Diciembre 26, 2024

¿De qué sirven las candidaturas de la izquierda?

marcha13

Supongamos por un momento que algún candidato de izquierda gana las elecciones el 17 de noviembre. ¿Qué pasaría entonces?

Como hemos visto, esta buena gente ha hecho suyo, mal, bien, más o menos, lo que los estudiantes, responsables finales de la actual situación y sus derivaciones, han levantado en formato de consignas y movilizaciones en los últimos dos años.

 

Nueva Constitución, fin del lucro, fin al sistema de pensiones, nacionalización de las riquezas mineras, fin del sistema binominal, y un listado largo e imaginativo, han sido temas que en la voz de los estudiantes tuvieron la gracia de ser suscritas por mucha gente, no se sabe cuánta.

 

Estas mismas consignas, afirmadas en estadísticas, modelos y perspectivas, han sido tomadas por los candidatos de izquierda para completar con ellas sus propuestas y promesas.

 

Énfasis, tiempos, intensidades distintas, cual más cual menos, afirma la posibilidad real de lograr lo que se promete.

 

La pregunta sigue vigente: ¿Qué haría un presidente de izquierda si por un accidente histórico llegara a ganar?

 

Un solo ejemplo, ¿Sería posible llamar en breve a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva constitución, tal y como están las cosas?

 

Sí, pero lo más probable es que el resultado no sea el esperado por los que exigen que una hipotética nueva Carta Fundamental tenga rasgos democráticos. Lo más probable es que salga algo bastante más mejorado…para el sistema. Recordemos el precedente bacheletiano de huir hacia adelante: la LOCE reemplazada por la LGE, cuestión exigida por los traicionados estudiantes del 2006.

 

¿Por qué tanto pesimismo? Porque un proceso así de profundamente democrático, que significa un quiebre institucional inevitable dado que los poderosos no se van a quedar mirando el portento, requeriría de una movilización de muchos millones de compatriotas sosteniendo el proyecto. Y de eso estamos lejos.

 

Si en los sesenta ya no bastaba con rezar, hoy ya no basta con votar. No basta levantar candidatos o candidatas choros o choras, suscribiendo ofertas revolucionarias o transformadoras, ni ofrecer este mundo y el otro en menos de lo que canta un gallo.

 

Las elecciones que debimos aprender de las derrotas consecutivas y los fracasos intermitentes, deberían servir para continuar, por otros medios, lo que comenzó cuando los estudiantes salieron a las calles, y no para suplantarlos o definitivamente liquidarlos como de pronto parece que fuera.

 

Es cierto que los procesos eleccionarios generan un estado de excitación tal, que en breve los candidatos comienzan a salivar de un modo distinto, pero una buena dosis de realidad debe contener esos espasmos antes de llegar a límites extraños. Como por ejemplo, creer que están ahí para ganar la elección.

 

Un buen candidato o candidata de izquierda, en este momento y sobre esta tierra debería jugar su rol sabiendo que lo suyo no es de ahora. Y que su incursión debe ponerse en función de un proyecto que necesita de grandes consensos y grandes mayorías provistas de una par de ideas que se lancen, ahora así, a disputar fracciones importantes de poder.

 

Un proyecto de cambios verdadero, es decir, revolucionarios, debe ser un proyecto de mayoría. De algunos iluminados también, qué se le va a hacer, pero de muchos más por iluminar, que esos sí son los más importantes.

 

Se debe considerar que un cambio que se proponga superar el neoliberalismo se trataría de un proceso largo, masivo, por lo tanto complejo y difícil. Se trataría de generar un movimiento tal, que sea capaz de convocar a millones de chilenos, en un proceso de discusión y movilización que debería abarcar mucho tiempo, y que debería llegar hasta donde nunca ha llegado algo así.

 

A menos, claro está, que sea de nuevo un chamullo urdido entre pocos, cuatro paredes y bajo un cielo raso.

 

Los cambios profundos que exige, tal vez, una mayoría de chilenos, serán posibles sólo si los empuja esa mayoría.

 

Y hablando de profundidad, el sólo hecho de disputarle de verdad, más, mucho más allá de la poesía, fracciones de poder político, ya sería revolucionario en el actual estado de cosas.

 

Pero parece que para llegar con algunas posibilidades reales al ruedo electoral, se necesitan pasos previos. De partida, que la gente participe de un proyecto en el que crea, que vea y sienta, y de verdad sea cercano y esa maravilla sólo es posible si éste nace de entre esa gente. Una cosa es decirse representante del pueblo y la otra es saber si el pueblo quiere ser representado por ése, ésa o ésos.

 

Y que además, sus dirigentes y líderes sean de tal envergadura legítimos, que se ganen un lugar de privilegio en las tantas veces engrupida credibilidad de la gente llana, mediante la decisión de esta misma. Pocas cosas tan revolucionarias como la posibilidad que la gente pueda entregar su opinión y elegir sus representantes.

 

En dos semanas más no habrá un presidente o presidenta de izquierda. Otra vez, puesta la carreta y después los bueyes, lo que resultará será casi lo mismo de antes: Pizarro, 4,7%, Gladys, 3,2%, Hirsch, 5.4%, Arrate, 6.2%.

 

Ahora, claro está, dándonos el lujo de llevar más de un abanderado con las mismas banderas. Y despreciando lo que ha avanzado el movimiento social, aún cuando se diga representarlo de la mejor manera.

 

Si se puede hacer las cosas mal, ¿por qué no hacerlas peor?

 

Y, si se me permite la impertinencia, para qué habrá servido todo eso que Roxana representa, gusta, inspira, aporta, colabora, rafaguea, sopla, proyecta e inocula? Qué va aportar en concreto aquello que Marcel esboza, imprime, denuncia, ofrece, asume, apunta y amenaza, una vez contado los votos que no alcanzarán para mucho?

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