Las fisuras que se evidencian en la sociedad chilena y el debate sobre el cambio de la Constitución heredada de la dictadura, son aspectos que le permiten estar optimista de que en Chile se puede avanzar hacia el cambio social. Sonia Montecino Aguirre (59), antropóloga y escritora, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales 2013, subraya con énfasis que el país se encuentra encapsulado en una cultura mercantilizada.
Destacada por sus ensayos, obras de ficción y numerosos artículos en materia de identidad y desigualdades de género, Montecino manifiesta su preocupación por el alto nivel de analfabetismo funcional que existe en el país. Para la académica y vicerrectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile, la investigación del Centro de Microdatos de la Facultad de Economía, que estableció que casi la mitad de los chilenos no entiende lo que lee ni tiene capacidad para hacer operaciones de algún grado de dificultad (ver PF 791), es algo de suma gravedad política y cultural.
No entender lo que se lee
Al referirse a las causas del alto nivel de analfabetismo funcional en Chile, Sonia Montecino estima que hay varios elementos a considerar: “La educación, que en el fondo tiene que ver con cómo se enseña y cómo la gente se afecta por la lectura. En muchos colegios -con la reforma educacional de la Concertación-, se dejaron de leer libros completos, se empezó a leer solo fragmentos, aduciendo que los libros son muy aburridos, largos, etc. Cuando se lee un texto se hace en función de preguntas que le harán al alumno, pero no se lee por el placer de la lectura ni para una comprensión personal del libro; entonces los textos que tienen que ver con otros planos de la sensibilidad humana se transforman en mero aprendizaje de determinado tipo de estructura… y creo que se pierde el interés de los estudiantes. Por otra parte está la cultura audiovisual: todos estamos expuestos a ella, sólo escuchamos y vemos… El momento de la reflexión y de elaborar lo que se está viendo es muy corto. Tampoco se ha producido un adiestramiento respecto de esto. El tercer elemento es la cultura light predominante: lo que está normado es lo fácil, lo divertido, lo rápido, está la idea de la entretención, que también ha llevado a tener muy poco tiempo para la lectura pausada del libro”.
¿Cuáles son las consecuencias de esta incapacidad para entender lo que se lee?
“Son muy graves, por ejemplo: cuando la gente que está legislando, y que está decidiendo nuestros destinos, tampoco es capaz de entender lo que lee, ¿cómo puede conocer un informe científico o de otro tipo si no tiene las herramientas suficientes de conocimiento? Lo que comprende es la superficie de lo que lee. Creo que esto nos pone también frente a lo que se designa como ‘cultura chatarra’, que justamente tiene que ver con una metáfora de la comida chatarra: nos hace engordar en términos de una materialidad que aparece como importante, pero que no nos enriquece con proyectos de futuro o de un país que se transforma”.
Consultada sobre el obstáculo que implica para el desarrollo de la democracia que la mitad de los chilenos no entienda lo que lee, la antropóloga puntualiza que difícilmente se puede avanzar en la lucha por los derechos de las personas. “Si yo no puedo leer ni comprender la letra chica que siempre me está desfavoreciendo, ¿cómo voy a pelear mis derechos? Por lo tanto, soy incapaz de comprender y ahí viene una trampa perversa, porque las leyes que tienen esa ‘letra chica’ implican no sólo comprender sino también una cierta especialización en esa lectura. Hay un tema grave respecto de cómo peleo por mis derechos, segundo, cómo entiendo la forma en que me están explotando, tercero, cómo me comprendo como sociedad y cómo puedo entenderme a mi misma si soy incapaz de comprender otras cosas”.
