Sin agregar mayores argumentos, algunas voces disparan que no votar es favorecer a la derecha. Así no más, tal cual. De fundamentos válidos y legítimos, ni hablar.
Mal pensado uno, tiende a suponer que quienes levantan ese aserto dudoso y no comprobado, lo hacen por razones que tiene que ver con el lugar que podría tocarles en la repartija del día después. Eso ya sería un argumento de peso.
Haciendo esfuerzos notables por allegar más votos, no ya para ganar, cuestión que la primera vuelta ya se anuncia, sino para subir en legitimidad, la ex presidenta se viene comprometiendo a lo humano y a lo divino sabiendo que al final no va a pasar nada.
Este país está hasta el tuétano de la impunidad que permite hacer y decir lo que le salga de la champa porque al final, haga o no haga lo prometido, dará lo mismo.
Los equipos que aportan con ideas han echado mano a toda imagen gananciosa que en el mundo se haya conocido: desde JFK, hasta Obama. Pero todos sabemos que lo ofertado nunca será.
También se sabe que las correcciones al modelo sólo serán cuestiones superficiales, nada de su economía, ni de la constitución, sino medidas para morigerar algunos efectos secundarios del sistema en la vida cotidiana de las personas. Pero el fondo, que es lo que importa, va a quedar intacto. No es que deje de llover, sino que se van a repartir paraguas.
Los ideólogos de la Nueva Mayoría intentan instalar la idea que no votar es hacerlo por la derecha, en una ecuación que no admite mucho análisis en su batalla contra de los malditos abstencionistas. Es un chantaje impropio en el que algunos gustan de caer.
Pero la verdad es que los que no votan son los menos politizados de nuestros conciudadanos, para quienes los bonos de uno u otro bando, valen lo mismo cuando se hacen efectivos, y que no ven grandes diferencias entre los unos y los otros, confundidos como viven en las pantallas de televisión, los negocios y las frescuras.
Lo que se juega el domingo no es un nuevo ciclo político del que hablan con tonos de una épica propia de los estados pre revolucionarios, los aprendices de mentirosos.
El nuevo ciclo político que auguran las nuevas estrellas del arreglín y la maniobra, no es otra cosa que el remezón necesario para que el sistema pode lo que le sobra, y deje caer el lastre que la ralentiza. Es una especie de despiche para soltar la presión interna que las movilizaciones de los estudiantes crearon.
El nuevo ciclo político, la gárgara de moda, no es otra cosa que el perfeccionamiento de un viejo modelo de dominación que requiere modernizar sus estructuras, cuadros y dirigentes.
La gente tiene muchas razones para no votar, pero casi ninguna es de origen político. Creer o hacer creer que en todos los casos la abstención es una postura política es tan falso como pretender que sólo obedece a la flojera congénita del chileno medio.
Simplemente, en la gran mayoría de los casos, hay la sensación que da lo mismo una señora que otra. Y a juzgar por la experiencia de hace poco, es cierto.
En poco tiempo comenzarán las demostraciones de que así es en verdad. Las explicaciones de por qué las cosas que se ofrecieron no se pueden hacer, en breve serán adjudicadas a razones de Estado.
Las tarjetitas en las cuales a la ex presidenta le escriben sus consignas, las que no pueden expresar emociones, no serán sino un recuerdo entre los imbéciles que le creyeron.
El voto es un arma y como tal, tiene su aplicación precisa como medio de lucha. Tal como se ha hecho del fusil un ícono cuya validez requiere de ciertas condiciones, del mismo modo el voto puede resultar mucho más feroz y determinante que un kalashnikov 7.62, si se usa en el momento preciso. O se guarda para batallas más interesantes.