Por esta vez he dado vuelta el objetivo de mi instrumento observador para enfocarlo sobre el país en el que vivo, esto a la luz de significativas elecciones que tienen lugar este lunes 7 de abril en la provincia de Quebec, las que han revivido el viejo tema de un posible referéndum cuya finalidad sería la separación de Quebec de Canadá.
Parafraseando un emblemático texto quizás uno podría decir que el “fantasma del separatismo” recorre el mundo: Crimea—con un poco de ayuda de sus amigos de Rusia—ya logró abandonar Ucrania, mientras Cataluña en España, Escocia en el Reino Unido e incluso Venecia en Italia, albergan también aspiraciones similares a las de algunos aquí en Quebec.
La única provincia con mayoría francófona en Canadá ha efectuado dos referéndums con el objetivo de lograr su separación, ambos cuando el Parti Québécois cuya raison d’être es conseguir esa meta, ha gobernado la provincia, el primero en 1980 bajo el liderazgo del carismático René Levesque cuando la opción separatista logró un 40% y el otro en 1995 bajo el liderazgo de Jacques Parizeau un personaje mucho más opaco que la noche de la consulta una vez conocidos los resultados culpó al “voto étnico” por la derrota. En esa ocasión la opción separatista estuvo mucho más cerca al lograr un 49% de apoyo. Al momento de llamar a elecciones en esta oportunidad, el Parti Québécois gobierna pero con un apoyo minoritario en la legislatura (Canadá y sus provincias tienen un sistema parlamentario, en este caso el PQ es el partido con más diputados, pero no con una mayoría absoluta en la asamblea). Cuando la premier de Quebec, Pauline Marois llamó a elecciones lo hizo con la intención de obtener ese gobierno de mayoría. Naturalmente si eso ocurre ella podría llamar a un nuevo referéndum sobre la vieja aspiración de convertir a la provincia en un país.
El tema tiene por cierto muchas implicancias, incluyendo la toma de partido de los miembros de la comunidad chilena residente en esta provincia: como dato anecdótico, una integrante del Partido Socialista en Montreal renunció a su militancia cuando el acto conmemorativo de los 40 años del golpe de estado el 11 de septiembre pasado en un teatro de la ciudad, a su juicio no habría destacado suficientemente a Quebec y en cambio sí lo habría hecho con Canadá. (Como me imagino ha sido el caso en otros países donde ha habido importantes tomas de decisiones, los chilenos han tomado posiciones y seguramente también han estado divididos, en este caso concreto sobre si apoyar el separatismo québécois o más bien el federalismo. Muchos de aquellos que han adoptado la ciudadanía canadiense han estado también activos en la política de su nuevo país. En 1993 el chileno Osvaldo Núñez fue elegido diputado por un período en representación del separatista Bloc Québécois; en 2011 la chilena Paulina Ayala fue elegida diputada representando al federalista Nuevo Partido Democrático, equivalente al Partido Socialista de Chile. No ha habido una encuesta para medir con precisión cuáles son las preferencias en este instante, sin embargo en general la mayoría de las comunidades de origen inmigrante—y probablemente la chilena como el resto de la latinoamericana no es excepción—ha votado en contra de la separación de Quebec. Ya veremos el porqué de esta tendencia).
Siendo la política también “un arte de la palabra” las connotaciones de los términos empleados cobra gran importancia. Aquellos que buscan hacer de Quebec un país, utilizan los términos “independencia” y “soberanía” que tienen una connotación más positiva e incluso asociaciones heroicas con otras luchas de liberación antes que el término “separatismo” que por el contrario—según ellos—tiene una connotación negativa, asociándoselo con movimientos violentos como la de los tamiles en Sri Lanka u otros similares en África.
En un estricto sentido sin embargo, independencia no es el concepto adecuado para describir ni la propuesta nacionalista quebequense, ni la catalana, ni la escocesa. En efecto, cuando un pueblo o nación se plantea alcanzar su independencia, lo hace respecto de un poder colonial (p.ejm., los países hispanoamericanos respecto de España o en el siglo 20 los africanos y caribeños respecto de las potencias coloniales que los controlaban, Gran Bretaña, Francia, Portugal) frente al cual sus habitantes no tienen mayor participación en sus decisiones (los criollos en las colonias españolas no tenían ni siquiera acceso a funciones administrativas altas, mucho menos eran ciudadanos de la potencia colonial, como tampoco lo eran los africanos).
