El anuncio lúcido del Presidente Allende en su hora final toma por momentos un brillo premonitorio que anuncia el advenimiento de un tiempo nuevo.
El enemigo de la gente, esa fiera ciega y cobarde que ha dominado durante los últimos cuarenta años, no las tiene todas consigo y quizás ya advierta en el horizonte trazas de que algo no funciona según se supone.
Si algo ha enseñado el siglo que pasó y que confirma este, es que nada está hecho para siempre. Y hay indicios que proponen un aviso preocupante entre los traidores, corruptos y miserables.
En el país más desigual del mundo la derrota de los que intentaron cambiar el destino de los pobres de un Chile casi feudal, comienza a transferir la energía propia de las causas justas a nuevas generaciones que entre otros roles, vienen cumpliendo el de avisar que sólo el fracaso es permanente.
Y que tras el necesario aprendizaje, saber perder es de los más importantes, se abre un tiempo de nuevos intentos, impulsados ahora por generaciones que ven la realidad de una manera distinta.
Ninguna lucha avanza por una línea recta al final de la cual brilla el sol fulgurante del éxito. El camino hacia el triunfo está compuesto de avances y retrocesos que proveen del aprendizaje necesario para avanzar. Los pueblos sometidos, explotados o avasallados por los poderosos siempre van a pelear. El ser humano tiene por la libertad y la dignidad una fascinación que de tarde en tarde, le hace perder el miedo a la muerte, trampa final con la que amenazan los dueños de todo, hasta de las creencias.
Rebelarse contra un orden concebido y dirigido por sujetos con los sentidos trastocados, cuyo único horizonte en sus vidas, tan cortas como las de cualquiera, sea hartarse de riquezas más allá de toda razón o sentido, es una responsabilidad no sólo relacionada con la sociedad en la que se convive. Tiene que ver con la sobrevivencia del ser humano en el planeta.
Lo que puede parecer como la declamación angustiosa de un pesimista sin luces, es una realidad que se constata desde la vuelta de la esquina, hasta los rincones del mundo azotados por la guerra, el hambre, la pauperización de miles de millones y la desintegración de los ambientes.
Las variables que hacen de este planeta un lugar peligroso para la especie humana, ya son una realidad que no sólo limita con arsenales nucleares, sino con la sobre población, la escasez de alimentos de zonas extensas, cambios en el clima, hambrunas, guerras y contaminación planetaria.
Las responsabilidades de quienes opten por continuar peleas que otros no supieron impulsar, deben vincular esas luchas con lo que sucede en ámbitos menos evidentes aunque no del todo ausentes. El desarrollo económico que define la cultura del capitalismo en la forma en que lo conocemos, no ha sido sino con cargo a la pauperización de millones y con daños irreparables en un medio ambiente delicado y único.
A pesar de sus rutilantes cifras y expectativas, la cultura dominante en algún momento más deberá reconocer su fracaso. Una primera prueba es la de asumir en conciencia que aquello que mataron no quedó bien muerto. Y que si bien estos días hacen referencias a una derrota profunda, tendrán que reconocer que de esos escombros han nacido rebrotes que no tenían previstos.
Poco tiempo después del big bang neoliberal, se llegó a la conclusión que no era suficiente con desplazar un gobierno. Y que para los efectos fundacionales que se propusieron los criminales, había que hacer desaparecer a quienes pudieran mantener vivo aquello que había desatado su odio. Los muertos y desaparecidos de esa etapa debían cumplir con la función de cortar ese tiempo respecto de los que vinieran, del mismo modo que la “Pacificación de la Araucanía” lo intentó con los mapuche sobrevivientes. Es decir, también fue una lógica de guerra.
Y en ambos casos esa tesis mostró los resultados esperados, pero sólo por un tiempo. La derrota circuló imponiendo la recriminación mutua, el ocultamiento de las responsabilidades, y una autocrítica condescendiente y mullida.
Pero se avizora una generación que sufrió los costos de una derrota, pero a la que no le hace mella el fracaso.
No resulta responsable prever el momento del desplome del sistema. Pero tampoco se puede admitir su invulnerabilidad. El modelo camina defendiéndose. Retrocede, aunque golpeando. Insiste, instalando la sensación de lo inmutable de sus principios, pero sus teóricos saben que hay algo más allá que intenta aguarles la fiesta.
Son los jóvenes, los estudiantes de la Enseñanza Media y los universitarios que no se rinden y que si han de hacer las cosas como corresponde, deberán entender el último discurso de Salvador Allende, como el primero. Y asumirlo como un arenga que los llama a tomar la posta dejada a la intemperie a la espera de nuevas generaciones con la lucidez y valor suficientes para ser dignos de ese legado
Y buscar en esas palabras magníficas las claves que otros no supieron encontrar, las cuales les confiere la responsabilidad de abrir las alamedas y todo lo demás.