Diciembre 26, 2024

La ira de los compañeros

Son cada vez más frecuentes los encontrones entre militantes del Partido Comunista y entre quienes ya no lo son. De inmediato, la diferencia más tangible y cercana que enfrenta a uno y a otros, es la reciente adscripción del partido a la Concertación, dando paso a lo que ahora se conoce como Nueva Mayoría.

Traidores, renegados, maricones, amargados, apitutados, y un largo rosario de epítetos circulan por las redes sociales cuando, con la frecuencia de un round de boxeo, salen al ruedo estas desavenencias.

 

¿Pero qué causa la ira de los compañeros?

 

Este mismo articulista ha sido objeto de innumerables críticas, unas soeces, otras elegantes, algunas torpes, otras risibles. Y muchas legítimas. Más bien todas legítimas si se considera que las personas tienen pleno derecho a decir lo que se les ocurra, agredan o no, amenacen o no. Otra cosa es su carga ética.

 

No es fácil hurgar en las razones que tienen algunos, no todos por suerte, camaradas para optar por respuestas agresivas ante la opinión discordante de las posiciones, legítimas por cierto, del Partido Comunista que solemos decir algunos no militantes.

 

Ha habido casos en que se ha denostado el sólo hecho de reproducir, sin decir esta boca es mía, algún hecho aparecido en los medios de comunicación y que en alguna medida denuncia, afecta, critica, o pone en relieve alguna actuación criticable de cuadros y dirigentes PC’s.

 

En algunos casos, el audaz que se ha permitido copiar y pegar esa versión periodística, se ha expuesto a severas cuando no agresivas críticas como si fuera quien afirma tal hecho.

 

Pongamos por caso, la evidente contradicción de Camila Vallejo que una vez dice que jamás apoyará a Michelle Bachelet y la otra que dice que sí lo hará. Lejos de entender esta franca contradicción como lamentable, se adjudica a quienes la reprodujeron, como culpables del hecho.

 

En otros casos en las redes sociales se han desarrollado largos y a veces interesantes diálogos entre militantes y ex militantes. O no militantes.

 

En muchas de esas oportunidades ha habido un intercambio de fuego nutrido que ha llegado a límites de guerra declarada, amenazas incluidas.

 

Pero lo peor ha sido cuando un camarada simplemente te borra del Facebook. Eso es ya otro nivel de ofensa impúdica.

 

Teniendo a mano la opción de no considerar lo que se puede entender como la opinión de un traidor, renegado, maldito o lo que sea, borrarte como amigo de FB sería equivalente a vender el sillón, cerrar los ojos, barrer debajo de la alfombra, o el chileno expediente de hacerse el huevón. Opción por demás legítima, tanto como extendida.

 

En la oportunidad en que la USACH entregara sus diplomas póstumos a sus estudiantes asesinados o hechos desaparecer por la dictadura, tuve la oportunidad de encontrarme con una camarada que por las diferencias que no separan respecto del rol del PC, terminó por mandarme a ese limbo digital que es ser borrado del listado de sus amigos.

 

No sé si entendí bien, pero me acusó de escribir artículos. Tal cual. Pero hizo saber su decisión con respaldo científico: en un canal de cable explicaban que el cerebro se enfocaba sobre un objetivo solamente y que la periferia era vista desenfocada. Él, el camarada, desestimaba lo que había fuera de su foco cerebral y se centraba en lo nítido. Mis opiniones eran lo desenfocado por lo tanto no era extraño que me eliminara de su listado. Hay testigos de ese diálogo delirante.

 

Es decir, otra razón para la rabia de los camaradas sería de índole óptico.

 

Otros han tomado la drástica decisión de no leer opiniones distintas, contrarias, urticantes o maléficas, porque resulta una lata hacerlo. Para qué si se sabe desde antes lo que puede opinar un renegado, traidor o marrano.

 

Lo que nos convoca a suponer una razón de orden apriorístico.

 

Leemos en un manual de sicología que no es raro que personas que impresionan como iracundas y hostiles con los demás, lleven en su interior una enorme carga de ira contra ellos mismos. La ira contra los demás es en esos casos una forma de distraerse del odio hacia sí mismo.

 

En esa hipótesis no resultaría extraño que algunos camaradas, no todos, estén enojados con sus jefes por las decisiones tomadas y que eventualmente los pongan en situaciones de suyo incómodas: como posar con sátrapas, apoyar a zánganos, votar por sinvergüenzas, gritar por anticomunistas, y desfilar con ladrones.

 

Cabe preguntarse qué culpa tenemos los que no perdemos ocasión de opinar sobre semejante despropósito tanto histórico como político, y en ese trance no hacemos sino utilizar un logro democrático llamado libertad de expresión y una antigua categoría revolucionaria llamada crítica, aunque sea usada de la manera más brutal que se pueda, que para eso son las palabras.

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