Nuevas manifestaciones estudiantiles, una medida del Consejo de Rectores llamada a beneficiar a estudiantes de liceos más pobres que a su vez ha causado cierta división en el movimiento estudiantil, y la presencia (no siempre muy coherente) del tema en las plataformas electorales, han colocado una vez más a la educación en el centro de la atención ciudadana.
La más reciente movilización estudiantil, a un mes de las elecciones generales en Chile, debe interpretarse como un importante signo de la voluntad y disposición de lucha que los estudiantes han demostrado todo este último tiempo. Al mismo tiempo es una movida clave para asegurar la autonomía del movimiento estudiantil respecto de las opciones políticas en juego en las próximas elecciones. Esto porque aun en el caso del triunfo de la postulante de centro-izquierda, como todas las encuestas anticipan, y aun cuando muchos estudiantes puedan identificarse con algunos de los partidos de la Nueva Mayoría, el movimiento estudiantil debe estar consciente que sólo mediante su propia movilización podrá obtener los objetivos que se ha planteado.
A todo esto, es también importante que los estudiantes mantengan su unidad, pues en días recientes el anuncio del Consejo de Rectores (de las universidades tradicionales) según el cual para el ingreso a la universidad el próximo año se ponderará también el promedio de notas obtenidas por los estudiantes en la enseñanza media, provocó algunas divisiones internas entre los alumnos de los llamados liceos emblemáticos (los que tienen la fama de ser los mejores académicamente hablando) y aquellos de los liceos menos favorecidos, principalmente de regiones y aquellos cuyos sostenedores proveen un mediocre servicio a sus alumnos. La medida del Consejo de Rectores es correcta en cuanto trata de compensar la desventaja que los estudiantes de liceos pobres tienen respecto de aquellos considerado mejores, no tanto porque estos últimos tengan mejores maestros sino porque disponen de mejores recursos: computadoras, acceso al Internet, laboratorios, bibliotecas y en muchos casos una mayor variedad de cursos que los liceos pobres.
Es curioso ver la reacción un tanto histérica que este anuncio ha tenido. En primer lugar, la ponderación de la nota en la escuela secundaria será a lo más igual, y en la mayoría de las universidades, menor a la ponderación de la Prueba de Selección Universitaria (PSU), por lo que los liceos emblemáticos han tenido aquí una sobrerreacción. Incluso la Ministra de Educación Carolina Schmidt ha terciado en el debate tomando el lado de los liceos más tradicionales. Naturalmente este es en cierto modo un problema si no generado, al menos exacerbado por el modelo neoliberal que se impuso en la educación, que ha llevado a que sostenedores y municipios en orden a ahorrar dinero hagan cortes presupuestarios que afectan en definitiva a los estudiantes de esas escuelas, en desmedro de las privadas o de aquellos establecimientos que aunque sean municipales, por su prestigio han conservado un cierto nivel de excelencia.
Por lo demás si hay algo en el proceso de acceso a la universidad que requeriría cambios, es la PSU misma, un tipo de evaluación basada en conocimientos y que por lo tanto siempre va a ser más fácil para los estudiantes que provengan de liceos de mejor calidad. En este sentido sería mucho más equitativo volver a un tipo de prueba que mida aptitudes, como era la Prueba de Aptitud Académica que la PSU suplantó, que por ser principalmente una evaluación de condiciones y competencias podría darle más posibilidades a un estudiante talentoso proveniente de un liceo pobre que lo que la PSU puede dar.
Por cierto al final de cuentas la educación de calidad debería ser una aspiración transversal para todos los establecimientos, aunque claro está siempre habrá algunas diferencias pero por factores ajenos a la política educacional misma. Sin embargo la actual diferencia puede compensarse mediante algunos mecanismos paliativos. Por ejemplo aquí en la provincia de Quebec, en Canadá, donde para ingresar a una carrera determinada se cuenta las notas obtenidas en el college (nivel de pre-grado) para minimizar situaciones como las que los estudiantes de los liceos emblemáticos temen (notas más altas para alumnos de liceos desfavorecidos) se utiliza un proceso estadístico llamado Cota de Rendimiento Colegial (conocido como puntaje R). Los estudiantes al término del college ven sus notas sometidas al promedio de los siguientes factores: su promedio personal, el promedio de su curso (las notas de todos los otros estudiantes), la desviación standard (esto es la dispersión de notas respecto del promedio del grupo), y el promedio del curso en sus dos últimos años de secundaria (la “fortaleza” académica del grupo). Como todo procedimiento estadístico, no está exento de problemas pero en general funciona eficazmente y sobre él se basan las universidades de esta provincia para aceptar a los jóvenes en diversas carreras (algunas de ellas, como Medicina, aplican también un examen de admisión). Volviendo al caso chileno, en principio uno puede apreciar que es justo que para un paso importante como es la admisión a la universidad se tome en cuenta, de alguna manera, los antecedentes de rendimiento que el estudiante pudo haber tenido en fases anteriores de su educación, aunque claro está, también está el caso de liceos que por pobreza de medios no pueden ofrecer educación de calidad (y la verdad sea dicha, también hay casos de estudiantes que por diversos motivos no toman muy en serio sus estudios sino hasta cuando llegan a la universidad, por eso la ponderación de notas del nivel secundario sería un factor que puede complementarse con una prueba de selección que, como argumenté anteriormente, mida aptitudes y no conocimientos para que sea de más justicia).
