Con la segunda vuelta, han terminado las elecciones iniciadas el 17 de noviembre. La Concertación, hoy bajo la marca Nueva Mayoría, ha triunfado, logrando con éxito reorganizarse después de su derrota de 2010.
El éxito de la Concertación/Nueva Mayoría está dado por su capacidad de recuperar su votación histórica, instalando un nuevo relato político que ha hecho sentido entre sus bases de apoyo, confundidas y sin rumbo después de la derrota electoral frente a Piñera. Durante los primeros meses de la administración Piñera, la Concertación era un fantasma político, aquejado de fuertes divisiones e incapaz de instalar una estrategia coherente de oposición al gobierno de la Alianza.
Lo que vino a cambiar ese cuadro fueron las grandes luchas populares de 2011-2012, en particular la gran rebelión estudiantil de 2011. El quiebre del “sentido común neoliberal” y la instalación de demandas, como la exigencia de educación gratuita, que provocaban trizaduras profundas en la lógica sistémica, desgastó políticamente a la Alianza y su gobierno, los que, aferrados a una lógica neoliberal ortodoxa, chocaron violentamente con el nuevo sentido común popular instalado por las luchas sociales.
Es en ese contexto que la Concertación logra “reinventarse” políticamente, incorporando al Partido Comunista, más la vuelta al redil de los desprendimientos que, hoy bajo nuevas etiquetas como MAS e Izquierda Ciudadana, salieron en distintos momentos del conglomerado. Esta operación de aggiornamientotuvo como eje central la construcción de un nuevo relato político centrado en torno a la idea del “nuevo ciclo”, que en términos breves consiste en que, hasta 2011, no se podían realizar modificaciones profundas al modelo capitalista neoliberal, que lo que se hizo era lo que se podía, dada esas circunstancias, y que ahora se abre un nuevo ciclo político en el que sí se puede. Para darle credibilidad a este nuevo relato, se inventó la marca “Nueva Mayoría”.
¿Qué tiene de nuevo la Nueva Mayoría? ¿Es cierto lo del “nuevo ciclo político”? Y, si la Nueva Mayoría tiene efectivamente algo nuevo y es verdad que hay un nuevo ciclo, ¿en qué consistirían esas novedades? Para responder a estas interrogantes, es necesario remontarse en la historia política reciente y examinar el rol de la Concertación en la legitimación y profundización del modelo político, económico y social pinochetista, proceso que comienza en la segunda mitad de los años 80, liderado por la Democracia Cristiana.
La DC nació a la vida política con el objetivo histórico de modernizar el capitalismo chileno. Lo intentó al llegar al gobierno en 1964, pero las contradicciones y la profunda lucha de clases que atravesaba el país en ese periodo le impidieron estabilizar su solución modernizadora. Sería la dictadura, tras la derrota de la Unidad Popular, la que conduciría ese proceso de modernización capitalista. La DC se encontró así con un régimen cuya obra modernizadora compartía, pero al que se oponía en el plano político porque aquél no era capaz de dotar de legitimidad social a esa obra. La salida negociada a la dictadura fue la solución concordada por la DC, EE.UU. y los militares para preservar la “obra” del régimen militar y dotarla de una nueva legitimidad. Los años 90 fueron los de despliegue de esa estrategia de legitimación y profundización, basada tanto en los intereses de clase de partidos burgueses, como la DC, y cuadros del PS convertidos en intermediarios del gran capital, como Enrique Correa y Ernesto Tironi, así como en la cooptación de la gran masa concertacionista por la vía de su incorporación al aparato estatal y sus redes clientelares construidas durante la dictadura.
El mundo “progresista” desarrolló en los 90 los vínculos necesarios con el empresariado para transformarse y validarse como alternativa a la DC en la conducción del aparato estatal. Dirigentes políticos como José Antonio Viera-Gallo y Ricardo Solari fueron símbolos de este proceso, alternando entre los cargos públicos y los directorios de importantes sociedades anónimas. Este fue un proceso de alcance internacional que involucró a todo el mundo socialdemócrata, desarrollando su propia versión de la ideología capitalista neoliberal, una alternativa menos ortodoxa llamada “tercera vía”.
Michelle Bachelet, Camilo Escalona, Osvaldo Andrade y otros dirigentes socialistas, entonces de segundo nivel, pertenecientes al ala “radical” de la Nueva Izquierda, fueron los últimos en subirse a ese carro. Desde esa plataforma fueron “ascendiendo” y estableciendo las relaciones necesarias con el mundo de los grandes empresarios para convertirse en relevo político confiable, asumiendo la conducción del país en el cuatrienio 2006-2010.
De este modo, la fracción “progresista” de la elite concertacionista pasó poco a poco de ser sólo intermediaria política por cooptación, a integrarse desde la periferia de la burguesía como cuadros orgánicos del gran capital. El hijo mayor de Bachelet, con su colección de automóviles de lujo “Lexus”, es un ejemplo, dedicado a la asesoría de inversores extranjeros a partir de los vínculos desarrollados en su paso por la Dirección General de Relaciones Económicas (Direcon) del Ministerio de Relaciones Exteriores cuando su madre era presidenta.
Esta participación periférica dentro de la gran burguesía es la base objetiva desde la que se pueden evaluar las perspectivas políticas de la Concertación/Nueva Mayoría en el periodo que ahora se abre. Ese es el elemento constante, que no cambia con el “nuevo ciclo” y que permite entender los elementos novedosos del escenario.
