Diciembre 26, 2024

TELESCOPIO: los debates a distancia

Es difícil saber si los debates televisivos de estos dos días cambiarán en algo el panorama electoral presidencial en Chile. Pero si tuvieran algún efecto eso sólo puede significar más pesadillas para los abanderados derechistas. Evelyn Matthei y Franco Parisi tuvieron deslucidas actuaciones, la primera mostrando una escasa habilidad para el intercambio de puntos de vista y en cambio proyectando una apenas disimulada ofuscación, el segundo reafirmando con sus gestos y palabras que es lo que en Argentina llamarían un “chanta”.

Quienes se han dedicado al estudio del impacto de los debates electorales televisados por cierto recurren al más emblemático de todos en la historia mundial: el que protagonizaron John Kennedy y Richard Nixon en 1960. Fue también el primero que se efectuó en Estados Unidos y en el mundo. Se dice que ese debate, y en particular la televisión como medio, fueron los que en última instancia eligieron al presidente. Desde entonces y dada la preeminencia de ese medio que incluye voz e imagen, la confrontación de los contendores de cualquier elección ante las cámaras ha sido considerada de vital importancia y en los hechos—como ocurrió en esa elección norteamericana—la instancia que puede influir decisivamente en el éxito o la caída de un candidato.

 

En 1960 la televisión era un medio aun nuevo en Estados Unidos, de poco más de 10 años de vida, pero ya hacía notar su poder. Es interesante destacar que en aquella ocasión, se encuestó por separado a gente que había escuchado el debate por radio y a aquellos que lo vieron por televisión. Curiosamente los resultados arrojados fueron diferentes, quienes sólo escucharon dieron por ganador a Nixon, los televidentes en cambio dijeron que Kennedy había sido el triunfador.

 

Cintas del debate (recuérdese, era aun TV en blanco y negro y ciertamente no de alta definición) muestran a un Kennedy bien compuesto, mirando a la cámara con confianza, desplegando una sonrisa conquistadora, además ciertamente el tipo era mejor parecido que Nixon. Este último por contraste, aparecía sudoroso (las luces de entonces creaban un gran calor en el estudio, incluso hay versiones de que Nixon no habría querido que lo maquillaran demasiado, no lo consideraba “presidenciable”), además se mostraba incómodo y por cierto no proyectaba mayor simpatía. Pues bien desde ese momento quedó establecido ese principio mediático según el cual un candidato debe ocuparse primero que nada de su imagen, luego de su imagen, y por último de su imagen… Bueno, quizás no es para tanto, pero que la imagen proyectada en la pantalla juega un rol fundamental no cabe la menor duda. (Como persona de origen chileno viviendo en un país de la América del Norte quisiera creer que probablemente en Chile la importancia de la imagen del candidato es todavía menos importante que aquí en Canadá o en el vecino Estados Unidos, pero quizás esto es sólo una ilusión, producto de la concepción, a lo mejor falsa, de que la gente en Chile es más consciente políticamente que sus congéneres de estos países).

 

Imagen, estilo, entonces pueden y en muchos casos determinan el resultado de una elección, de ahí que todas las candidaturas en mayor o menor medida—según sus propios recursos—adjudican importancia a sus apariciones ante las cámaras, en especial en los debates con sus contrincantes ya que es la oportunidad (única por lo demás) donde los protagonistas del drama político se van a ver a ver frente a frente, y mal que mal a todos nos gusta un poco este despliegue de capacidad oratoria, habilidad retórica, y por cierto, lenguaje corporal y expresiones faciales que los candidatos ponen a disposición del público. Ah, por cierto esta es una ocasión también para que se digan algunas cosas de sustancia, pero dada la baja capacidad de atención que el televidente puede tener, es difícil saber cuánto de lo sustancial que se dice en un debate va a ser realmente asimilado por la teleaudiencia.

 

Sea como fuere, como ya señalaba, el debate frente a las cámaras se transforma en “el” evento de la campaña, en la posibilidad más esperada de medir a los candidatos, aunque los criterios para esa medición no sean del todo claros. Siendo una instancia comunicacional, sería obvio esperar que los debates contribuyan a que la ciudadanía se informe de las líneas programáticas centrales por lo menos en torno a los temas tocados en los dos debates y que a su vez estos les sirvan a los candidatos para entregar sus respectivos mensajes.