Ciertamente lo que de ningún modo se justificaría sería lo que algunos de estos liceos de élite han anunciado: un inflamiento de notas para ciertos estudiantes supuestamente para compensar por la “desventaja” en que quedarían frente a sus congéneres de liceo pobres. Una tal medida aparte de ser arbitraria contradice toda ética docente.
En última instancia sin embargo, los remedios estadísticos que pudieran aplicarse son sólo temporarios en un contexto donde el problema es el deterioro que la educación chilena ha sufrido bajo el modelo impuesto por la dictadura.
Una situación curiosa porque siempre se habla de la municipalización y al menos la candidata de Nueva Mayoría ya ha anunciado en su plataforma que intentará terminar con tal estructura. Lo que puede estar bien, sin embargo es importante examinar el tema más cuidadosamente y allí se verá que en un estricto sentido lo que la dictadura impuso fue más bien un sistema híbrido: municipalización de las escuelas y liceos en cuanto a su administración día a día, el micromanagement como se podría decir, pero se reservó la administración macro, es decir la formulación de las medidas más significativas e importantes para el Ministerio de Educación. Un modo de accionar por lo demás muy coherente con el pensamiento de la dictadura, por un lado su deseo de reducir el rol del estado (aunque técnicamente los municipios son también parte del aparato del estado) pero al menos dar esa impresión, mientras por otro lado ejercer un fuerte control ideológico sobre lo que se impartiera en las escuelas y liceos, ergo, un poderoso ministerio. Al término de la dictadura entonces se heredó ese sistema híbrido, en que conviven—malamente—la dispersión administrativa cotidiana de los municipios, con el tradicional centralismo en materia de diseños curriculares, prioridades académicas y asignación de recursos para las políticas generales.
Siendo así las cosas hay que tener mucho cuidado con los llamados a retornar todo a como era antes de 1973. En los hechos ese antiguo Ministerio de Educación era un monstruo burocrático, ineficiente y en ocasiones corrupto, que decidía sobre miles de nombramientos de profesores y otros funcionarios desde Arica a Punta Arenas, que para asignar recursos para comprar un pizarrón en una escuela de Calama tenía que pasar por varios escritorios y que para implementar una nueva medida primero tenía que pasar por el cedazo de una serie de burócratas que estaban allí más por favores políticos que por méritos o conocimientos educativos.
No pues, definitivamente el retorno a ese antiguo sistema no sería de ningún beneficio. Incluso—y aunque parezca a contrapunto de lo que dice la mayoría—en algunos casos la municipalización podría funcionar, esto es en el caso de pequeñas localidades donde la entidad comunal es en los hechos la autoridad más cercana a los ciudadanos. El que las escuelas dependieran de tal entidad podría tener sentido ya que por la ya mencionada cercanía con la gente ésta quedaría en mejores condiciones para pedir cuentas de su gestión. El sistema municipalizado sin embargo es un fracaso en las grandes ciudades donde los límites de las comunas no coinciden necesariamente con los de los alumnos que concurren. En mi última visita a Chile tuve ocasión de hablar con la directora de una escuela situada en la comuna de La Reina pero cuyos estudiantes en su mayoría provienen de Peñalolén. El municipio dueño de la escuela no tiene mucho interés en proveer recursos a una escuela que sirve a gente de otra comuna, cuyos padres no son contribuyentes que paguen impuestos en su territorio. Ciudades grandes requerirían más bien una autoridad educacional regional. En todo caso, fuera consejos escolares elegidos democráticamente (al estilo de los que existen en Canadá y en Estados Unidos) u otros método de administración escolar, se tendría que tender a una auténtica regionalización de la educación en todos sus niveles. Pero claro está esa sería otra reivindicación a tener presente para instituir en una nueva constitución elaborada democráticamente.
