En el pasado lo que diferenciaba la izquierda de la derecha era el tema de la igualdad, digo en el pasado pues en la actualidad, al igual que la teoría reaccionaria del “fin de las ideologías”, propagado por un conocido autor franquista, Fernández de la Mora, hoy está de moda tratar de terminar con las fronteras entre derecha e izquierda. En las últimas elecciones europeas, las derechas y Democracias Cristianas supieron muy bien apropiarse de los postulados de la izquierda y, en base a ese ideal, triunfaron en el mismo momento en que el capitalismo neoliberal fracasara estrepitosamente – una verdadera paradoja unamuniana.
El término igualdad, que tiene mucho más prosapia histórica que la equidad, no fue siempre vista con optimismo por los autores emblemáticos: “La igualdad sea, tal vez, un derecho, pero no hay poder humano capaz de convertirla en un hecho”, escribía Honorato de Balzac; “Todos los hombres nacen iguales, pero es la última vez que lo son”, decía Abraham Lincoln; más optimista, Aristóteles sostenía que “el único Estado estable es aquel en que todos los ciudadanos son iguales”; para el autoritario Alberto Edwards, el parlamentarismo inglés era el ideal porque se profesaba la religión de la desigualdad.
En su discurso en la toma de posesión de la corona real presidencial Michelle caracterizó a la desigualdad como el enemigo principal de Chile. Ya no se habla de la siutiquería falsa de la equidad, tan usada por los traidores de la concertación.
Este gobierno deberá ser medido por los avances respecto a la igualdad. Si después de 4 años el índice gini que mide la desigualdad sigue igual al 0 52 puntos quiere decir que la reforma tributaria y educacional no han cumplido el objetivo propuesto.
Si después del cobro de impuestos el indicador gini no baja al menos al 0 ,40, quiere decir que nuevamente la concertación 2,0, llamada Nueva Mayoría, traicionó de nuevo las promesas hechas a los pobres ciudadanos que todavía le creen a pesar de la múltiples engaños de estos nuevos ricos
El Chile de 1910 era rico, pues había conquistado las dos provincias salitreras, en la guerra del nitrato. Sin embargo, para Enrique MacIver, en el discurso del Ateneo, en 1900, esta riqueza había traído el veneno, provocando la crisis moral: se perdieron todos los valores austeros de la república portaliana – Chile tiene más escuelas, pero menos estudiantes y la deserción escolar hacía estragos; tiene más ferrocarriles, pero no es más rico; la agricultura está estancada y la industria también, sólo el salitre nos permitía mantenernos en pie.
El profesor Alejandro Venegas denunciaba el mismo mal sobre la crisis moral: el Norte salitrero está dominado por jueces venales, especuladores y agiotistas; el agua del Norte tenía un sabor repugnante; en el Chile de 1910 sólo hay ricos y pobres; la educación era desastrosa en todos sus niveles. Para Nicolás Palacios Chile se había corrompido por la inmigración latina; él admiraba al “roto chileno “que conoció cuando trabajaba en las minas del Norte, que era un mestizaje entre rubios – primeros habitantes de España y los araucanos-. Para Luís Emilio Recabarren, en “Ricos y pobres”, conferencia dictada el 5 de septiembre de 1910, en Rengo, los pobres no tenían nada que celebrar en el Centenario; las cárceles, al igual que la penitenciaría actual, eran verdaderas escuelas del delito, donde se practicaba la sodomía; los eran víctimas del alcohol, la prostitución y practicaban una religión pagana, cuya mejor expresión era “el velorio del angelito”; los salarios perdían cada día su valor a causa del papel moneda, que provocaba la inflación.
En 1879 el peso equivalía a 48 peniques; en 1910, a once peniques; la huelga que llevó a la matanza de Santa María de Iquique puede ser llamada la huelga de los dieciocho peniques, pues los obreros del salitre pedían esta equivalencia con el peso. Los partidos políticos eran un verdadero desastre: no tenían más ideología que la lucha religiosa, que separaba a radicales de conservadores; los cargos de diputado y senador se compraban y el pueblo era cohechado, y los “siervos de la gleba” eran acarreados por sus patrones; bastaba tener un fundo o un banco para ser nominado ministro o parlamentario.
Por cierto, las cosas en 2013 han cambiado, sin embargo, el sistema electoral es igual al propuesto por Alberto Edwards, en 1911, (ver las memorias de mi abuelo, Manuel Rivas Vicuña). Hoy el cohecho no es tan visible: no hay acarreos – al parecer- no hay choclones en las secretarías de las candidaturas, no se le da al elector la mitad de un billete – para reservar la otra mitad cuando gane el candidato- no se rifan caballares o vacunos, como lo hacía el candidato balmacedista Zañartu- todo esto gracias a la ley electoral, aprobada por el Bloque de Saneamiento Democrático, durante el gobierno de Carlos Ibáñez.
Los senadores y diputados saben muy bien, muchas veces antes, cuántos votos van a obtener; “están todos encuestados, empadronados y fichados”, como me decía una pobladora. Con el sistema binominal lo único que importa es tratar de asegurar algunos distritos o circunscripciones donde puede producirse un doblaje.
Estamos en plena crisis de representación y no me atrevo a asegurar si es similar a la de 1910 que, como sabemos, en los quince años posteriores llevó al derrumbe del sistema político, por la intervención militar de 1924; lo que sí no me cabe duda es que, a pesar de la estabilidad de los sistemas políticos – que decaen mucho más tarde que los individuos- hay un momento en que la crisis de representación se hace insoportable para los ciudadanos; lo imposible de medir es el tiempo en que estas crisis transcurre
El Chile desigual se hace cada día más insoportable sin un cambio radical del modelo vigente y una nueva constitución surgida de una asamblea constituyente el Chile neo liberal gestionado por los nuevos y antiguos plutócratas esta condeno una permanente crisis de legitimidad democrática
Rafael Luís Gumucio 14 03 2014
* Abraham Lincoln