La quiebra del banco de inversión Lehman Brothers en septiembre de 2008 detonó la fuerte crisis financiera y sus secuelas económicas que aún persisten. Pero además puso al descubierto la forma de operar en el terreno del dinero y del capital, y en su inevitable contraparte política. La crisis, por supuesto, no ha sido superada. En el mejor de los casos se consiguieron mantener las formas institucionales de funcionamiento del sector financiero más agresivo.
Hoy la estructura bancaria en Estados Unidos está más concentrada que antes de la crisis. Los bancos son más grandes y tienen enormes recursos, lo que hace más difícil su control. También subsiste la velada amenaza de que esas empresas son demasiado grandes para quebrar. Así se mantiene al resto de la sociedad como rehén, pues aquellos siguen actuando a sabiendas de que el Estado intervendrá para rescatarlos.
El presidente Obama mantuvo en su campaña electoral una posición muy crítica con respecto a la operación de los bancos. Igualmente, el Senado condujo una serie de comparecencias muy críticas con altos ejecutivos de los bancos y compañías de seguros involucradas. Pero aún no se ha producido un cambio en la forma en que funciona el sistema financiero. Esto ilustra bien cómo está conformada la correlación de fuerzas.
Lo que está todavía en juego es la legislación que marque las pautas para que las agencias encargadas apliquen las reglas y supervisen las transacciones comerciales y de inversión, así como los registros contables de los bancos.
Los riesgos inherentes al sistema financiero siguen prácticamente sin cambios; lo mismo ocurre con la abigarrada estructura de conflicto de intereses en esa industria. Entre ellos destaca el constante ir y venir de los más altos ejecutivos de las firmas financieras al Tesoro, o bien, la manera en que las empresas calificadoras de deudas siguen funcionando como de costumbre.
No obstante, se ha ido reconstruyendo un discurso político y técnico que asume que los efectos más graves de la crisis se han superado, y que de modo explícito admite que la organización financiera se ha recompuesto. Vaya, al final, no ha pasado nada como para cambiar las cosas. La desregulación financiera sigue su curso, tal y como fue promovida por huecas teorías económicas de famosos profesores.
La economía de Estados Unidos ha vuelto a crecer, aunque a tasas bajas y con un rasgo muy notorio que es la reducida creación de puestos de trabajo. Mientras los bancos vuelven a tener grandes ganancias, la gente que perdió su empleo no encuentra uno nuevo y menos aún los que entran al mercado de trabajo.
Del mismo modo, mucha gente perdió sus casas y siguen creciendo las ejecuciones de las hipotecas, mermando las bases no sólo de la recuperación productiva, sino de la estabilidad de una sociedad que en la última década se ha vuelto cada vez más desigual.
Una de las repercusiones más graves de la crisis financiera de finales de 2008 se ha centrado, precisamente, en el mercado laboral. La tasa de desempleo en ese país antes de la crisis era del orden de 4.5 por ciento y luego alcanzó un máximo de 10.2 por ciento en el último trimestre de 2009. Hoy, ya con la producción en crecimiento, está apenas por debajo de 9 por ciento. Ahí está la contradicción más clara de la forma en que supuestamente se ha resuelto la crisis.
Este rasgo se advierte también en Europa, donde la especulación inmobiliaria provocó un fuerte quebranto financiero y económico. La primera víctima fue Islandia y de eso ya ni se habla.
El caso de España es ilustrativo. La economía está sumida en un alto desempleo que alcanza a casi 5 millones de personas. En el primer trimestre del año se perdieron más de 213 mil empleos adicionales y el paro está por encima de 21 por ciento de la población económicamente activa. La bonanza económica de la que tanto se ufanaron, se desplomó.
Mientras el sistema económico no genere más empleos estará en crisis. No importa las vueltas que se le dé. Y este es un asunto que debe considerarse en el caso de México. Las autoridades se precian de que no se provocó una crisis en el país como había ocurrido en otras ocasiones. Argumentan que el sistema bancario es sólido y que las políticas monetarias y financieras son las adecuadas. Falta decir, cuando menos, que el crédito otorgado por los bancos, especialmente los extranjeros, cayó abruptamente y todavía no se recupera. Falta admitir que no es operativo para el desarrollo.
El crecimiento reciente de la economía no puede esconder el quebranto de 2009, con una caída del producto de más de 6 por ciento. Ese efecto adverso no se elimina con un recurso estadístico y, en cambio, se suma a la fragilidad intrínseca de las empresas y las familias desde 1982. La economía mexicana sigue padeciendo una crónica insuficiencia de crecimiento y falta de productividad.
Los datos estadísticos son en el mejor de los casos una herramienta para aproximarse a lo que sucede y no constituyen una prueba fehaciente de los procesos en cursos, ni de su complejidad. En 2008 y 2009 se perdieron empleos formales en el país e incluso con el registro positivo de 2010 persiste el gran déficit de generación de puestos de trabajo que desde 2000 es de casi 2.9 millones.
La sombra de 2008 sigue proyectándose por todas partes. Así se está labrando de nuevo el terreno para la próxima crisis.