A eso de las 14:00 hrs., mientras algunos votantes almorzaban en La Factoría, llegó un numeroso grupo de jóvenes que sacó varias sonrisas. Claramente pensaban en que podían ser comensales. Pero esa sonrisa se desvaneció rápidamente cuando, en vez de sentarse en las mesas disponibles, estos jóvenes saltaron las rejas que colindan con el comando de la Nueva Mayoría.
Entonces, las escenas que mostraron los medios fueron las mismas: los secundarios encabezando los titulares por varias horas, irrumpiendo en los noticieros de la tarde, que hasta ese entonces cubrían con relativa tranquilidad la primera vuelta.
Pero no es casualidad que sean los escolares –una vez más– el fantasma que ronda a Bachelet. El 2006 se abrió un ciclo de movilizaciones con los pingüinos, y durante el 2011, 2012 y 2013, continuaron generando debate con diversas temáticas. Desde la demanda de la renacionalización del cobre posicionada el 2011 en una marcha realizada en conjunto con la UTEM, como el llamado a “no prestar el voto”; polémicas que se levantaron a través de acciones diversas, como, por ejemplo, la toma del comando de la hoy electa Presidenta de la República.
Más allá del contenido de las demandas, es la visión de mundo o el paradigma que las inspira donde se difiere definitivamente con la élite política. La raíz del discurso proviene de un cuestionamiento a la forma en que se hace política, entendiéndose lo político por el cómo determinamos nuestra forma de vivir. Estas contradicciones se traslucen con notoriedad al momento de poner en práctica los cambios que se proponen.
Por una parte, la Nueva Mayoría propone el reemplazo del sistema municipalizado en la educación por uno con servicios locales articulados en un Servicio Nacional que sirva como puente con el Mineduc, dando la impresión de una descentralización, pero en manos de sostenedores capacitados para la administración de la educación. Pero si uno examina con ojos críticos la participación de la comunidad, sigue siendo consultiva. Es decir, el protagonista seguiría siendo la institucionalidad, cuya composición interna representa intereses de una élite al interior de nuestra sociedad. En términos simples, los cambios son constructos instalados desde “arriba hacia abajo”, con una comisión de técnicos, expertos y capacitados para realmente tomar las decisiones de las verdaderas mayorías. Vulgarmente hablando, las comunidades educativas y territoriales no son suficientemente aptas para gobernarse, para decidir sobre sus vidas. Es exactamente el mismo argumento que indirectamente ocupa Rodolfo Carter para invalidar los esfuerzos de la comunidad educativa de la Escuela Comunitaria República Dominicana por proponer una educación pertinente a sus necesidades y evitar así el cierre de su establecimiento, claramente más precario al acusar de narcotráfico a sus protagonistas. La misma lógica con la que se fraguó la traición a los pingüinos el 2006, al excluirlos finalmente de la decisión y lanzando la LGE.
¿Entonces a qué se enfrenta Bachelet este 2014? A dos mundos irreconciliables, uno que empuja desde abajo, con una clara autonomía de la institucionalidad diseñada por esta contraparte que con un alto porcentaje de abstención –y otro tanto porcentaje abismante de desconfianza– tendrá que gobernar los próximos 4 años.
Cada reforma aprobada no será ganancia de la Nueva Mayoría, porque no lograrán con esto frenar movilizaciones. Éstas serán producto de la fuerza expresada por este sector, y cuya capacidad de organización y estructuración refleja la creación de una institucionalidad distinta, propia de los movimientos sociales y sin ningún vínculo con la institucionalidad del duopolio. No bastará con mover dirigencias sociales que militan con la Nueva Mayoría para que disputen estos espacios. No será suficiente con una Cones, un Colegio de Profesores o una CUT. Menos aún con una Confech que ya expresó su voluntad y diferencias con esta nueva administración.
El movimiento estudiantil y social se ha transformado en uno político, con propuesta en mano. El control comunitario o control social no es solamente un titular en la propuesta educativa de la ACES; es también un horizonte con diversas adaptaciones desde el campo popular, que empodera a las comunidades territoriales y educativas por sobre la administración legal, marcando un ritmo distinto con la política institucional. Los movimientos sociales han tomado conciencia de los límites del sistema. Sus reclamos hoy señalan la urgencia de cambios estructurales, pues requieren del fin del lucro en la educación, en la salud y en la previsión, el término del Plan Laboral y la recuperación para los chilenos del agua, del cobre, del mar, entre otros.
En Chile, la dignidad y conquistas de su pueblo fueron consolidadas con estas lógicas de construcción… llámense cambios revolucionarios o transformaciones estructurales, y el temor del gobierno que asumirá es que éstas lleguen a concretarse; y que las comunidades que hoy sufren con el neoliberalismo chileno desplacen del poder a las élites políticas y económicas con elegantes apellidos. Los secundarios –junto al movimiento social– estarán tomándose más que solamente los colegios el próximo año. Chile será un país ocupado por sus habitantes y reales dueños, el pueblo chileno.