Noviembre 24, 2024

La batalla de las Farc en Europa

Hubo un tiempo, su punto álgido probablemente en los 80 y parte de los 90, en que las Farc tenían un notable predicamento en Europa. La derecha abominaba, por supuesto, de ellas, pero parte de la izquierda y, desde luego, la que se consideraba revolucionaria, defendía el combate de la guerrilla en Colombia.

Esa actitud, incluso más que en España, tenía éxito en Francia, donde los profesionales del turismo revolucionario se extasiaban con lo que quedaba de movimientos guerrilleros en América Latina; visitaban Cuba y volvían a su país para escribir libros o artículos en los que hacían acrobacias para no condenar el régimen de Castro.

 

Son los que hoy encuentran todas las virtudes posibles al chavismo, y aunque su número decrece con el paso del tiempo y la mortalidad del ser humano, tiene aún insignes representantes como el británico Richard Gott, ex periodista de The Guardian , de Londres, que muchos leímos con devoción en los 60 y 70, cuando publicó Guerrilla Movements in Latin America.

 

La gran mayoría de ellos obraban de la mejor buena fe y no pocos eran y siguen siendo amigos míos. Su último entusiasmo reconocido, como el de mi respetadísimo Regis Debray, ha sido el dedicado al subcomandante Marcos, al que, en cualquier caso, no hay que comparar con las Farc, puesto que su movimiento ha tenido siempre buen cuidado de no mancharse las manos de sangre.

 

Los que quedan en Francia se concentran en torno a la publicación mensual Le Monde Diplomatique, que, dirigida por el español Ignacio Ramonet, sigue siendo lectura obligada para cualquier izquierda y derecha cultivada.

 

El comienzo del fin

En España sobreviven algunos grupos, muy vinculados a Eta y sus acólitos, con quienes he tenido que polemizar en ocasiones, y los más extremos han tenido a bien organizarme algún abucheo en actos en los que he participado, si se me ocurría, por ejemplo, proyectar alguna sombra de sospecha sobre el izquierdismo del presidente Hugo Chávez. La especie no se ha extinguido, pero sí anda muy de capa caída.

 

 El fin de semana pasado tomé parte en un seminario en Segovia —bellísima ciudad a 100 kilómetros de Madrid, con famoso acueducto romano— donde una de las sesiones estaba dedicada a América Latina, y en ella un joven fotoperiodista español, que ha pasado algún tiempo con las Farc en sus reductos selváticos, de donde ha vuelto con una secuencia impresionante de imágenes, al hablar de su experiencia no se percataba de la “comprensión” para con los bandoleros del difunto Marulanda que exudaban sus palabras.

 

Quiero decir que para condenar frontalmente a las Farc no hace falta ser uribista; no sólo se puede sino que se debe, como hace el Polo, registrar muy alto esa condena desde la izquierda, puesto que su mera existencia a quien favorece electoralmente es a la derecha pro norteamericana, en tanto que es sobre la izquierda sobre la que arroja alguna sombra de concupiscencia.

 

Esa bajamar de la imagen de las Farc  en Europa y en España comenzó bajo la presidencia de Andrés Pastrana, que, si no tuvo suerte o no acertó a manejar a su anciano interlocutor de la montaña, sí llevó a cabo una labor de desescombro y bonificación de tan equivocados sentimientos sobre la guerrilla colombiana.

 

Ese fue el principio del fin. Recuerdo muy vívidamente aquel picnic político-recreativo por diversos países europeos, al que el Gobierno colombiano convidó hace unos años a destacados representantes de las Farc, entre ellos el ya desaparecido Raúl Reyes, donde los terroristas hicieron gloriosamente el ridículo; como cuando, por ejemplo, creo que el propio Reyes dijo, al visitar Suecia, que si Colombia hubiera desarrollado un sistema de protección como el del país escandinavo, él se apuntaba a ese izquierdismo; pero ocurre que aunque es verdad que fue la social democracia sueca la que instaló el sistema, éste recibió siempre también el apoyo de la derecha, que, por cierto, gobierna el país sin que piense por ello en darle marcha atrás al reloj de la historia.