Lo verdaderamente nuevo es la irrupción y emergencia del sujeto popular con las grandes movilizaciones de 2011-2012 y las trizaduras que abre en el discurso y el sentido común dominantes hasta ese momento. En ese contexto, la fracción política “progresista” del bloque dominante es capaz de determinar y hacerse cargo de la necesidad de introducir modificaciones en el modelo capitalista neoliberal, sin tocar sus fundamentos, para relegitimarlo.
A diferencia de la fracción conservadora del bloque dominante, de raigambre pinochetista, la fracción progresista no tuvo necesidad política de los amarres y aspectos más abusivos del modelo, en especial en el plano político constitucional. Nunca se sintió incómoda con ellos -y por eso nunca intentaron seriamente cambiarlos-, pero llegada la nueva coyuntura, no tienen dependencias como para que sacrificarlos les suponga un perjuicio político, a diferencia de partidos como la UDI, que medraron al amparo de los amarres constitucionales.
Los límites político-estructurales de la Nueva Mayoría son, por lo tanto, cambiar lo suficiente como para volver a reconstruir la legitimidad y la gobernabilidad del capitalismo neoliberal y a la vez, no cambiar demasiado como para arriesgar las bases del patrón de acumulación capitalista primario-exportador. En esto reside la novedad de la Nueva Mayoría: en que, ante la deslegitimación social del modelo, se ve obligada a introducir modificaciones a aspectos cruciales del ordenamiento político económico y social, buscando a la vez conservar la esencia del capitalismo neoliberal.
Ello implica la necesidad de cooptar y desmovilizar al movimiento social que ha emergido en los últimos años. Una pieza clave para esta tarea es la incorporación del Partido Comunista a la Concertación/Nueva Mayoría, pues les da los vínculos con el movimiento social necesarios para llevar adelante la domesticación político-social. A cambio, el PC puede sacar mayores réditos políticos de los 300 mil votos en que su votación se ha estancado desde hace aproximadamente una década, en forma similar a como el Partido Radical ha sacado dividendos de su participación minoritaria.
Hay un elemento clave para este ascenso de la Concertación/Nueva Mayoría: la ausencia de alternativas políticas. El derrumbe de la derecha por un lado y la incapacidad de la Izquierda de levantarse como alternativa válida, han despejado el camino para este aggiornamiento. Como base de todo ello, la debilidad del movimiento social y en especial de los trabajadores que, a pesar del crecimiento de sus luchas, están lejos de constituir un factor de peso en el escenario político.
Esto, además, coincide con un proceso de renovación dentro de la elite concertacionista/nueva mayoría. Ante el desprestigio de los partidos y de las figuras más destacadas de la “política de los acuerdos”, como Camilo Escalona, Michelle Bachelet ha emergido como una figura cesarista por sobre los conflictos internos, que ha sido capaz de ordenar a las huestes y atraer a la masa de apoyo concertacionista.
Hay en curso, en forma paralela, un proceso de emergencia de nuevos liderazgos, tanto dentro de los partidos como de figuras de la periferia concertacionista, como Giorgio Jackson y Javiera Parada. En la medida en que provienen de la periferia concertacionista y son ajenos a los núcleos más orgánicos ligados al empresariado, estas figuras tienen un cierto margen de acción más autónomo para plantear medidas más “progresistas”, apropiándose de demandas levantadas desde el movimiento social para legitimarse, como ocurre con la educación gratuita en la caso de Jackson y de la Asamblea Constituyente en el de Parada.
Estos nuevos liderazgos, más la incoporación de figuras del ala derecha del movimiento social de 2011-2012, como Camila Vallejo, Iván Fuentes y el mismo Giorgio Jackson, permiten a la Concertación/Nueva Mayoría dotar de base a su nuevo relato político.
Reinstalada en el gobierno, la Concertación/Nueva Mayoría buscará tomar la iniciativa política desde arriba desde el primer minuto, en un movimiento de pinzas que instalará en el Congreso las iniciativas legislativas necesarias para llevar adelante sus reformas, por un lado, e intervenir activamente en el movimiento social, por el otro. Se buscará cerrar espacios a la emergencia de cualquier alternativa por la Izquierda, política que ya fue enunciada por Carolina Tohá, siendo entonces presidenta del PPD, en entrevista a La Segundaa comienzos del año 2011.
Las aspiraciones políticas de la Concertación/Nueva Mayoría son refundacionales, buscando abrir un periodo de estabilidad y gobernabilidad por otras dos décadas. Contará para ello con recursos políticos y económicos y con la iniciativa política desde el aparato estatal.
Frente a esta ofensiva por parchar las grietas del edificio del capitalismo neoliberal abiertas por las movilizaciones populares de 2011-2012, la Izquierda anticapitalista enfrenta enormes desafíos. En primer lugar, luchar por mantener la independencia del movimiento social frente a los intentos de cooptación y domesticación. Segundo, ser capaces de disputar políticamente las reformas democráticas, buscando superar los límites que necesariamente buscará imponerles la Concertación/Nueva Mayoría, ganando a amplias masas populares para romper esos límites, manejándose tanto en escenarios de lucha callejera como de disputa institucional. En tercer lugar, avanzar en grados de unidad política que le permitan expresarse como actor más o menos relevante, impulsando la lucha social e incorporando a más sectores a la lucha, en especial entre los trabajadores
IVAN VITTA (*)
(*)Publicado en rebelión.org.17/12/2013.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 796, 20 de diciembre, 2013