Lo que ocurra en el enfrentamiento entre Estados Unidos y Europa en su conjunto por una parte, y por la otra la Federación Rusa, afecta desde ahora las relaciones políticas y económicas en el mundo al grado de constituir un presagio del recrudecimiento de la guerra fría que parecía haber terminado con la desaparición del bloque socialista en 1988, seguida de la simbólica demolición del Muro de Berlín en noviembre del año siguiente.
Se creó entonces un nuevo orden internacional en el que, ya sin el contrapeso de la Unión Soviética y los países que se encontraban en su órbita, la globalización y el mercado encontraron la vía libre para convertirse en el modelo indiscutido para las relaciones económicas y políticas entre la mayor parte de las naciones, tanto las desarrolladas como las llamadas emergentes.
En qué medida el calentamiento de la disputa por el control de la estratégica zona de Ucrania y la anexión de Crimea a la Federación Rusia merced al referéndum cuyos resultados operarán pese a las censuras de Occidente, repercutirá en el resto del mundo, en la zona de Latinoamérica y El Caribe, y en México en particular, es una cuestión a dilucidar y explicar según el curso de los acontecimientos. En cuanto se refiere a México y otros países de la región, en apariencia las tensiones surgidas entre Estados Unidos y Rusia y las que seguirán conforme se apliquen las sanciones contra Moscú no tienen ni deberían tener consecuencias políticas y económicas.
Y sin embargo de esa apariencia, el exacerbamiento de las tensiones podría provocar nuevas particiones y generar nuevos focos de conflicto con los que los campos se delimiten a favor o en contra de uno u otro bloque o conjunto de posturas, una vez integrados los escenarios de una posible nueva guerra fría.
Por ejemplo, a semejanza de los bloqueos que Estados Unidos ha impuesto a países como Cuba desde el comienzo de su revolución y de las medidas de aislamiento que se han tomado contra otros en Medio Oriente, Asia y otras partes, las grandes potencias que se disponen a castigar al gobierno de Alexander Putin, con el Presidente Barak Obama a la cabeza, podrían presiona y exigir la generalización de esas medidas, en lo económico y en lo político a todos cuantos consideran sus socios y aliados en la aplicación de ese nuevo orden. En el caso de México debe recordarse que en los años de la guerra fría, y aún antes, llevó a cabo una política de pesos y contrapesos en la que la pertenencia al bloque occidental estaba condicionada al ejercicio de un cierto grado de independencia y de autodeterminación en uso de su soberanía. No otra cosa fue la decisión del gobierno de Lázaro Cárdenas cuando expropió los bienes de las compañías petroleras extranjeras en el momento en que se acercaba la Segunda Guerra Mundial; también fueron manifestaciones de esa postura soberana las políticas que mantuvieron los siguientes gobiernos frente al control que Estados Unidos pretendía ejercer en el Continente a través de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de otros instrumentos y medidas no menos impositivas.
Con la constitución del nuevo orden internacional y la desaparición del mundo bipolar que en diversas naciones determinaron el cambio en los sistemas de gobiernos anteriormente caracterizados por una alta participación estatal en la economía y el tránsito hacia el libre comercio y la globalización, esa política de equilibrios dejó de ser necesaria porque la política y la economía comenzaron a marchar unificadas en el nuevo concepto del mercado como rector de la economía.
No obstante, en América Latina y El Caribe México y otros países, sin dejar de aceptar las nuevas reglas, han mantenido y acrecentado – en el caso de México a partir del comienzo de la actual administración– una política de apertura en sus relaciones con las más diversas partes del mundo, sin distinción de colores políticos ni frente a evidentes diferencias entre regímenes de gobierno.
Pero el peligroso momento actual entre Occidente y la enorme potencia de Rusia y los integrantes de su federación, podía determinar en un plazo relativamente corto el resurgimiento de la guerra fría y las exigencias de adhesión sin reservas a la políticas de Occidente. Si no estás conmigo estás contra mí.
Según datos de los últimos años, el intercambio comercial entre México y la Federación de Rusia ha representado alrededor de mil quinientos millones de dólares, desfavorable a México en aproximadamente setecientos millones de dólares. Las exportaciones de México a Rusia han sido eminentemente carne de puerco, cifras que no constituyen un valor apreciable y cuya desaparición no sería particularmente lesiva a la economía. Hay, no obstante, otras perspectivas que podrían interponerse y obstaculizar la política de apertura que México lleva adelante, en el caso nada remoto de que, una vez más, el mundo se dividiera en bloques antagónicos que obligarían a todos, o se intentaría hacerlo, a seguir la política de uno de los contendientes. Ése es el riesgo.
*) Salvador del Río, periodista y escritor mexicano