razón más potente: no está en el Programa.
Huye, Gabriel, de esas malas compañías, algunos de los cuales debieron haber sido procesados por robos, chanchullos, malabares, mentiras, exacciones, trampas y un etcétera majestuoso.
Que no te vendan vapores rosados, Gabriel, envueltos en ideas que no serán, que no pueden ser. Jamás el sistema va a permitir una asamblea Constituyente, por lo menos de la manera que tú y la gente que quiere en verdad salir del atolladero antidemocrático, se imagina, cree y exige.
Recuerda, Gabriel, que algunos de los que levantan el cartelito de la Asamblea Constituyente, han contribuido a la perfección de aquello que dicen debe ser cambiado.
Nada en lo que esté metido el senador Girardi, puede ser o serio o limpio, Gabriel.
Huye. Tú bien sabes que una Asamblea Constituyente no nace de la iniciativa de una decena de iluminados, si quiere ser genuina. Una nueva Constitución debe ser necesariamente democrática y esa condición obliga a que el mecanismo sea concebido en medio de la movilización de la gente.
Una nueva Constitución, legitimada a través de un mecanismo de Asamblea Constituyente, sólo será posible si el pueblo asume cada vez mayores niveles de incidencia política. No de otra manera lo hicieron los países hermanos Bolivia, Ecuador y Venezuela
Y cuando el pueblo se decida, estos que intentan limpiar su imagen por la vía de consignas fuleras, serán desplazados por el ímpetu arrasador de la gente que lo ha pasado mal en este cuarto de siglo.
Tú has demostrado que si hay decisión, se les puede disputar un poder que en las manos de los mismos de siempre, ha servido para el intento perverso de perpetuar un orden ignominioso.
No te confundas entre esa peste.
¡Corre, Gabriel Boric, corre!