Hace ya sentido común que no seguiremos rigiéndonos por una constitución impuesta por una junta militar dictatorial en el marco de la guerra fría porque los chilenos tenemos en abundancia la madurez política para dotarnos de una autentica carta magna democrática.
No se trata sólo de repudiar un instrumento ilegítimo en su origen, sino de alcanzar estándares mínimos de toda democracia. La situación se hace intolerable.
1.- En los temas más importantes, por esto de los quorums, la minoría le gana a la mayoría en el parlamento. El sistema binominal llega al irritante absurdo que la primera mayoría en las parlamentarias en el distrito de Maipú, Cerrillos, Estación Central, la ciudadana Marisela Santibáñez no resulte electa; paralelamente es senador el conservador Carlos Larraín, que se designó a si mismo en el living de su casa,
2.-El Estado no puede actuar en la economía por prohibición constitucional. No hay ninguna constitución en que una política económica determinada – en este caso la neoliberal – tenga protección constitucional. Hay enormes estructuras del poder público, como el poder judicial y el ministerio público, que no tienen ningún control ciudadano.
3.- El parlamento lucra impúdicamente del erario nacional y no existe forma legal de ponerle término a estos abusos.
4.- La actual constitución no garantiza ningún derecho social, educación, previsión, salud, trabajo, medioambiente, cultura.
El clamor popular por una nueva constitución está ya desatendido por la nueva coalición de gobierno. Sólo, y quizás, en el segundo semestre de este año acuerden una ley para preguntarles a los chilenos en cuatro años más – nosotros los casi-ciudadanos- si consideramos necesaria una reforma constitucional, una reforma.
Pinochet y Jaime guzmán no han podido tener mejores albaceas políticos.
El clamor por una Asamblea Constituyente, dadas las condiciones descritas, que sólo podrá ser auto convocada, crece y toma forma. Es ya un proceso político en curso.
Amplios sectores que alcanzarán una extensión y convocatoria enorme darán a conocer en fechas próximas convocatorias que apuntan a poner término a esta interdicción a que nos tienen sometidos los políticos profesionales. Muchos ciudadanos ya se han puesto al servicio desinteresado de tan noble causa. La soberanía vuelve al pueblo sí o sí.
No habrá otro 1989 en que los chilenos tuvimos que elegir entre Pinochet y un pinochetismo sin Pinochet en primera fila, situación que se prolonga hasta hoy.
La Asamblea Constituyente autoconvocada viene desde lo más profundo de nuestra historia, de las voluntades de un pueblo que especialmente en la dignidad de las jóvenes generaciones no puede estar atado a los mandatos de un pasado aborrecible e ilegitimo como fue el de la dictadura militar.
Chile somos todos, la hora de la democracia de millones ha llegado.
ROBERTO AVILA TOLEDO