Cultura peligrosa
Autora de obras como Mitos de Chile, que recibió el Premio Altazor de ensayo 2005, o Madres y huachos, Sonia Montecino sostiene que el modelo económico tiene importancia fundamental en la realidad de la cultura chilena: “Justamente esa ‘revolución’ que hizo el neoliberalismo en Chile significó un país que se enorgullecía de tener un Pablo Neruda o una Gabriela Mistral. De hecho ese ‘país de poetas’ tenía que ver con la literatura, con la escritura y una tradición popular de la poesía. Chile valoraba la cultura. Pero, claro, ésta se hizo peligrosa, porque cuando se entregan herramientas culturales lo que se está entregando son herramientas para pensar en la transformación de la sociedad y para construir una mirada crítica del país que tienes. Se ha producido una transformación de valores culturales que nos tiene en el estado actual. A la derecha no le interesa hablar de esto, ¡obvio!, porque es el fracaso del modelo educacional que viene de la dictadura. La Concertación trató de ponerle algunos parches, hizo algunas mejoras, pero en el gobierno actual pudimos comprobar su fracaso. No se pueden hacer esfuerzos culturales significativos si no se tiene una sociedad y un contexto social que permita que ese esfuerzo tenga éxito”.
¿Quiénes tienen responsabilidad en temas como los déficits en la educación y cultura que evidenció el estudio del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile?
“Tanto la dictadura como la Concertación han puesto el énfasis en que lo fundamental es el desarrollo económico. La Concertación puso un poquito el acento en lo que podría ser una cultura democrática. Pero, ¿qué nos diferencia de la dictadura? No es el modelo económico, sino la democracia. Ahora teníamos libertad, pero cuando entramos en el terreno propiamente cultural, ¿cuál fue la solución? Nuevamente el mercado, un mercado de proyectos… una cantidad de fondos que destina el Consejo de la Cultura para desarrollar proyectos, pero más allá, no hay más”.
¿El analfabetismo funcional de casi la mitad del país sería parte de una estrategia política de dominación, como usted lo mencionó en algún momento?
“Si leemos o reflexionamos críticamente nuestra historia, obviamente que todas las fallas del modelo, más allá del eslogan de las desigualdades, empezarán a aparecer. Creo que durante un tiempo en que teníamos que asentar la democracia, aceptamos muchas cosas. Pero esto generó la sensación de que las cosas no pueden cambiar. Si se trabaja en términos culturales, las cosas implican cambios y la gente tiene mucho miedo al cambio. Entonces la pregunta es, ¿por qué ese temor? Bueno, porque están los poderosos intereses que quieren seguir reproduciendo sus enormes ganancias y cuando decimos que queremos el cambio, estamos pensando en otro tipo de sociedad. Lo fascinante es que están todas las posibilidades de repensar una nueva manera de constituirnos como sociedad”.
Comunicación y celulares
Desde su perspectiva, ¿qué pasa con los jóvenes: están desconectados de la cultura? Usted ha dicho que se ha perdido la capacidad de conocer, ¿por qué?
“Lo que pasa es que están conectados con otra cultura. Lo que sostengo tiene que ver con el tema de las tecnologías. Cuando la gente dice ‘los jóvenes sí leen y sí escriben’, la pregunta es, ¿qué leen y qué escriben? Lo que están leyendo son unos mensajes en celulares, que son monosílabos. Si eso significa lectura y escritura, es dudoso. Lo que sí significa es comunicación, que es algo distinto y que es en lo que el modelo educacional ha estado insistiendo. Se hizo énfasis en que los jóvenes estuvieran conectados con el mundo globalizado. Por un lado hay un universo espectacular sobre todo en Internet, si se piensa desde el punto de vista de Wikipedia, y en todas las posibilidades de acceso a información. Pero el problema es, ¿cómo se busca, cómo se verifica esa información? Porque no se puede creer todo lo que aparece ahí. ¿Pero quién indaga? Si no se tiene la base que da la educación para poder buscar, investigar y saber qué es verdadero y que es falso, esa posibilidad no existe. ¡Ese es el tema! Lo otro es creer que somos un país en desarrollo porque tenemos elevado consumo de tecnología. Pero eso tampoco es suficiente. Entonces, ¿qué pasa con el desarrollo humano, qué pasa con el desarrollo cultural? Creo que tenemos un problema complicado”.
