Todo drama comienza con una traición. Esa frase shakespereana podría ser la obertura de lo que luego deviene en una tragedia de varios actos y cuyo punto de partida es ese martes once de hace cuarenta años que marca el inicio de un tiempo de canallas.
Pero no es la descripción del horror o la denuncia de los atropellos de los DDHH lo que motivan las páginas de este libro, “Martes once la primera resistencia”, escrito por el periodista Ignacio Vidaurrázaga, y publicado por LOM en el marco de los 40 años del golpe de Estado.
En esta investigación el protagonismo lo tienen quienes decidieron resistir con las armas desde las primeras horas del golpe, asumiendo que en ese acto se les podía ir la vida, pero no así la dignidad.
Porque sin dudarlo empuñaron las armas en las azoteas de los edificios del barrio cívico de Santiago; en la casa de Tomás Moro; en el interior del palacio de La Moneda;en los cordones industriales de Vicuña Mackenna y Cerrillos-Maipú; en La Legua o al interior de Madeco, o Indumet, o en las calles o callejones de la capital.
Por ello Vidaurrázaga señala al inicio de este libro que los detenidos desaparecidos y ejecutados fueron, en su mayoría , hombres y mujeres que militaron en proyectos, integraron redes clandestinas y realizaron diversas acciones de resistencia, y que reducirlos sólo al calvario de su detención, tortura y forma de muerte, es también otra variante del negacionismo.
Un negacionismo que borra u oculta estas páginas rebeldes y heroicas, y que prefiere centrar el relato de la dictadura desde el horror y el dolor ocultando la dimensión ética y épica de los que tomaron las armas para no rendirse.
De allí que el libro se proponga contar la resistencia desde las primeras horas del martes. Y lo hace de manera documentada, acudiendo a fuentes bibliográficas, expedientes judiciales, recortes de diarios, revistas, y a más de una veintena de entrevistas directas algunas de las cuales son reproducidas in extenso en la parte final.
El valor de este trabajo de casi 400 páginas está no solo en la calidad y seriedad de las fuentes sino en la construcción de un relato coral con trazos épicos que constituyen el preámbulo de la tragedia cuando ya la traición se ha consumado.
El Comandante en Jefe del Ejército, Augusto Pinochet ha traicionado. Ya no es la intentona golpista de 29 de junio. Aquí las FFAA se van plegando una a una a la conspiración. El General Prats no es habido y no hay tropas que vengan desde el sur, como ilusamente lo creen las direcciones del MIR , o del PS cuando se enfrentan a tiros con las patrullas golpistas en las primeras horas del martes once.
Más aún, la ley de control de armas aplicada con rigor por las FFAA luego del 29 de junio, y que implicó allanamientos en sectores obreros, campesinos y de pobladores para ver el poder de fuego había facilitado el trabajo de los golpistas.
Sin embargo, como lo refleja este libro, al interior de las FFAA también hubo resistencia al golpe. La actitud del Coronel José Domingo Ramos, Jefe del Estado Mayor de los Institutos Militares es resuelta cuando esa mañana del once se enfrenta en la Escuela Militar al General César Benavides:
-“Mire mi general, no comparto la solución…mi general disponga de mi , porque no lo voy a acompañar…este no es el camino, va en contra de mis principios y los de la institución..”
En estas páginas se van relatando los episodios de resistencia que protagonizan en distintos puntos de la capital diversos actores, como la guardia del Presidente, el GAP, que no era más de medio centenar; o un puñado de obreros, o las direcciones políticas del PS o MIR , entre ellos Miguel Enríquez, Pascal Allende, Ruiz Moscatelli, Arnaldo Camú, Rolando Calderón y otros dirigentes políticos que se enfrentaron a balazos con fuerzas policiales.
Pero junto al drama, esa mañana la ingenuidad también era la protagonista , como lo cuenta el autor, cuando ilustra un encuentro entre las direcciones del MIR, el PS y el PC al interior de la fábrica Indumet, cerca de las 11 del día , en un intento de los partidos por actuar coordinadamente.
“Al llegar, narra Andrés Pascal, ya estaban Agustín –Arnaldo Camú-y Rolando Calderón, por el PS, y José Oyarce, miembro de la CP del PC. También había trabajadores y ese era ya el punto de concentración del aparato militar del PS, fundamentalmente los Elenos.- En Indumet había armamento, pero en ese momento no estaba a la vista. Miguel habló con Calderón y le pidió que le preguntara a Oyarce si el PC iba a resistir. Entre ellos no se hablaban, supongo que por todos los resquemores que había entre el Mir y el PC. La respuesta del representante del PC fue que esperarían a saber si cerraban o no el congreso.”
Los hombres y mujeres en armas que resisten hasta ser vencidos tienen nombres y rostros en estas páginas que nos entrega Vidaurrázaga.
Se trata de la resistencia a la dictadura ilustrada aquí en sus albores. Más adelante seguirá al amparo de las redes clandestinas, de las casas de ayudistas, de los primeros rayados en los muros, de los barretines con armas, con noticias, con informes.
Junto a la épica del dolor y del martirio convive aquella de la lucha, de las armas, de la resistencia. Muchas veces esta última devino también en el horror y la muerte. Pero se recuerda poco. Efectivamente, como lo dice su autor, se ha preferido contar la dictadura desde el espanto, desde la tortura, desde las desapariciones. Como si resistir y morir no hubiesen sido, muchas veces, parte de un mismo relato.
“Martes once. La primera resistencia” nos invita a interrogarnos sobre el porqué de esta memoria sancionada, olvidada, escondida. Acerca de las razones por las cuales se castigó a los resistentes a los sótanos de nuestra memoria, ese espacio oscuro destinado al olvido.
¿Tiene que ver con la naturaleza de la transición o con el miedo y la autocensura? ¿Acaso el derecho a la rebelión frente a una dictadura no está consagrado?
A esta primera resistencia que narra el libro le suceden otras. Como las que dieron origen a las protestas de los ochenta, con sus camiones de alimentos asaltados, torres de alta tensión dinamitadas, o cajas bancarias desvalijadas.
La invitación de Ignacio Vidaurrázaga es a desempolvar estas memorias para hacerlas circular con la misma dignidad y coraje de quienes las construyeron.