Su majestad, el rey. Su alteza real, estimados miembros del Comité Noruego del Nobel, honorable primer ministro, señora Gro Harlem Brundtland, ministros, miembros del Parlamento y embajadores, compañeros galardonados, señor F. W. De Klerk, distinguidos invitados, amigos, damas y caballeros.
Quiero extender un agradecimiento de corazón al Comité Noruego del Nobel por acogerme como ganador del Premio Nobel de la Paz.
Quisiera aprovechar esta oportunidad para felicitar a mi compatriota y también galardonado, presidente F. W de Klerk, quien recibe conmigo este alto honor.
Juntos nos hemos unido a dos sudafricanos distinguidos; el fallecido Albert Lutuli, y su santidad, el arzobispo Desmond Tutu, cuyas fundamentales contribuciones a la lucha pacífica contra el maligno sistema del apartheid fueron justamente premiados por ustedes al concederles el Premio Nobel de la Paz.
No sería presuntuoso de nuestra parte si también añadimos, de entre nuestros predecesores, el nombre de otro notable ganador del Premio Nobel de la Paz, el asesinado reverendo Martin Luther King Jr.
Él también luchó y murió sin cejar en el empeño de hacer una contribución para encontrar una solución justa a algunas de las grandes interrogantes que hoy enfrentamos los sudafricanos.
Hablamos aquí del reto de las dicotomías de la guerra y la paz, la violencia y la no violencia, del racismo y la dignidad humana, la opresión y la represión, la libertad y los derechos humanos, la pobreza y liberación de los que padecen carencias.
Nos encontramos hoy aquí como nada menos que representantes de millones de los nuestros que se han atrevido a levantarse contra un sistema social cuya esencia misma es la guerra, la violencia, el racismo, la opresión, la represión y el empobrecimiento de un pueblo entero.
También me encuentro aquí como representante de millones de personas en todo el globo: el movimiento antiapartheid, los gobiernos y organizaciones que se han unido con nosotros, no para combatir a Sudáfrica como país ni a ninguno de sus habitantes; sino para oponerse a un sistema inhumano y exigir el fin inmediato del crimen contra la humanidad que es el apartheid.
Esos incontables seres humanos, tanto dentro como fuera de nuestro país, tuvieron la nobleza de espíritu de impedirle el paso a la tiranía y la injusticia sin buscar una ganancia egoísta. Reconocieron que el daño contra uno es un daño contra todos, y por lo tanto, actuaron unidos para defender la justicia y la decencia humana fundamental.
Gracias a su valor y persistencia de muchos años, hoy podemos, incluso, prever la fecha en que toda la humanidad se reunirá para celebrar una de las más notables victorias humanas de nuestro siglo.
Cuando llegue ese momento, nos regocijaremos juntos por la victoria común sobre el racismo, el apartheid y el mandato de la minoría blanca.
Ese triunfo finalmente cerrará una historia de 500 años de colonización en África que comenzó con el establecimiento del imperio portugués.
De la misma forma, quedará marcado un gran paso hacia adelante en la historia que servirá como consigna común a los pueblos del mundo para luchar contra el racismo, donde quiera que ocurra y bajo cualquier disfraz que se presente.
En la punta sur del continente de África, se prepara una hermosa recompensa, un regalo invaluable que llegará a aquellos que sufrieron en el nombre de la humanidad y que sacrificaron todo por la libertad, la paz, la dignidad humana y la justicia entre los hombres.
Esta recompensa no se medirá en dinero, ni podrá valuarse con el precio de los metales raros y piedras preciosas que reposan en las entrañas de la tierra africana en la que permanecen las huellas de nuestros ancestros.
Se medirá con la felicidad y el bienestar de los niños que son, al mismo tiempo, los ciudadanos más vulnerables de cualquier sociedad y uno de nuestros mayores tesoros.
Estos niños podrán, al fin, jugar en el campo ya sin sufrir la tortura del hambre y la enfermedad, ni amenazados por la escoria de la ignorancia y el abuso, ni tendrán ya que involucrarse en actividades cuya gravedad excede las demandas que corresponden a su corta edad.
Ante esta distinguida audiencia, nos comprometemos a que la nueva Sudáfrica luchará sin tregua en lograr los propósitos definidos en la Declaración Mundial sobre la Sobrevivencia, Protección y Desarrollo de los niños.
La recompensa de la que hablamos también se medirá con la felicidad y bienestar de las madres y padres de estos niños, quienes vivirán sin el temor de ser robados, asesinados por motivos políticos o monetarios, o humillados porque son mendigos.
Ellos serán liberados de la pesada carga de la desesperación que llevan en el corazón, surgida de la pobreza, el hambre y el desempleo.
El valor de ese regalo es para todos aquellos que han sufrido, deberá y será medido con la felicidad y bienestar de los ciudadanos de nuestro país que derribará los muros inhumanos que los dividen.
Estas grandes masas darán la espalda al grave insulto contra la dignidad humana que definió a algunos como amos y a otros como sirvientes, y transformó en depredadores a aquellos cuya sobrevivencia dependía de la destrucción del otro.
