Quien introdujo el término “aplanadora” en la discusión política reciente fue nada menos que el presidente del PDC, Ignacio Walker, luego del inesperado triunfo de la Concertación-Nueva Mayoría en el Senado en noviembre pasado. En efecto, consultado por “El Mercurio” sobre qué harían con aquella victoria, el presidente del PDC se apresuró a calmar a la derecha y a los grandes grupos económicos: “El hecho de tener una mayoría en el Senado y en la Cámara no significa que estemos pensando en pasar la aplanadora” (23-11-2013). Reveladoramente, éste fue el titular más destacado del cuerpo C del decano de ese día.
Y fue un triunfo inesperado, porque la Concertación ¡hizo lo que estaba de su parte por no obtenerlo!, al presentar a dos candidatos socialistas (Camilo Escalona y Alejandro Navarro) en Concepción costa, la única circunscripción senatorial en que dicha coalición había doblado anteriormente (¡y dos veces seguidas!), llevando naturalmente a un candidato PDC y otro PS: Hosain Sabag y José Antonio Viera Gallo en 1997; y el mismo Sabag con Navarro en 2005. Los doblajes se obtuvieron ahora por dos graves errores cometidos por la coalición de derecha en las circunscripciones de Antofagasta y Coquimbo. Y no ha sido la primera vez que el conglomerado de “centro-izquierda” ha hecho gigantescas concesiones a la derecha política y económica.
Recordemos solamente el regalo de la mayoría parlamentaria efectuado a través de la negociación de reformas constitucionales de 1989; la no utilización de las mayorías del Congreso que obtuvieron Lagos y Bachelet (el primero entre agosto de 2000 y enero de 2002; y la segunda entre marzo de 2006 y diciembre de 2007); y el exterminio o neutralización, en la década de los 90, de toda la prensa escrita o canales de televisión con-trolados directa o indirectamente por el liderazgo concertacionista.
Sintomáticamente, Walker parece no recordar que la verdadera “aplanadora” (o “retroexcavadora”, “trituradora”, “moledora” o cualquier otra expresión análoga) fue la dictadura que padecimos casi 17 años en Chile.
Y no estamos hablando en sentido figurado. ¿O no fue el país en su conjunto el que sufrió -en diversa medida por cierto- las desapariciones forzadas, ejecuciones sumarias, torturas, vejaciones, detenciones arbitrarias, relegaciones, exilios, exoneraciones, amedrentamientos, censuras, toques de queda permanentes, violaciones de derechos políticos, etc.?
Tampoco parece recordar el líder del PDC que en virtud de dichos crímenes, persecuciones y prohibiciones se buscó aterrorizar y someter a la población con el fin de imponer a entera voluntad una completa refundación nacional en los planos políticos, económicos, sociales y culturales. Todo lo anterior no constituyó solo un mero ejercicio de sadismo -¡que por cierto lo fue también!- sino tuvo el propósito histórico de crear un nuevo país extremadamente neoliberal, como no hay ninguno en nuestro planeta. Esta fue la obra trascendente de la dictadura: La Constitución autoritaria del 80; las privatizaciones de los servicios públicos, incluyendo en ellas numerosas formas de corrupción; la virtual proscripción de los derechos laborales y sindicales, a través del Plan Laboral; la mercantilización de la previsión y la salud por medio de las AFP y las Isapre, y el vergonzoso aprovechamiento de su administración por los grandes grupos económicos; la desnacionalización mayoritaria de la gran minería del cobre, mediante la Ley de concesiones mineras; el desplome de la educación pública escolar, vía la municipalización de los liceos, siendo crecientemente reemplazados por el virtual negociado del subsidio estatal a colegios con fines de lucro, todo ello en virtud de la LOCE; la posibilidad de hacer fortunas también con universidades privadas, ¡pese a que la propia ley que las permitió prohibió el lucro!; etc.