Al margen de lo que idealmente se establezca en un nuevo texto constitucional está el tema de una reforma educacional. Ciertamente Chile necesita hacer un nuevo enfoque a la educación pero en un sentido mucho más global, no sólo apuntando a aspectos puntuales como se ha hecho en los últimos años en respuesta a situaciones coyunturales: se descubre que hay mucha obesidad infantil (lo que es real) entonces se agregan más horas de educación física, alguien se da cuenta que falta conocimiento de la historia, vamos poniendo más horitas; todo eso sin un plan determinado y peor aun, sin asignar mayores recursos ni tampoco mejorar el desarrollo profesional de los profesores que imparten tales materias.
Sin duda de todas las reformas del último siglo, la más significativa fue la de 1966 que aumentó la formación básica a ocho años, intentó promover la formación técnico-profesional mediante la prueba exploratoria al final del 8º año que permitía orientar a los estudiantes según sus aptitudes e intereses ya fuera a la enseñanza científico-humanista o a la técnico-profesional; y sobre todo, porque al crear el Centro de Perfeccionamiento del Magisterio proveyó una infraestructura para el desarrollo profesional de los profesores tanto de enseñanza básica como media.
La tarea para educadores, estudiantes y otras partes involucradas en el tema, sería la de impulsar una nueva reforma que apuntara a las necesidades y demandas de comienzos de este siglo considerando además otro importante factor que no estaba presente en la reforma de 1966 y que por cierto se agrega como desafío: el hecho también muy real que hoy por hoy la escuela (y por tal quiero decir la institución educacional en si misma, desde la escuela básica a la universidad) no es más el centro del conocimiento en una sociedad cualquiera. ¿Y dónde se ha trasladado ese centro entonces? Usted mismo puede estar experimentándolo en este mismo momento: el Internet, las redes sociales, todos estos nuevos elementos de la tecnología. Si hasta los mismos estudiantes de hoy chequean la información que sus profesores le entregan con las bases de datos que encuentran en Wikipedia o en otras fuentes en el Internet. Por cierto todo un desafío para la institución que aun se basa en el maestro impartiendo sus lecciones delante de un pizarrón. Pero no es un desafío insuperable.
Cuando Ivan Illich en su emblemático Deschooling Society de los años 70 hacía una profunda crítica de la escuela como institución ciertamente no imaginaba que la “desescolarización” podría venir no por efecto de un proceso revolucionario social sino como efecto de la tecnología, que es lo que hoy sucede con el impacto del Internet sobre la manera de aprender. Pero el efecto está aquí y de ahí que en cualquier sociedad hoy en día, cuando se habla de reforma educacional se tiene que tener presente el rol que la tecnología está teniendo en el proceso de aprendizaje de los jóvenes.
Por otro lado no es que las escuelas vayan a desaparecer así de la noche a la mañana y nadie seriamente propone tal cosa (que por lo demás acarrearía un enorme problema: ¿qué hacer con todos esos jóvenes que hoy asisten a la escuela primaria, secundaria e incluso universitaria? Para muchos el sistema escolar puede ser malo, pero es una eficiente “guardería” para jóvenes que de otra manera no tendrían qué hacer). Pero eso sí entonces, el sistema educacional en su conjunto necesita una profunda readecuación.
Este es por lo demás un tema que se plantea en muchas sociedades: ¿cómo hacer que la escuela (entendida en su sentido genérico que ya indiqué) siga siendo relevante? Aquí en Canadá pero también creo yo que en otras sociedades incluyendo la chilena, debe apuntarse a objetivos quizás modestos pero importantes y que sólo (o primordialmente) la educación pueden dar: crear pensamiento crítico en los estudiantes, dar a los jóvenes una formación amplia, general y ciudadana (una educación para la participación cívica). Continuar lo que ya desde años se viene haciendo: promover la enseñanza técnica, pero sin descuidar la formación humanista en esa rama (una de las cosas más valiosas que contenía la reforma educacional de 1966 es que cursos como filosofía, artes plásticas y música, se habían agregado a los entonces institutos comerciales, escuelas industriales y escuelas técnicas; algo que la dictadura borró y que no se restableció, por el contrario tales asignaturas se fueron eliminando también del currículum de los liceos científico-humanistas).
Las cosas no serán fáciles para quienes aborden la tarea de luchar por una sustancial reforma educacional que contemple tanto sus aspectos administrativos como pedagógicos. Lo importante es que en tal tarea se impliquen principalmente las partes más directamente interesadas en el proceso educativo: estudiantes, profesores y estudiosos del fenómeno educacional. Aunque claro está, nada de esto se conseguirá sin una adecuada movilización, en buenas cuentas, uno puede decir que para que las cosas funcionen en la sala de clases todavía se tendrá que pasar mucho tiempo más en la calle, pero no importa, ese tiempo es también una fuente de aprendizaje.