Septiembre 20, 2024

Valparaíso

Una señora de 65 años (app) ayer subía una empinada calle del cerro el litre de Valparaíso con dos bolsos enormes. Iba en ayuda de un colega feriante damnificado por el mega- incendio a dejar almuerzos y alimentos. Junto a dos amigos le ayudamos y ella nos pidió que le acompañáramos hasta “la palmera”. Se trataba de una palmera rostizada, de lo poco que había quedado parado y que se divisaba entre cerro y quebrada. En esos territorios colonizados por changos y donde la choreza porteña construyera desafiando a arquitectos e ingenieros, con la creatividad desesperada del que nada tiene que perder y menos que ganar.

 

La señora no dudó en cruzar escombros, bajar y subir quebradas. Nosotros advirtiéndole que podía ser mucho para ella. Sin embargo decidida nos respondía ” tengo que llegar como sea donde mi compañero, necesita de mi, ustedes síganme, por algo aparecieron en mi camino”.

Luego de mucho rato caminando, entre cientos de estudiantes voluntarios que a puro ñeque y sin látigo patrón, sacaban y sacaban los escombros de la humildad no patrimonial, logramos acceder a ese siniestrado lugar, a “la palmera”.

La señora reconoció a su compañero feriante y junto a él apareció su hijo, quién entre latas y palos quemados gritó mi apellido y corrió al encuentro. Era mi compañero de toda la enseñanza básica en el colegio Adventista de Valparaíso. Mi compañero con el que crecimos formándonos en recreos , en los últimos años de la dictadura, aspirando el tradicional aroma a café tostado del plan y siendo felices con la pelota de trapo y el pan batido con dulce de membrillo.

Y es que no soy creyente, ni amigo del llanto fácil. Pero al ver a ese amigo de infancia sacar su mascarilla y otorgarme una sonrisa llena de escombro y tragedia, no pude más que abrazarle en piel de gallina, mientras la señora decía ” Ve, por algo aparecieron en mi camino… en Valparaíso todos nos conocemos”. 

Escribo esto sin ánimo de populismo, ni sensacionalismo. Es una historia que resultó conmovedora y develadora de lo que es el carácter porteño. Al final del día en Valparaíso todos nos conocemos, somos una gran familia no tradicional que en algún momento se cruza, encuentra, baila o llora.

Por eso Valparaíso nos duele tanto. Porque como diría Mauricio Redolés: En Valparaíso no hay pobres, porque todos somos pobres. En Valparaíso no hay quiltros, porque todos somos quiltros. En Valparaíso no hay punkis, porque todos somos punkis. En Valparaíso no hay damnificados, porque todos somos damnificados.

Porque Valparaíso tiene vista al horizonte infinito, es que no se tienta con planes reguladores ni arquitecturas serias. Porque Valparaíso es un disparate y en buena hora, pues la vida es un disparate.

Porque Valparaíso es al revés, porque entre viento y mar juegan una constante ruleta rusa. Porque aquí yace el último trozo de poesía.

¿Quién tiene que salvar a Valparaíso?… Los porteños y nadie más que los porteños!

 

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