El valor de nuestra recompensa compartida deberá y será medido con la paz gozosa que triunfará porque la humanidad común que une a negros y blancos en una sola raza humana dirá a cada uno de nosotros que viviremos como hijos del paraíso.
Así viviremos, porque crearemos una sociedad que reconoce que todos los hombres hemos nacido iguales, con derecho a la misma calidad de vida, libertad, prosperidad, derechos humanos y buen gobierno.
Una sociedad así jamás permitirá que vuelva a haber prisioneros de conciencia ni que se violen los derechos humanos de persona alguna.
Tampoco debe permitirse que otra vez las vías hacia el cambio pacífico sean bloqueadas por usurpadores que robarán el poder del pueblo con el fin de satisfacer sus propósitos indignos.
En relación a estas materias, llamamos al gobierno de Birmania (hoy Myanmar) para que dejen en libertad a nuestra compañera Nobel de la Paz, Aun San Suu Kyi, y la involucren en un diálogo serio que beneficie a la población del país.
Oramos porque aquellos que tienen el poder cedan cuanto antes y permitan que ella use su talento y energía en beneficio de su nación y de la humanidad como un todo.
Y alejándome de las asperezas y tribulaciones políticas de nuestro propio país, quiero aprovechar esta oportunidad para unirme al Comité Noruego del Nobel para rendir homenaje a mi compañero de galardón, el señor F. W de Klerk.
Él tuvo el valor de admitir la terrible injusticia que se cometía en nuestro país y nuestro pueblo con la imposición del sistema del apartheid.
Él tuvo la visión de comprender y aceptar que todo el pueblo sudafricano debía negociar como participantes igualitarios en el proceso con el que se determinarían qué futuro deseamos.
Aún hay algunos en nuestra nación que equivocadamente creen que pueden hacer una contribución a la causa de la justicia y la paz aferrándose a arcaísmos que, se ha constatado, sólo llevan al desastre.
Conservamos la esperanza de que ellos también sean bendecidos con la razón suficiente para darse cuenta de que la historia no puede negarse y que una nueva sociedad no puede ser creada reproduciendo un pasado repugnante que sólo ha sido retocado y escondido bajo una nueva fachada.
También quisiéramos aprovechar la ocasión para homenajear a los numerosos movimientos democráticos de nuestro país, incluidos los miembros del Frente Patriótico, quienes jugaron un papel central en llevar a nuestro país a la transformación democrática que hoy vivimos.
Nos hace felices que muchos representantes de estas formaciones, incluyendo personas que están o estuvieron al servicio de estructuras nacionales vinieron con nosotros a Oslo. Ellos también deben recibir el aplauso del Nobel de la Paz.
Vivimos con la esperanza de que al tiempo que Sudáfrica lucha para reinventarse, se convierta también en un microcosmos; en un nuevo mundo que está por nacer.
Este debe ser un mundo de democracia y respeto por los derechos humanos, un mundo libre de los horrores de la pobreza, el hambre, la privación y la ignorancia; sin la amenaza y la escoria de las guerras civiles, las agresiones externas y sin la carga que implica la tragedia de millones de personas obligadas a convertirse en refugiados.
Este proceso en el que Sudáfrica y el sur del continente como un todo están enfrascados, nos piden y nos urgen a fluir con la corriente y convertir a la región en un ejemplo viviente de lo que toda la gente con conciencia desea para el mundo.
No creemos que este Premio Nobel de la Paz tenga la intención de reconocer hechos que ocurrieron y quedan en el pasado. Escuchamos las voces que nos dicen que este premio es un llamado a todos aquellos, a través del universo, que buscaron poner fin al sistema del apartheid.
Comprendemos su llamado, y dedicaremos el resto de nuestras vidas para utilizar la experiencia única y dolorosa de nuestro país para demostrar, en la práctica, que la condición normal de la existencia humana es la democracia, la justicia, la paz; sin racismo, sin sexismo; con prosperidad para todos, con un ambiente saludable, con igualdad y solidaridad entre los pueblos.
Movidos por ese llamado e inspirados por el honor que nos han conferido, llevaremos a cabo todo lo posible que contribuya a la renovación de nuestro mundo para que nadie, en un futuro, sea llamado un miserable de esta tierra.
Que jamás las futuras generaciones digan que la indiferencia, el cinismo y el egoísmo nos hicieron fracasar en el intento de lograr los ideales humanistas representados por el Premio Nobel de la Paz.
Que la lucha de todos nosotros sirva para constatar que Martin Luther King Jr. tuvo razón cuando afirmó que la humanidad ya no debe estar trágicamente ligada a la noche sin estrellas que son el racismo y la guerra.
Que los esfuerzos de todos nosotros demuestren que él no era un soñador que sólo habló de la belleza de la hermandad y la paz genuinas; que son más preciosos que los diamantes, la plata y el oro.
¡Que comience esta nueva era!
Gracias.
Tomado de nobelprize.org
* Discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz en 1993, que recibió junto con el entonces presidente sudafricano Frederik Willem de Klerk
Traducción: Gabriela Fonseca