 

 Los de las Farc descubrieron entonces que Europa no es América Latina y que desde la derecha escandinava —no tanto desde la española— se puede hacer una política que en Colombia puede parecer de izquierdas.

 

Las Farc nacieron al calor de determinadas circunstancias que las hacía si no imprescindibles, sí al menos comprensibles. No soy de los que pretenden que esos datos de la realidad hayan cambiado radicalmente; Colombia —como en su día,


España, y aún hoy, gran parte de Iberoamérica— sigue siendo una nación en la que la explotación del ser humano adquiere los tintes más acentuados, pero es el mundo el que ha cambiado de arriba abajo.

 

El comunismo soviético se ha suicidado, el chino se ha jubilado, y el cubano está jugando en tiempo de descuento. Chávez es demasiado inteligente para llevar a Venezuela al comunismo, y los Castro demasiado mayores para sacar a Cuba de este. Y lo único que ya podría alentar un guerrillerismo latinoamericano sería una sucesión de presidentes norteamericanos como Bush II, pero incluso eso sería insuficiente aún con todo el esfuerzo e ignorante denuedo que el líder republicano despliega en al tarea.

 

La guerrilla presuntamente marxista que ahora dirige Alfonso Cano, quien, generoso consigo mismo, se reclama también de esa ideología, no sólo es condenable por lo obvio: secuestro, extorsión, matanzas, narcotráfico, sino también por un argumento que me parece mucho más poderoso: porque el pueblo colombiano, en unas proporciones inéditas por lo abrumadoramente mayoritarias, rechaza y condena ese combate. Y si Colombia dice ‘no’ a las Farc, ¿qué derecho tenemos los demás, y más aún los que como yo son también colombianos, para llevarle la contraria?

 

No creo que las Farc estén a punto de exhalar el último estertor; aunque hayan perdido fuerza, y sería injusto no reconocer el mérito que en ello le corresponde al presidente Uribe, sus restos pueden propinar todavía graves coletazos.

 

Pero la batalla propagandística en Europa la tienen ya básicamente perdida, y sus declinantes reductos se concentran casi exclusivamente en lo que podríamos denominar revolucionarismo infantiloide; en el de los que hablan de acciones antisistémicas y están siempre prediciendo la caída inminente del imperio americano. Casualmente o no, son también los que afirman, muy serios, que la colonización de América fue un crimen mayor que el holocausto nazi.

 

Columnista de El País, de España.

Algunas voces europeas sobre las Farc

 

Javier Solana

Alto representante de la Unión Europea para Política Exterior.

La mayoría de la Unión Europea considera a las Farc como una organización terrorista. Mientras sigan actuando como terroristas, la UE no va a cambiar su posición”.

 

Miguel Ángel Moratinos

Ministro de Asuntos Exteriores de España

No hay ningún elemento nuevo para que España deje de considerar a las Farc como una organización terrorista, como ha pedido en varias ocasiones el presidente de Venezuela, Hugo Chávez”.

 

Ángela Merkel

Canciller de Alemania

Yo soy muy escéptica  respecto a la propuesta de retirar a las Farc de la lista de organizaciones terroristas. En Colombia sigue habiendo muchos desaparecidos, lo que es suficientemente terrible”.

 

Nicolás Sarkozy

Presidente de Francia

Francia sigue en solidaridad con las posiciones de la Unión Europea con respecto a la calificación de las Farc. Si hay un cambio de conducta, lo reconsideraríamos”.

 

Micheline Calmy-Rey,

Presidenta de Suiza

Suiza favorece el diálogo entre el Gobierno colombiano y los diferentes grupos armados. El acuerdo humanitario sería un primer paso para la solución del conflicto”.

Publicado en El Espectador
 

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