El vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, se refirió “a épocas pasadas cuando hombres fuertes gobernaban usando la violencia y la opresión”. Y lo dijo en Chile. Pero no se refería a Pinochet. La declaración no formó parte de un pedido de disculpas, por parte del Estado que representa, por el ya reconocido apoyo de los Estados Unidos al golpe de Estado contra Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973.
Los documentos desclasificados, y las declaraciones y confesiones de muchos de los protagonistas de entonces no dejan lugar a dudas: el golpe de Estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende fue pensado, diseñado y perpetrado por la CIA en complicidad con empresarios estadounidenses y chilenos. A partir del golpe, Estados Unidos alentó, apoyó y encubrió las matanzas del genocida Augusto Pinochet.
Todas las acciones previas al golpe, sabotajes, atentados, guerra psicológica (con apoyo de los medios), guerra económica (inflación y desabastecimiento) fueron asimismo pergeñadas y ejecutadas por la CIA. Se hicieron actos terroristas y se lanzó una campaña de lavado de cerebros masiva que prendió especialmente en ciertas porciones de clase media que salieron a protestar con cacerolas, quejándose del desabastecimiento, el caos y la inflación.
Pero no. Joe Biden llegó a Chile este lunes para participar de la ceremonia de asunción de Michel Bachelet y sus declaraciones nada tuvieron que ver con un pedido de disculpas por haber propiciado uno de los genocidios más feroces de los tantos que se perpetraron en América latina con el apoyo de los Estados Unidos. No, nada de eso. Todo lo contrario.
Biden llegó a Chile con ínfulas de representante de un Imperio. Llegó al patio trasero de los Estados Unidos. Habló con tono neocolonial. Y cuando habló de “épocas pasadas cuando hombres fuertes gobernaban usando la violencia y la opresión” no se refirió a Pinochet ni a ninguno de los dictadores genocidas apoyados y financiados por Estados Unidos. No: se refirió a un presidente elegido por su pueblo en forma democrática, legal y legítima. Se refirió al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
“La situación en Venezuela me recuerda a épocas pasadas, y los derechos humanos, la hiperinflación, la escasez y la extrema pobreza causaban estragos en los pueblos del hemisferio”, sostuvo Biden en una entrevista.
“Maduro ha tratado de distraer a su pueblo de los temas más importantes que están en juego en Venezuela al inventar conspiraciones totalmente falsas y extravagantes sobre Estados Unidos”, señaló el vicepresidente dando muestras de un grado de cinismo con pocos precedentes. Las declaraciones, además, las realizó ante el diario El Mercurio, partícipe fundamental en el golpe de Estado de 1973.
El gobierno que integra Biden incumple innumerables resoluciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre los Derechos Humanos. Estados Unidos mantiene abierta la cárcel de Guantánamo, ilegal, repudiada por todos los organismos multilaterales. Más que una cárcel es un campo de concentración donde se mantiene prisioneros, en condiciones infrahumanas, a acusados que ni siquiera fueron juzgados. Es más: algunos fueron declarados inocentes, pero siguen allí. El propio presidente Barack Obama prometió cerrar Guantánamo. Y no sólo no cumplió sino que se permite opinar sobre la situación de los derechos humanos de otros países, como excusa para promover golpes de estado contra gobiernos democráticos legalmente elegidos por las mayorías populares.
Biden aprovechó la oportunidad para alimentar el viejo mito de la derecha que describe un Chile idílico, ordenado y democrático. El mito, en realidad una falacia lisa y llana, olvida que el sistema económico, político y social chileno sigue encorsetado en la matriz pinochetista impuesta a sangre y fuego a través del genocidio propiciado por los Estados Unidos.
Esto lo tienen muy claro los jóvenes militantes chilenos y el movimiento estudiantil, que lejos de firmarle un cheque en blanco a Bachelet ya le marcaron la cancha: si no cumple con las reforma prometidas, vuelven a las calles a protestar. Difícilmente Bachelet pueda cumplir con todas las reformas que prometió en la campaña (reforma educativa, reforma impositiva, reforma constitucional). Y la dificultad está en la mencionada matriz pinochetista, un complejo entramado legal que sólo hace posible alguna que otra reforma superficial, cosmética.
Justamente, este corset pinochetista que atenaza a la sociedad chilena fue el que recibió los elogios del representante imperial: “Chile es el perfecto ejemplo de una transferencia democrática del poder. La tradición económica y democrática de Chile nos enseña a todos que el pragmatismo, no la ideología, es el secreto para el éxito”, dijo.
“No es coincidencia que Chile haya usado la democracia y un mercado abierto para crear nuevas oportunidades para los ciudadanos, y nosotros esperamos seguir trabajando con el gobierno de Chile”, agregó el vicepresidente de los Estados Unidos, al tiempo que destacó las buenas relaciones que su país mantiene con Chile e hizo hincapié en la necesidad de seguir avanzando en tratados comerciales como el Acuerdo de Asociación Transpacífico.
Y para completar el cuadro, para hacer todavía más patética la escena de representante imperial en el patio trasero, Biden vino con espejitos de colores. Ofreció una preciada galletita a los pobres colonizados: el vicepresidente norteamericano anunció además en que a partir del próximo 1º de abril los chilenos que viajen a su país por turismo o negocios podrán hacerlo sin visado. La alta burguesía chilena, los que viajan seguido a Miami a hacer compras y a aprender qué maravilloso y organizado es el gran país del Norte, podrán hacerlo sin tener que visitar la embajada, la misma embajada desde donde se monitoreó el golpe de estado de 1973 y se condenó a muerte y desaparición a miles de chilenos.
Biden sabe que no hay mejor cosa que el visado automático para tener contentos a sectores de clase media que compran cacerolas, buenas y baratas, en Miami, y las utilizan, entre otras cosas, para salir a la calle a desestabilizar gobiernos populares.