El proyecto de reforma educacional de la presidenta Michelle Bachelet ha sido criticado por la derecha, entre otras cosas, porque consideran que atenta contra la libertad de enseñanza y además se despreocupa del tema de la calidad (imagino que se refieren a las materias impartidas y a cómo éstas se transmiten). Pero a decir verdad, el fondo de estas críticas tiene que ver con asuntos económicos, debido a que la derecha considera la educación un bien de consumo que se tranza en el mercado y no un bien público ni un derecho constitucional, como reclama el movimiento estudiantil. Muchos de la Nueva Mayoría piensan lo mismo, pero están intentando pasar piola.
Antes de pasar al tema de la libertad de enseñanza, aclarar dos cosas. Mi crítica, a la reforma que plantea el gobierno de la presidenta Bachelet, se debe a que la considero –hechos a la vista- una reforma débil, que no va al fondo del problema y ha sido elaborada a espaldas del movimiento social, sin considerar los argumentos de los estudiantes. Lo segundo, es que, en mi opinión, la estructura del sistema de educación chileno debería tener dos rutas bien definidas y democráticas: 1) Establecimientos de enseñanza pública gratuita y estatal, a todo nivel (párvulos, básica, media, técnica, comercial y universitaria), a cargo del Ministerio de Educación. 2) Para quienes lo deseen, establecimientos de enseñanza particulares o privados, pero sin ningún aporte del Estado. Ninguno. Dentro de esta estructura, el Estado debe bregar por darle máxima excelencia y pluralidad de contenidos a la educación. Los contenidos, que nadie ha puesto en la mesa de debate, es esencial definirlos. Actualmente los contenidos son arbitrarios y sesgados, perdurando mayoritariamente los impuestos por la clase social que está en el poder desde el 17 de abril de 1830.
Respecto al tema de la libertad de enseñanza y de la calidad, la posición de la derecha es cínica, falsa. Lo mismo que la posición de la Iglesia, pues son ellos quienes por años han atentado contra la libertad de enseñanza en Chile. La libertad de enseñanza es un asunto cultural y, fundamentalmente, de contenidos. No tiene que ver con que si la educación es estatal o si es privada. Tampoco con la calidad, porque existen maestros notables para enseñar mentiras y distorsiones con “alta calidad” pedagógica, como lo fue por ejemplo el historiador Gonzalo Vial. La libertad de enseñanza tiene que ver con la pluralidad en la entrega de contenidos, para que así el alumno pueda confrontar, analizar y optar. Los estudiantes deben tener la posibilidad de acceder a una educación plural, sobre una base que permita conocer todas las líneas del pensamiento filosófico universal y la verdad objetiva del desarrollo histórico. Pondré algunos ejemplos. Si se enseña el ramo de religión, también debe enseñarse el ramo de ateísmo. Si se profundiza en la doctrina de Platón y Aristóteles, también debe profundizarse en la doctrina de Demócrito y Epicuro. Si se expone con ahínco el pensamiento de Santo Tomás, también debe exponerse con ahínco el pensamiento de Carlos Marx. Eso es verdadera libertad de enseñanza, no otra cosa. Esta práctica debe ser implementada en todos los niveles de la educación. Es lo justo y democrático.
Pero la reforma educacional no toca este tema nuclear. No le interesa tocarlo. Y no les interesan porque ni la derecha ni la Nueva Mayoría tiene entre sus planes reestructurar el tejido social para construir una sociedad plural y capaz de autogobernarse. Una sociedad sin privilegios ni abusos. La elite política, empresarial y religiosa, sólo buscan que se eduque al pueblo a su manera, enseñándoles lo que ellos consideran que deben saber, nada más. Un pueblo educado con profunda pluralidad sería un peligro para mantener los intereses y granjerías de la clase dominante. La actual y limitada reforma que se propone no es más que la vieja historia del gatopardismo: que todo cambie sin que nada cambie. O cambiemos una coma, pero no el punto seguido. Es la triste realidad de la república pinochonuevamayorista que tenemos.