Es un misterio lo que ocurrirá en las urnas en la elección presidencial de este domingo, un misterio que no surge de quienes acudirán a sufragar por las candidatas en competencia, sino del conglomerado abstencionista que se negó a hacerlo en la primera vuelta. No sólo se supone que este colectivo persistirá en su actitud, sino también que será engrosado por la mayor parte de los votantes de las candidaturas impugnadoras del sistema. Lo que podría llevar la cifra de abstención a márgenes cercanos al 60%.
Por otra parte, la campaña “Marca tu Voto” ha sido intensificada y sumado el apoyo de importantes figuras del espectro político y social, pero aún así es difícil pronosticar el efecto que la campaña pueda ejercer en un colectivo tan firmemente convencido de la inutilidad del sufragio ejercido bajo las reglas del sistema binominal y de la ausencia de un programa de gobierno que sea resultado directo de la participación ciudadana y clara expresión de los intereses de ésta. Pues la verdad es que dichos ciudadanos tienen mil y una razones y sentimientos para negarse a participar en lo que consideran una farsa democrática. A este respecto creemos necesario insistir textualmente en conceptos vertidos en un artículo anterior.
La gigantesca desconfianza que 40 años de dictadura han creado y consolidado en los ciudadanos respecto del modelo neoliberal, del sistema político, del Estado, de las organizaciones políticas y patronales, de los representantes de éstas y aún, de su propia capacidad de lucha y reconstrucción social, es un obstáculo difícil de superar. Ya nadie cree en nada ni en nadie y no hay tampoco grupo social, institución o entidad política que pueda ofrecer garantías de credibilidad y fidelidad ciudadanas. Es el resultado natural y lógico de la vigencia de un sistema autoritario y abusivo, carente de principios éticos y sociales, creado deliberadamente para la hegemonía y el enriquecimiento de una élite política y empresarial sin escrúpulos, la cual considera a la gran masa ciudadana sólo como la plataforma necesaria para la mantención y la servidumbre de su particular sistema de priviliegios. La reconstrucción de cualquier grado de confianza entre éste y los ciudadanos ha devenido prácticamente imposible.
Sin embargo, pensamos que la ofuscación contestaria expresada en la abstención es un método equivocado de rebelión pues omite algunas peculiaridades del asunto. Esto es que el voto no emitido, es decir, no realizado, pretende expresar una opinión política contraria al sistema, pero ésta es inmolada automáticamente en el propio ausentismo sufragista. No hay opinión, sólo una reacción emocional válida y hasta elocuente, pero sin objetivos políticos. Y es natural que así sea, pues la abstención no declara ni afirma nada y deriva en un “no-acto” sin efecto político alguno. Tampoco existe ley o reglamentación que valore de alguna manera el abstencionismo y le conceda alguna significación. Quedarse en casa y no sufragar no crea ningún impacto, no tiene ninguna trascendencia y no sirve absolutamente para nada, que es lo que ya ocurrió con las abstenciónes anteriores, aún alcanzando un nivel de un 60%. Aparte de su carácter anecdótico, dichas abstenciónes no han dejada nada tras de sí desde un punto de vista político y social y la verdad es que a pocos les ha importado algo más que un comino.
De lo que debemos deducir que, habiendo razones y motivos valederos que alientan la abstención, esta deviene finalmente en una acción carente de inteligencia. Lo que se prueba de inmediato por la contradicción entre propósitos y resultados. Su único resultado mensurable es el aumento proporcional del poder político del sistema que se pretende cuestionar. Y no hay modo de vislumbrar de qué manera la abstención contribuye a modificar la realidad política que se pretende rechazar.
Quéramoslo o no, nos guste o no nos guste, somos parte de un sistema político y de convivencia social y jurídica, que seguirá existiendo y afectando nuestra vida personal, ya sea considerando o prescindiendo de nuestras propias opiniones. El remedo de democracia que tenemos, a diferencia de la dictadura armada anterior, nos da la oportunidad -limitada y todo- de dar voz y valor a nuestros pensamientos y opciones a través del sufragio. Por tanto, si no estamos proponiendo otras formas de lucha que permitieran arrasar violenta- y definitivamente con el sistema político opresivo e injusto que rechazamos -como la lucha armada, por ejemplo- un mínimo de racionalidad nos indica que entonces debiéramos utilizar los recursos legales y democráticos al alcance para avanzar en la perspectiva del cambio. Y ello implica dar a conocer de un modo claro y taxativo nuestro parecer, lo que no puede ocurrir si optamos por abstenernos de hacerlo.
