Noviembre 26, 2024

La guerra fría aún no se acaba

La crisis en Ucrania pone en evidencia la creciente distancia que separa el bloque occidental de Rusia. Desde que colapsó la URSS, en 1991, el mundo occidental bajo el liderazgo de Estados Unidos se fijó como prioridad estratégica no permitir nunca que Rusia se levante nuevamente como una superpotencia mundial. Estados Unidos desarrolló una estrategia de contención para obligar a sus aliados de la UE y de la OTAN a establecer toda una red de acuerdos políticos, comerciales y militares para impedir a Rusia de jugar nuevamente un papel de contrapotencia mundial de Estados Unidos. En los años 90 los ex miembros de la URSS entraron en la OTAN y Washington presionó a la UE para admitirlos como nuevos socios, desvirtuando así el espíritu originario de la construcción europea.

 

Está claro que para el gobierno estadunidense los espacios cubiertos par la UE y la OTAN deben coincidir. Desde los 90, la prioridad para los occidentales era obligar a Rusia, derrotada ideológicamente y debilitada económicamente pero todavía superpotencia nuclear, a una cierta conducta, en particular sobre el desarme convencional, a cambio de un acercamiento con las economías occidentales. Se creó la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) en 1995, para tratar los temas del desarme convencional y de las fronteras a la periferia de Rusia. Desde entonces, el bloque occidental considera que las ex republicas soviéticas, desde el mar Báltico hasta China, son una extensión del espacio oeste-europeo, y por lo tanto entran en la zona de intervención de la OTAN, lo que molesta fuertemente a Moscú. En 1994, para acabar definitivamente con la bipolaridad del mundo y no dar a Rusia el estatuto de potencia global, el G7, verdadero centro de poder ideológico, político y económico del mundo (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Japón, Canadá), decidió crear un foro específico de diálogo con Rusia, el G-8. El G-8 está concebido para neutralizar a Rusia e imponerle ciertas reglas sobre seguridad mundial, nuevas amenazas, desarme, proliferación nuclear, terrorismo, etc. A pesar de este trato humillante y discriminatorio, Rusia siempre ha dado buenas muestras de colaboración. Sin embargo, los occidentales le tienen profunda desconfianza, en especial porque los nuevos socios de la OTAN-UE de las repúblicas ex soviéticas se sienten vulnerables frente a supuestas pretensiones expansionistas rusas.

 

Rusia, por razones geográficas, necesita estados-tapones amigos o por lo menos neutrales al oeste de su frontera. En una actitud muy prepotente, Washington le niega a Rusia el derecho de garantizar su seguridad territorial en su periferia y se sorprende de que Moscú se sienta cercada por países miembros de la OTAN, organización militar que no ha dejado de fortalecerse después de la dislocación del Pacto de Varsovia. Estados Unidos considera que él es el único que tiene derecho de organizar el mundo post-soviético en función de sus intereses nacionales, desplegar bases o misiles según las necesidades del momento (Europa, Pacífico), actuar con o sin el permiso de la ONU (Afganistán, Yugoslavia, Irak, Libia, Siria…) Es la ley del más fuerte. ¿Con qué legitimidad o autoridad moral Obama puede proclamar que Rusia está del lado incorrecto de la historia?

 