 

Desde esa óptica entonces y aquí desde la distancia, puedo apreciar que en términos generales los dos candidatos asociados a una plataforma de derecha, Evelyn Matthei y el independiente Franco Parisi tuvieron más bien una pobre actuación en ambos debates. En el primero, el tema inicial: seguridad y el problema de criminalidad, siendo uno que es principalmente resaltado en la agenda de la derecha, parecía que daba a la candidata Matthei la oportunidad para que lo utilizara adecuadamente. Sin embargo fuera de repetir la misma receta de siempre, esto es de aumentar las dotaciones policiales, no aportó nada nuevo y con sus ataques a los jueces—algo inusual desde las filas de la derecha—creo que sólo consiguió enemistarse con el poder judicial. En el segundo debate, en cuanto al tema de la educación su negativa a la educación gratuita la aleja también de lo que después de todo es una aspiración ampliamente sentida por la gente, no sólo de sectores bajos sino también de clase media.

 

Franco Parisi por su parte reafirmó la idea que mucha gente se ha hecho de él, que no tiene las cualidades éticas para ser candidato, mucho menos presidente aunque esto esté fuera de toda posibilidad racional. Su estilo (algún consultor en medios de comunicación le habrá aconsejado que utilice ese lenguaje paternalista acompañada de una sonrisa estúpida) no despierta simpatía, a la gente no le gusta que la traten de una manera condescendiente. Lo peor para él, sin embargo, fueron sus elusivas respuestas respecto de las escuelas que administró como negocios (lucro en la educación) y las demandas que los trabajadores de esas escuelas le han hecho ante los tribunales por la retención de cotizaciones previsionales que no se han pagado.

 

Michelle Bachelet en tanto que favorita según las encuestas, se halla en una situación ambivalente: por un lado puede asumir una posición más elevada, el high road como se dice por estos lados, mirar a sus adversarios desde arriba y ni siquiera molestarse en replicar los ataques que le lanzan, excepto aquellos que puedan afectar directamente a su propia persona (caso maremoto del 27 de febrero de 2010, por ejemplo); pero al mismo tiempo ella se ha notado demasiado cauta, al punto que algunas de sus respuestas fueron ambiguas. El caso de la asamblea constituyente es ilustrativo, cuando se le preguntó si no la descartaba, ella simplemente replicó: “tenemos distintas opciones”. Esto se presta al equívoco porque la expresión “distintas opciones” puede significar dos cosas, una que tiene una variedad de opciones entre las cuales implícitamente se incluiría la de una asamblea constituyente; pero también la expresión puede interpretarse como “opciones diferentes a” la constituyente. Una excesiva cautela de parte de la candidata que encabeza las encuestas alimenta las especulaciones sobre disensiones al interior de la coalición y proyecta una ambigüedad que justamente es la crítica que otros candidatos como Marcel Claude y Marco Enríquez-Ominami le hacen. Es cierto que para Michelle Bachelet esa línea de cautela y calma le ha dado beneficios, después de todo quien encabeza una carrera es quien tiene más que perder y todos los demás están justamente a la espera de cualquier traspié, sin embargo si se instala en el público esa impresión que la candidata o su programa son ambiguos ello puede traer malos efectos a futuro.

 

Marco Enríquez-Ominami ha sido en general muy bien evaluado en relación a su actuación en los debates. Hay algo de su padre en esa capacidad para debatir, un buen manejo de lógica y capacidad de síntesis que demostró bien en su respuesta a la primera pregunta sobre seguridad y criminalidad. Al revés de Marcel Claude que se enredó y “se fue por las ramas” como se dice popularmente, ME-O resumió bien el pensamiento que cualquier persona de izquierda podría tener sobre el tema, esto es que la criminalidad es un problema social, que no basta con la acción represiva, que hay que trabajar más en rehabilitación de los presos, y que para aquellas acciones criminales de mayor peso y efecto como el narcotráfico y otras formas de crimen organizado hay que desarrollar estrategias de inteligencia como se hace en otros países. Si bien Marco Enríquez-Ominami tuvo buenas respuestas y desplegó su conocida capacidad comunicacional, la impresión que entrega es que no podrá repetir la performance que tuvo en la elección anterior, en gran parte porque ya no representa la novedad que entonces pudo ser.

