Diciembre 27, 2024

La izquierda en su jugo

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La izquierda se ha ganado el derecho de estar en los debates, tarimas y afiches electorales. Pero eso no parece toda la misión de quienes auto asumen sobre sus espaldas la representación del pueblo y de las víctimas del modelo.

La tarea de la izquierda no puede ser aguarle la fiesta a los poderosos por la vía de zumbar como moscardones hasta el punto de incomodarlos e irritarlos con propuestas audaces, con ironías filosas o con denuncias brutales.

 

La misión de una izquierda de este tiempo es hacer los esfuerzos para articular la más grande expresión de fuerzas sociales y políticas, capaces de ordenarse detrás de un par de ideas que demuestren que hay opciones más allá de la pretendida inmutabilidad del modelo que ordena al país.

 

He ahí el tema que debería quitar el sueño a cualquiera que se asuma de izquierda. No por casualidad el noventa por ciento de lo que se habla en las ferias libres de mentiras y codazos que transmiten las radios y la TV, son temas que salieron de las protestas estudiantiles de hace muy poco. Y que antes de eso, por cierto, el status quo las callaba, escondía o traicionaba.

 

La derecha, criminal, soberbia, malacatosa, ha debido arrinconarse ante las evidencias, y reconocer culpas, omisiones y desatinos, aunque sea por razones meramente publicitarias. Tratándose de la más peligrosa de las ultraderechas mundiales, es un lujo que nos damos en este rincón del planeta.

 

Pero la izquierda da jugo. No sirve que en ésta y en todas las elecciones sus auto erigidos representantes sean jugados, audaces, peleadores, ponedores de dedos en la llaga, pero que a la hora de contra votos aparezca la depresión asociada a los números precarios.

 

Lo que quedará al final, serán los recuerdos de los malos ratos que las intervenciones de los candidatos populares lograron en los representantes del modelo, pero que se les va a pasar cuando se cuenten los votos. Y nuevamente, un notable esfuerzo de quienes se dicen, y en efecto son, enemigos del modelo, no pase de haber sido un nuevo ejercicio de testimonio.

 

Así, la esperanza de un país de talla humana va a llegar cuando salgan pajaritos nuevos.

 

Mucho más allá de las buenas intenciones, una alternativa real de cambios en ese sentido, tiene que ver con una estrategia de poder. La política, si la entendemos como el ejercicio de muchos que buscan proponer una síntesis de ideas contrapuestos a las dominante y que intenten su superación, no puede limitar con ejercicios de denuncias aunque sean hechas en las propias barbas del enemigo y utilizando sus propios escenarios.

 

El despliegue de una política con verdadera y legítima vocación de transformarse en una energía de cambios radicales en el país, exige cuestiones mucho más complejas que la mera tocadita de oreja que de vez en cuando se les hace a los más distinguidos representantes del sistema.

 

Significa amenazar los cimientos del orden por medio de enamorar con un par de ideas a grandes sectores sociales, cuya potencia complique los supuestos hasta ahora impenetrables del orden. Amenazar de verdad al sistema es constituirse en un factor de poder. Y algo así no se vislumbra si nos atenemos a lo visto y oído.

 

Y ya se sabe: si la pelea que se da en calles, aulas y caminos no se expresa políticamente, es decir, orgánicamente, está destinada a ser cosechada por los frescos y oportunistas de siempre.

 

El repetido y falso dilema de que la misión de la política es sólo de los partidos y que el rol de las organizaciones sindicales, gremiales, estudiantiles, territoriales o de otra naturaleza que agrupe a las víctimas del orden, es sólo con alcances reivindicativos, debe ser desterrado.

 

La izquierda, si quiere alzarse como una real alternativa de poder, debe sacudirse de los anclajes que le inhiben el despliegue de toda su creatividad. Debe ser capaz de asumir que Chile no cambió por la voluntad de los poderosos. Si se le perdió el respeto a aquello que se creía inmutable, fue por lo que iniciaron los pingüinos el año 2006.

 

Para decir las cosas como son, la calma en que se venía construyendo este país, camino a ser una mierda de país, fue interrumpida por la intercesión de los estudiantes y de los habitantes que salieron, y siguen saliendo, a las calles para protestar contra un estado de cosas que ya no se soporta. Y cuya aplicación hace crisis mensurable en daños irreparables al ambiente, depredación de la naturaleza, abusos en aquello que constituye un derecho, y un listado interminable de sinvergüenzuras con forma de leyes y trampas institucionales.

 

Si Chile está cambiando no es porque los nuevos ricos de la Concertación se hayan propuesto cambiarlo. Al contrario, Bachelet y sus boys habrían querido que el actual estado de cosas fuese eterno.

 

Respecto de esos fenómenos la izquierda parece tener puta idea. Y en subsidio, se deja llevar por la agenda que impone el sistema precisamente para reforzar sus cuadernas bastante agrietadas.

 

La izquierda debe apuntar a algo más alto que sólo ser considerada en foros y listados de candidatos. Su responsabilidad radica en sintetizar eso que anda en la gente, en fuerza real, cuyas movilización, entendida como un proceso capaz de seducir a millones tras un par de ideas, sea posible expresarla en los procesos eleccionarios. Pero con la gente, no por la gente.

 

No es suficiente con que Roxana irrite a los que la consideran una nana pasada para la punta. Ni que Marcel asuma soluciones aplaudidas por los estudiantes, ni que Sfeir refriegue al los poderosos sus indolencias ecológicas, ni que incluso una porción del bipolar Marco, despliegue contradicciones concertacionistas que conoce al dedillo.

 

Ante la debacle de la derecha tal y como la hemos conocido, y las ofertas anquilosadas y mentirosas de la Concertación, travestida en Nueva Mayoría por el aporte inconmensurable de los compañeros del PC, hace falta la izquierda empoderada de ideas de tal magnitud, que sean capaces de ofrecer una opción mucho mejor al mundo popular que apoya tanto a unos como a otros.

 

Pensar que todos los electores tanto de la derecha como la Concertación son parte de enemigo, en no entender nuestras propias falencias.

 

Hará falta siempre la opción de buscar los entendimientos entre quienes comparten las cuestiones básicas de los primeros cambios que serían necesarios en Chile, entendiendo que los procesos sociales profundos siempre parten por excavar sobre la superficie y que su dinámica, si es cierta y es capaz de involucrar a grandes mayorías, se va a profundizar conforme avanza.

 

El sólo hecho de quitar grandes porciones de poder al duopolio que ha esquilmado al pueblo en cuarenta años, deberían ser entendido como un hecho revolucionario. Pero intentar la fundación de una sociedad de avanzada en las primeras experiencias, es inhibir la posibilidad siquiera de comenzar un proceso de avances democráticos.

 

Después de las siguientes elecciones habrá más de dos años para pensar en los resultados que vendrán. Pero sobre todo, para revisar lo que no se hizo. Y explorar en la generosidad e inteligencia de quienes se han manifestado disponibles para luchar por cambiar el país, la construcción de una articulación socio política tal, que para cualquier elección futura, se desplieguen mecanismos de consulta y decisión popular de manera que quienes se alcen con la responsabilidad de ser candidatos, tengan la legitimidad que sólo pude dar la participación activa de la gente.

 

Se trata de no seguir dando jugo. Que, de verdad, mande la gente. O no mande nadie.

 

 

 

 

 

 

 

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