Los quebequenses, catalanes y escoceses en cambio son ciudadanos con plenos derechos en sus respectivos estados (aunque es cierto que en España la dictadura franquista había efectivamente suprimido las libertades culturales y lingüísticas de las minorías catalana y vasca entre otras, pero a pesar de las insuficiencias en lograr una igualdad para las lenguas de España, lo cierto hoy es que los miembros de esas minorías son ciudadanos con plenos derechos políticos en el estado). Igualmente es la situación con los quebequenses al interior de Canadá, sin desconocer que—aunque sin los rigores que por cierto impuso el fascismo en la España de Franco—la lengua francesa de los quebequenses tuvo en el pasado un status inferior al inglés, situación que en los últimos cincuenta años ha cambiado gracias en gran parte a políticas implementadas a partir del gobierno federal.
Para ser precisos en el lenguaje entonces, en estos casos más bien correspondería hablar de “secesión” una instancia en la cual un segmento de la población de un estado en el cual sus miembros gozan de plenos derechos políticos, decide abandonar ese estado. Este es un paso que por cierto puede desatar otras consecuencias: la secesión de los estados del sur de Estados Unidos (Confederación) llevó a una cruenta guerra civil, por otro lado la división de Checoslovaquia entre la República Checa y Eslovaquia se concluyó sin mayor drama. La secesión de Crimea de Ucrania provocó más bien protestas internacionales de parte de Estados Unidos y sus aliados, pero en la península misma no ha habido mayores tensiones porque en efecto la inmensa mayoría aprobaba esa salida. En el caso de Kosovo que también se ha citado estos días, sus ciudadanos tenían sólo en teoría derechos políticos al interior de Serbia, en la realidad la dictadura de Slobodan Milosevic estaba implementando políticas genocidas hacia los kosovares que eran étnicamente albaneses. Lo que significa que en algunos casos la secesión puede ser justificada, en esto no se puede prejuzgar.
En todo caso es un hecho significativo que esta elección provincial en Quebec haya levantado una vez más el tema de un posible referéndum cuyo objetivo final sería la secesión quebequense. Lo curioso es que los promotores de la idea han adoptado durante la campaña una táctica de ocultamiento de ese objetivo. Al revés de lo que sucede en Cataluña y Escocia donde los nacionalistas insisten porfiadamente en su propósito (a pesar de la ilegalidad decretada por España para la consulta y de la aparente poca popularidad que la idea tiene en Escocia) aquí en Quebec el partido que en su programa contiene la realización de un referéndum como paso que debería llevar a su conformación como país independiente ha pasado todos estos últimos días de campaña tratando de evitar el tema, más aun, cuando ha sido presionada por los periodistas Mme. Marois ha dicho que de ganar un gobierno de mayoría no va a llamar a un referéndum sino hasta cuando los quebequenses estén listos. Lo cual es por cierto una respuesta muy ambigua. La verdad sin embargo, se ha probado muy amarga para los partidarios de separar a Quebec de Canadá: la propia Mme. Marois insinuó que quizás los quebequenses no estarán jamás listos para el referéndum (“estar listo” para el PQ significa estar listo para votar que sí a la separación). Todas las encuestas indican un general rechazo a la idea de efectuar un nuevo referéndum sobre un tema que al parecer la mayoría ya considera cerrado y la idea misma de un Quebec independiente no reúne hoy más de un 30% de apoyo.
¿Es la idea de un Quebec independiente finalmente muerta por desinterés de los propios quebequenses? A este punto es difícil de decir. Las elecciones del lunes aun se presentan muy estrechas como para anticipar un resultado. En los hechos puede ocurrir que el PQ gane, aunque si lo hace lo más probable es que sea con un gobierno de minoría nuevamente.
¿Por qué en esta súbita alza de separatismos el de Quebec se halla en tal mala forma? La respuesta puede ser muy compleja. Los más cínicos apuntarán a las ventajas económicas que Quebec obtiene por ser parte de un país rico como Canadá. Cierto es que la provincia también es una fuente de ingresos vía impuestos para el gobierno federal (unos 44 mil millones de dólares según el propio Instituto de Estadísticas de Quebec) pero las transferencias que el gobierno central le da a Quebec son mucho mayores (unos 60 mil millones según la misma fuente) resultando en un beneficio neto para Quebec de unos 16 mil millones de dólares que a su vez contribuyen a mantener los servicios de salud, educativos y otros programas sociales que sin esos dineros no se ve como se podrían mantener. Y esos beneficios no incluyen otros servicios ofrecidos por agencias federales como los servicios de la oficina postal, ferroviario y otros que si bien podrían ser asumidos por un nuevo estado independiente, igual tendrían un costo.
