La irrupción de las demandas de la ciudadanía ha hecho decantar los discursos políticos de la transición, dejando en la atmósfera verdaderas voces que vienen de las organizaciones sociales, de las multitudes. En pocos años un aire puro sopla con fuerza y amenaza con derribar los endebles y falsos andamiajes de la etapa postdictatorial, esa estructura espuria escenario para la representación de la política de los consensos, decorado con la institucionalidad binominal-neoliberal y aplaudido durante décadas por las elites políticas y empresariales y difundido por la prensa del duopolio y la televisión privada. Un tablado que hoy sólo puede expresar su decadencia y artificialidad.
Durante más de dos décadas la política fue una gran representación, un guión pauteado en la agonía de la dictadura cuya finalidad acordada por las elites no fue otra que mantener en el poder a la vieja oligarquía y acaso, permitir el ingreso de algunos especuladores y acotar la política al estrecho tablero binominal. Un proceso apoyado en las privatizaciones y despojo del Estado, en la explotación de los recursos naturales, aceitado y narcotizado por el sistema financiero y celebrado, cual rito festivo, por los medios de comunicación.
Una función de veinte años que ha terminado por agotarse. No solo por repetida, sino por su palmaria falsedad. La representación del país modelo que avanza hacia el desarrollo, el paradigma económico envidiado por el resto de la región, resultó ser una comedia, una farsa para la entretención y alienación de masas cuyo objetivo real no era otro que ocultar el verdadero festín: la apropiación del país y de todos sus recursos por unas pocas familias que, en esos veinte años, han llegado a ostentar más de un tercio de toda la riqueza nacional.
Este fue el país que ayudó a representar y convertir en aparente realidad consensuada la prensa del duopolio. Durante más de veinte años de transición, estos medios de comunicación se esforzaron por crear una fantasía de país en su especialidad binominal-neoliberal. Un espacio luminoso como efecto virtuoso del consenso institucional.
La antigua carga de El Mercurio, su vocación de golpista, nunca desapareció durante la transición. Su condición de conspirador solo estuvo adormecida, enmascarada como fiesta y farándula, como gran adulador e hipnotizador. La verdadera cara de El Mercurio, lo mismo que de Copesa, aparecía durante aquellos años en su mirada externa, en las periódicas páginas cargadas de ira y veladas advertencias hacia Venezuela, Argentina y Bolivia. Un centinela pasivo, encubierto, que hoy nuevamente nos revela su auténtico rostro. En menos de dos meses y ante los anuncios de moderados cambios a la institucionalidad instalada por la fuerza y reforzada durante la transición, el duopolio expresa su razón de ser: la concentración del mercado y la expulsión de la competencia buscaba, junto con el negocio periodístico, el control de la información y las ideas. El duopolio se fusiona, actúa como cartel, deriva en un monopolio editorial y de la opinión periodística.
En unas pocas semanas se concentran más de dos décadas. Adquieren sentido la privatización de los medios de comunicación, el cierre de periódicos independientes, la quiebra de revistas de Izquierda, el amordazamiento y persecución de cualquier otra manifestación periodística. Tras el pretexto del mercado, de la doctrina neoliberal llevada a los medios, estaba el objetivo real: el silencio, la expulsión de las ideas y voces disidentes al modelo.
El duopolio actúa hoy a sus anchas. En sus líneas de producción editorial se monta y desmonta la información bajo un diseño armado y dictado por los objetivos e intereses de la oligarquía en sus versiones más clásicas. El repetido proceso periodístico de manipulación y mentiras, de voces y de mordazas, que tuvo su punto más álgido hace poco más de cuarenta años, es una marca de fábrica que hoy se copia a sí misma. El viejo guión de la prensa corporativa, repetido en Venezuela, Argentina o Bolivia, ha comenzado a desplegarse otra vez en Chile.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 804, 16 de mayo, 2014