Nunca he creído que Bachelet fuera a cumplir su programa de gobierno, sin embargo, me parece muy hábil la forma en fue presentado a la ciudadanía, y que le valió el apoyo mayoritario de los electores que, en la segunda vuelta, concurrieron a las urnas. Los tres ejes fundamentales de la propuesta, reforma tributaria, educación gratuita y universal y nueva Constitución, correspondían a un diagnóstico correcto y a las tareas que había que llevar a cabo en un país desigual y en medio de crisis de representación política, de legitimidad y de credibilidad.
El nuevo escenario económico al cual asistimos, que nos lleva al peor de los mundos posibles – bajo crecimiento, de 1,5%, y alta inflación, del 0.5%, en febrero, le servirá a Bachelet de excusa para postergar o plantear un reforma tributaria que no toque, esencialmente, el FUT, lo cual conduciría a una “reformita” – así en diminutivo y todo – que dejaría muy contentos a los empresarios, que constituyen la base fundamental de apoyo del gobierno de Michelle Bachelet. El aumentar de 20% a 25%, incluso al 28 – que nunca se atreverá a proponer – es pan comido para los ricos que, por lo demás, cuando invierten por ejemplo, en Perú, Colombia o en cualquier otro país de América Latina, los inversionistas lo pagan gustosos y agradecidos.
Esta reforma tributaria a lo “gatopardo” no alcanzaría a recaudar, si siquiera, tres puntos del PIB, por consiguiente, el gobierno no podría solventar los gastos de una reforma educacional que propendiera a la gratuidad y al reforzamiento de la enseñanza pública. De la salud, mejor ni hablar, pues los hospitales seguirán siendo la escoria y la atención a los pacientes, miserable. En estos dos aspectos fundamentales en la vida de los ciudadanos, la desigualdad continuará acrecentándose: hospitales para ricos y para pobres y escuelas con “números” y con nombres de santos.
A los que creyeron en la milagrosa virgen del Carmen, capaz de solucionar, de una plumada, todos los problemas de Chile, se les dirá que hay que esperar la venida de mejores tiempos: que Chile retome el crecimiento y contenga la inflación y entre tanto, ella se disculpará ante sus electores diciendo que, desde lo más íntimo de su maternal corazón ella desea educación gratuita para todos y, en salud, hospitales dignos para todas las personas y, sobre todo, mayor igualdad, pero que, por desgracia fortuita, tendrá que esperar la llegada de mejores tiempos de bonanza.
Poco a poco, las ilusiones despertadas en los corazones de los cándidos votantes de Bachelet, empezarán a enfriarse junto con la venida del invierno y harán evidentes verdades obvias, que estaban latentes, por ejemplo, que la Concertación es lo mismo que la Nueva Mayoría, que el ingreso del Partido Comunista al gobierno no cambia, en absoluto, el carácter neoliberal de la Concertación que, una vez logrado el objetivo de haber elegido a Bachelet, los Partidos políticos del conglomerado seguirán dominándola con el dedo meñique y que, como era obvio, se han repartido los cargos públicos a su amaño, mientras la Presidenta electa veraneaba.
En la democracia representativa, una vez que se ha votado por un determinado candidato y, luego, te engaña al incumplir el programa propuesto, nada legal se puede hacer para revocar su mandato: la elegida o el elegido puede desempañarse a su antojo, durante los cuatro años de su mandato, sin que el elector pueda decir nada respecto al desempeño del mandatario y, así, lo único que le resta es la calle, como forma de manifestar su desagrado ante el incumplimiento de lo prometido: Desafortunadamente, este panorama lo vamos a ver repetido durante el período de gobierno de Bachelet. Como lo acertó Marco Enríquez-Ominami, “ser candidato con promesas y gobernar con explicaciones”. Mientras la “caterva vencejos” – al decir de un poeta de Cartagena de Indias, Luis Carlos López – siga votando por el duopolio, continuaremos como mozos del neoliberalismo, que nos impone a sus “gamonales”, y sigamos la fiesta Bachelet-Piñera y viceversa.
Rafael Luis Gumucio Rivas
08/03/20