¿Es la economía el único factor? ¿Es el patriotismo algo pasado de moda? Por cierto la economía es central en algo tan crucial como el quiebre de un país, una acción que inevitablemente creará incertidumbres y las consiguientes dudas sobre los riesgos que una opción política pueda traer. Factores emocionales como la adhesión nacional o patriótica sin embargo no pueden descartarse completamente. Y en el caso de la dicotomía Quebec-Canadá este factor juega por ambos lados: en efecto los québécois (con este término aludo a la mayoría quebequense de habla y ancestro francés) han creado para sí mismos un sentido de identidad que muchas veces ha sido construido o reforzado en oposición a la figura del anglófono, descrito como figura dominante, conquistadora (en los hechos Quebec, conocida entonces como la Nouvelle France fue conquistada por los británicos en 1759) y hasta el siglo 20, explotadora también. Pero esa identidad ha sido levantada también en oposición a las comunidades inmigrantes y a los pueblos aborígenes, quienes para los québécois son el “Otro”, objeto de desconfianza y a veces de odio. En los años previos a la Segunda Guerra Mundial los grupos nacionalistas québécois llamaban a boicotear los negocios judíos bajo la consigna de “achetons chez nous” (“comprémosle a los nuestros”). Aunque de vez en cuando sentimientos antijudíos son también expresados (en esta campaña una candidata del PQ hizo grotescos comentarios acerca de la comida kosher y repitió una vieja monserga que tal práctica judía era una maniobra de los rabinos para hacerse de dinero y financiar guerra religiosas) en estos últimos meses el gobierno del PQ ha centrado sus fuegos más bien sobre otras minorías religiosas, especialmente el Islam, al proponer lo que ha llamado la Carta del Laicismo, que prohibiría que funcionarios públicos provinciales vistan signos “ostentosos” de su religión como velos, turbantes y otros. La proposición ha sido bien recibida por los sectores más derechistas del nacionalismo y es popular con el electorado rural, pero ha sido rechazada incluso por sectores que aunque comparten la ideología separatista, lo hacen desde una perspectiva más progresista como es el caso del partido Québec Solidaire.
Como señalo sin embargo, el aspecto emocional también está presente del otro lado, de parte de quienes rechazan la idea separatista sobre la base que Canadá como estado ha demostrado por lo menos en los últimos 60 años, ofrecer un ambiente democrático y de respeto a los derechos humanos como pocos estados lo hacen en el mundo. Algo que mal que mal no se puede dejar de apreciar.
Y sin duda está también el aspecto racional que pueda haber en la política: es evidente que un marco de referencia más amplio, en este caso el estado canadiense, ofrece un mejor escenario para una política basada en los principios de la solidaridad de la clase trabajadora más allá de sus diferencias lingüísticas o culturales, que una estrecha y restrictiva visión circunscrita a una provincia.
Quienes por último pudieran haberse sentido encandilados en algún momento por un aura supuestamente progresista en el nacionalismo québécois, deben haber tenido un duro despertar cuando la líder del PQ presentó como “candidato estrella” de su partido a Pierre Karl Péladeau, un rico empresario de medios de comunicación en la provincia bien conocido por sus prácticas antisindicales (mantuvo un lockout por meses contra los trabajadores de uno de sus diarios). Para algunos quebequenses la entrada en política de este personaje ha terminado por hacerlos perder toda fe en un carácter medianamente progresista del PQ. “Péladeau es el Silvio Berlusconi de Quebec” apuntó alguien. Pero eso puede ser sólo el comienzo, el magnate quebequense aspira a suceder a Mme. Marois como líder del PQ y claro si Quebec deviene un país, no cabe duda que él mismo se ve como su eventual gobernante.
No es de sorprenderse entonces que en esta campaña hay pocas opciones abiertas. Prácticamente los dos partidos mayores, el PQ y el Partido Liberal son partidos de derecha. Y desgraciadamente la ilusión separatista aun presente en algunos distorsiona el panorama e impide el surgimiento de una alternativa efectivamente de izquierda en Quebec.