Las proyecciones electorales sobre la segunda vuelta presidencial nos dicen que alrededor de 8 millones de personas podrían abstenerse de participar en ella. Es éste un conglomerado enorme y mayoritario de ciudadanos que podrían optar por la mudez y la invisibilidad de la abstención, en lugar de proclamar de modo elocuente su rechazo, tanto a las candidaturas en juego como a todo el sistema político. Lo queramos o no lo queramos, es este mismo sistema político que rechazamos, el que nos permite esta posibilidad. La opinión de 8 millones de ciudadanos no es en absoluto una cuestión baladí. A condición de que ella quedara registrada como tal, no sólo constituiría un hecho político importante, sino fundamental para el futuro político del país. Allí podría cimentarse lo que la mayoría de los abstencionistas seguramente anhelan: la eclosión de un gran movimiento nacional por un auténtico cambio político y social.
En dicha perspectiva el colectivo pro abstención tuvo anteriormente y sigue teniendo, la posibilidad de re-instalar en esta nueva elección su candidatura propia, la que no es otra que la “Asamblea Constituyente”, en el entendido que es ésta, la única entidad política que podría interpretar de modo fidedigno su propio pensamiento y motivación. Pues cuando el pueblo ciudadano clama por una asamblea constituyente, está diciendo que aspira a ser el único sujeto y conductor de ella, sin intermediarios ni sustitutos. La importancia de que esta alternativa sea propiciada y levantada por la masa ciudadana a través de la oportunidad que ofrece esta segunda vuelta, está en directa contraposición a las intenciones de la candidata Bachelet, quien insiste en una nueva Constitución concebida “con la opinión ciudadana”, pero elaborada lejos de las masas. Un horizonte de carácter político-fundacional como el que ofrece una asamblea constituyente para la elaboración de una nueva Constitución, no puede ser ignorado por nadie con un mínimo de conciencia política ciudadana. Por ello, frente al concepto “Asamblea Constituyente”, como candidatura de la resistencia ciudadana, las motivaciones y argumentos para la abstención debieran desaparecer.
En suma, reiteramos nuestra proposición de sustituir aquella expresión de descontento pasivo, invisible e inaudible cual es la abstención, por una protesta de carácter activo y militante a través del propio sufragio, votando AC, Asamblea Constituyente, opción que pasa a constituírse en una verdadera “candidatura ciudadana”. Ello puede hacerse a través de cualquiera de los tres tipos de votos: blancos, nulos o preferenciales. Lo importante es marcar AC en el extremo superior derecho del voto.
Con lo cual el anterior abstencionista podría convertir el antes despreciado voto, en un sufragio de combate por una nueva realidad. Lo que significaría transitar desde una simple expresión emocional, a un acto político declarado y a la posibilidad de transformar la proyectada ausencia individual de un acto eleccionario, en una manifestación de protesta de carácter masivo imposible de ignorar.
En un artículo posterior a la primera vuelta, afirmamos que Bachelet había sido electa no sólo gracias al 22% de electores que votaron por ella, sino también, gracias al 50% de quienes se abstuvieron y que no la querían de presidenta. Esta afirmación sacó roncha en muchos abstencionistas, pero desgraciadamente, ni los hechos ni las matemáticas pueden ser desmentidas con simples explicaciones o descalificaciones. Pues, tanto votar como no votar son actos políticos y, por tanto, entrañan una responsabilidad tanto sobre lo que ocurre, como sobre lo que no ocurre después. En esta ocasión, Bachelet debería ser ratificada como presidenta electa por todos los que adhieren a su candidatura, esta vez sin la contribución del colectivo abstencionista. La interrogante que surge en cambio es qué posibilidades otorgará el colectivo a lo que debería ser su propia bandera de lucha: la Asamblea Constituyente. §