Lo anterior lo han reconocido explícita o implícitamente los propios líderes y pensadores de derecha. Entre ellos, Andrés Allamand, quien en un libro escrito en 1999 planteó con toda desfachatez: “El gobierno militar chileno realizó una transformación económico-social de alcances fenomenales (…) El cambio originado por el gobierno tuvo el enorme mérito de ser pionero. Hoy es parte del paisaje bajar aranceles, privatizar, impulsar un régimen laboral moderno, poner en marcha un sistema previsional apoyado en la capitalización individual y en la administración privada de los fondos, implementar una red social focalizada hacia los más pobres y abrir nuevos espacios a la iniciativa privada en campos antes reservados al Estado. Pero no era así a mediados de la década del 70. Ni por asomo. ¿Qué hubo tras la decisión de Pinochet? ¿Intuición, visión, conocimiento? Para mí, una gran demostración de liderazgo (…) El modelo le aportaba una propuesta coherente y de paso le brindaba una coartada para el ejercicio prolongado del poder (…) Desde el otro lado, Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aún más valioso: el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones (sic). Más de alguna vez en el frío penetrante de Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenía ese problema” (La travesía del desierto; Edit. Aguilar, Santiago, 1999; pp. 155-6).
Es claro, ya ni Walker ni los demás líderes de la Concertación quieren reconocer el carácter de aplanadora que tuvo la dictadura; puesto que legitimaron, consolidaron y perfeccionaron su obra refundacional en sus 20 años de gobierno. Como lo reconoció el máximo arquitecto de la transición, Edgardo Boeninger -en un libro escrito en 1997- el liderazgo de la Concertación, a fines de la década de los 80, experimentó un proceso de convergencia con la derecha en su pensamiento económico, “convergencia que políticamente no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, Santiago, 1997; p. 369); y que “la incorporación de concepciones económicas más liberales a las propuestas de la Concertación se vio facilitada por la naturaleza del proceso político en dicho período, de carácter notoriamente cupular, limitado a núcleos pequeños de dirigentes que actuaban con considerable libertad en un entorno de fuerte respaldo de adherentes y simpatizantes” (Id., pp. 369-70). Además, Boeninger agregó que “los avances descritos en los campos económico y social facilitaron, a su vez, la negociación política, que culminó con las reformas constitucionales pactadas de 1989, que dieron nacimiento a un nuevo consenso básico nacional en relación al orden político. A contar de ese momento, la Concertación aceptó explícitamente la Constitución del 80 así modificada (sic), lo que desde otro punto de vista representó un encuentro mínimo suficiente entre el proyecto político del régimen militar y la propuesta democrática de la Concertación, despojados ambos de sus aristas más radicales” (Id., p. 371).
Por cierto, todo lo anterior fue reconocido encomiásticamente por Allamand: “Edgardo Boeninger, instalado en el poderoso Ministerio Secretaria General de la Presidencia, afirmaba que ‘el imperativo era dar legitimidad social y política a un modelo económico que acarreaba con el pecado original de haber sido implantado por la repudiada dictadura’. ¿Y cómo hacer eso? Transformando el modelo chileno en un auténtico proyecto nacional” (Allamand; pp. 239-40). Y Allamand constató triunfalmente que las dos reformas económicas de importancia del gobierno de Aylwin (tributaria y laboral) lograron aquello, consolidando el modelo económico de la dictadura (Ver Id., pp. 242-50); y concluyendo que “la gestión modernizadora del gobierno militar, que era la base de esos resultados, no sólo no se había erosionado, sino que estaba más firme que nunca” (Id., p. 251).
En este contexto adquieren pleno sentido los llamados de Ignacio Walker a la derecha a disipar sus temores por la inesperada mayoría parlamentaria que obtuvo la Concertación-Nueva Mayoría. Y también, desgraciadamente, pierden sustento los anuncios –inspirados en deseos reales o en argucias demagógicas- de dirigentes como el presidente del PPD, Jaime Quintana, de utilizar la clara mayoría parlamentaria obtenida como una “retroexcavadora” que desmantele la intacta obra de la dictadura.