Rusia es un país euroasiático con tradiciones políticas orientales ajenas al los patrones occidentales, nos guste o no. El pueblo ruso tiene raíces milenarias y una relación muy especial con el poder, la autoridad y la religión ortodoxa, siendo al mismo tiempo rebelde y amante de la libertad. En 20 años, las prácticas democráticas occidentales no han permeado todas la capas de la sociedad rusa, que desde el siglo XIII siente en su mayoría la necesidad de tener un poder autocrático fuerte detrás de los muros del Kremlin, nacionalista y paternalista. El amor a la patria (Ródina), a la tierra (Ziemlia), es un cimiento que los occidentales no ven y no entienden. Las discusiones entre slavófilos y occidentalistas que se dieron lugar en Rusia en los siglos XIX y que hoy dividen a Ucrania y al mundo eslavo están todavía muy presentes. El pueblo ruso está convencido de su genio y de su vocación de servir de puente entre Europa y Asia, cuestiona profundamente la autoproclamada misión civilizadora de Occidente y rechaza el capitalismo mercantil representado por oligarcas corruptos apoyados por Occidente. Los pueblos de la ex Unión Soviética recuerdan todavía con emoción y orgullo la Gran Guerra Patriótica (Velikaya Otechestvienaya Voyna), que les costó 20 millones de muertos sacrificados para salvar la madre patria. Están muy resentidos por la falta de reconocimiento de los europeos por este sacrificio que permitió, tanto como el desembarco estadunidense, liberar a Europa del yugo nazi. Desde la desaparición de la URSS, Rusia se siente herida y humillada por Occidente. Quiere recuperar su estatuto de gran potencia y que sean reconocidos sus derechos legítimos de seguridad en sus fronteras terrestres y marítimas. Nunca va a aceptar mutilarse perdiendo su base naval en Sebastopol. Es un puerto estratégico que le da salida al mar Negro y al Mediterráneo. Tampoco va aceptar el despliegue de los misiles del escudo de la OTAN que apuntan directamente a su territorio.

 

Putin utilizó en los últimos días los mismos argumentos que Estados Unidos y sus aliados para justificar sus acciones en Crimea: proteger la seguridad de sus ciudadanos. E invoca el precedente creado por Occidente en Yugoslavia y Kosovo para pedir un referendo en Crimea o en otras partes de Ucrania. Un referendo podría decidir la autonomía de Crimea o de otras provincias pro rusas, o su independencia, o su reincoporación a Rusia. Vladimir Putin es un gran estratega, formado en la escuela diplomática soviética, como su brillante canciller Serguéi Lavrov. Él sabe muy bien hasta dónde ir, hasta dónde su política es la expresión de un consenso nacional y patriótico y que en los territorios de la ex Unión Soviética hay todavía mucha nostalgia por la grandeza perdida. Sabe que los países europeos nunca se van a lanzar en operaciones militares contra Rusia y que no están dispuestos a sacrificarse par ayudar a Ucrania. Los países occidentales deberían recordar la crisis de Georgia en 2008. Rusia desplegó un potente aparato militar para parar lo que consideraba como una agresión intolerable a su integridad territorial y poner un hasta aquí a una aventura irresponsable fomentada por Occidente.

 

En Europa occidental hay divergencias frente a la crisis ucrania. Varios países dependen del petróleo y el gas rusos. Alemania tiene muchos compromisos con Rusia. Los halcones estadunidenses no entienden la prudencia de muchos gobiernos europeos frente a Rusia, se enojan y los insultan. La UE, desgarrada entre sus intereses estratégicos con su gran vecino europeo y su temor de disgustar a su mentor transatlántico, muestra su extrema debilidad. Su política exterior es inconsistente. Putin, no sin razón, advierte a Occidente que las sanciones económicas perjudicarán a los que las promueven y que Rusia puede vivir sin el G-8. En el Consejo de Seguridad de la ONU Rusia tiene derecho de veto. China adoptó una actitud sumamente cautelosa. Sabe que oscuras fuerzas occidentales echan leña al fuego en Xin Qiang y en Tíbet, como lo hicieron en Ucrania, para provocar un desmantelamiento de su territorio o por lo menos crear caos para frenar su inexorable desarrollo como potencia. Por esto China llamó al cese de las injerencias extranjeras en Ucrania. Es un mensaje a Estados Unidos.

 

El enemigo del bloque occidental ahora no es el comunismo, sino todos los pueblos no occidentales (los BRICS, ALBA, Unasur, Venezuela…) que potencialmente cuestionan el orden unipolar del mundo. Obstaculizar el desarrollo de Rusia y China son las dos prioridades estratégicas de Washington para mantener su liderazgo mundial. Es una conducta muy irresponsable. La guerra fría no se ha acabado.

 

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