 

Lo que lleva a la evaluación de las nuevas figuras. Marcel Claude como ya señalé se mostró elusivo en la respuesta sobre el tema de seguridad y criminalidad, si bien es cierto que este es un tema principalmente apreciado por la derecha, ello no significa que en la izquierda no haya una posición sobre él. El candidato del Partido Humanista en cambio no respondió esa primera pregunta y trató—infructuosamente porque no venía al caso—de desviar el tema hacia cosas como los crímenes ambientales que por cierto existen, pero la impresión que dejó con esa movida fue más bien de que “se estaba corriendo”. La pregunta que le hicieron sobre los periodistas que lo demandaron por el caso del cierre del Diario Uno fue sin embargo más perjudicial y tampoco aquí dio una respuesta adecuada. No conozco el caso de cerca, pero este candidato que tiene una plataforma de izquierda dejó instalada la impresión que en ese caso específico actuó más como patrón que como compañero de trabajo en una supuesta empresa de corte horizontal. Para ser justo sin embargo, su actuación en materia económica fue mejor.

 

Creo que si hay alguien que sí ha sido una revelación, ésta ha sido Roxana Miranda, la candidata del Partido Igualdad, y que de todos los postulantes es efectivamente la única auténticamente proletaria. Su pregunta—por cierto de alcance retórico, esto es que no fue lanzada para que alguien la respondiera—sobre si alguno de los otros candidatos conocía siquiera el color del formulario que hay que llenar en el consultorio de una población, creo que debería considerarse como un clásico de la ironía en la historia de estos debates, un momento realmente hilarante. Esta candidata ha sabido por lo demás utilizar bien su condición de underdog como se llama aquí a alguien que no tiene la menor posibilidad de ganar pero que igual se esfuerza y despierta simpatía e incluso admiración. Claro está—si hemos de ser estrictos en el análisis—el mero origen social de por si no determina muchas cosas. En los hechos, si hay que recurrir a los antecedentes de la historia, prácticamente todos los jefes revolucionarios que han tenido relevancia en diversas sociedades han provenido de las clases medias (en el caso chileno por cierto Luis Emilio Recabarren sería una excepción), y si vamos a la historia del siglo 20 uno de los pocos líderes que podría considerarse de origen proletario no es justamente un ejemplo a seguir, ni como persona ni por su obra, me refiero a Stalin naturalmente. En todo caso, Roxana Miranda ha desempeñado su rol como candidata fuera del sistema inteligentemente, mientras al mismo tiempo en sus intervenciones siempre ha buscado identificarse con su audiencia que en su mayoría es de origen modesto como ella misma, por lo que siempre sus palabras tienen una resonancia de sinceridad que no es tan clara en los demás.

 

De Alfredo Sfeir es difícil decir algo malo o crítico, su presencia con una cierta aurea casi mística exuda calma y tranquilidad, el único problema es que en todas partes los llamados partidos verdes, medioambientalistas o ecologistas tienen una agenda monotemática que no trasciende más allá de un círculo reducido. Sin duda proteger el medio ambiente debe ser una prioridad, pero también lo es proveer energía—lo más limpia posible—y crear empleo. Estos aspectos a veces pueden entrar en algún tipo de colisión especialmente si se toma una posición muy extrema o casi fundamentalista respecto del medio ambiente.

 

Algo similar sucede con el regionalismo de Ricardo Israel, no hay duda que en un país tan terriblemente centralizado como Chile el reivindicar las aspiraciones de las regiones es de toda justicia, pero como en el caso ecologista, hay otros temas también que exigen soluciones. Este candidato además incursionó en temas como el aborto y el matrimonio igualitario asumiendo en ambos casos posiciones propias del integrismo de los más fanáticos seguidores de la UDI. Y por si fuera poco también lanzó inexplicables ataques contra peruanos y bolivianos.

 

Por último quien creo que podría también terminar en el punto más bajo de la tabla de posiciones el 17 de noviembre: Tomás Jocelyn-Holt. Su tono de voz en los debates fue firme y fuerte, pero después de escucharlo uno llega a la conclusión que el sólo motivo por lo que este señor está ahí de candidato es para cumplir aquello que anticipaba Andy Warhol: “en un futuro todo el mundo tendrá derecho a ser famoso… por quince minutos”. Jocelyn-Holt está disfrutando sus 15 minutos de fama, en un año más probablemente nadie se acuerde de él.

 

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