Hacia el cambio social
¿Cómo enfrentar este problema, por dónde empezar?
“Creo que la solución es múltiple, pero también tiene que ver con que la gente de Izquierda tengamos una mirada crítica sobre nosotros mismos. Ver realmente qué queremos y para dónde vamos. Me asusta que a veces las demandas en las calles sean de carácter consumista y no de una transformación real de la sociedad. Por ejemplo, el tema de género no aparece nunca en las reivindicaciones colectivas. El tema mapuche aparece un poquito más. Pero deberíamos estar pensando en un cambio mucho más profundo que las simples demandas de consumidores. Deberíamos partir por ese ejercicio: cuáles son los cambios que estamos pensando. Creo que las universidades tienen un rol fundamental en la producción de liderazgos. El líder es el que tiene un determinado relato sobre las transformaciones sociales; las universidades públicas son las que deberían tener reales posibilidades de formar y construir esos liderazgos en un ambiente de respeto a las diferencias”.
¿No son contradictorios los resultados de la medición del analfabetismo funcional con el discurso grandilocuente del presunto avance hacia el desarrollo?
“El problema es que el desarrollo se comprende como una maquinaria que tiene que reproducirse. Como las identidades sociales y los proyectos están absolutamente determinados por esa máquina, y sus finalidades son las materialidades, ¿cómo se mide el desarrollo? ¿Porque se tiene el mejor auto, el mayor acceso a las tecnologías, porque se vive en el barrio alto, etc? No se mide por el estudio que hizo el Centro de Microdatos de la Facultad de Economía; no se mide por las diferencias de género. Este país tiene una de las más altas brechas salariales entre hombres y mujeres. Si pensamos en la deuda histórica con el pueblo indígena, ¿acaso es desarrollo lo que estamos viviendo? ¿Es desarrollo que haya que salir a las calles a protestar para que ser escuchados? Estamos en un problema cultural complicado, se ha perdido la capacidad de diálogo y de entablar un debate colectivo”.
Si el repertorio de palabras que utiliza la gente es escaso, se abre paso a que existan más posibilidades para la explotación, la manipulación y se acepte lo que ocurre sin crítica…
“¡Claro! ¿Cómo se puede decir lo que se piensa si la cantidad de palabras que utilizan las personas es mínimo? Además que todo tiene que ser muy rápido y breve. El tema del tiempo es muy importante en términos culturales. Esto de abreviar, de sintetizar, tiene que ver con que si no te das el tiempo, ¿cómo vas a pensar? Cuando el repertorio de palabras es muy limitado, entonces las ideas también son limitadas. La posibilidad de la imaginación es limitada”.
¿Hacia dónde se encaminará Chile en los próximos años?
“Soy optimista. Esta misma conversación no la habríamos tenido hace diez años. Creo que podemos avanzar, tengo muchas esperanzas en la gente joven, en las generaciones que no están contaminadas. A esta generación que va a entrar a la universidad, le veo unas luces distinta, el propio ejercicio de los estudiantes en sus colegios de constituir sus asambleas, de producir proyectos. Creo que hay que atravesar la queja y la demanda e ir un poco más allá. Estamos en condiciones de hacerlo porque las ideas antiguas están crujiendo, se demuestra en términos reales que el modelo neoliberal no funciona como las maravillas que se dicen. Pero las fisuras que comienzan a verse son las que me hacen estar optimista de que es posible que Chile avance hacia el cambio. Sé que esto tiene que ver con una voluntad política para que los cambios puedan ocurrir. El hecho de que se hable de cambiar la Constitución y que las desigualdades son insoportables, ese discurso nos permite avanzar. Pero debemos hacerlo reflexivamente, no podemos avanzar en un marco de frivolidad en que todo es light. Hay que ponerse más densos en términos de relato, de discurso”.
OSVALDO ZAMORANO SILVA
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 794, 22 de noviembre, 2013