Con ocasión de los cuarenta años del golpe de Estado las ediciones de la Universidad Diego Portales han relanzado entre otros libros, un clásico de la ciencia política, El quiebre de la democracia en Chile, de Arturo Valenzuela. La vía chilena al socialismo no sólo tuvo un papel fundamental en la izquierda italiana y francesa, sino que también ha inspirado profundos y variados debates entre los cientistas políticos. Giovanni Sartori, politólogo italiano, sobre la base de la experiencia chilena desarrolló la idea del “multipartidismo polarizado”, la tendencia de que los extremos del sistema de partidos políticos tiende a forzar la desaparición de los partidos de centro.
El ensayista político español Juan Linz y Arturo Valenzuela desarrollaron, sobre la base del derrumbe de la democracia chilena – a raíz del golpe de Estado de 1973 – una aguda crítica al presidencialismo predominante en los países latinoamericanos, particularmente en Chile. La monarquía presidencial, que en cada elección se juega el todo o nada – tanto para el Ejecutivo, como para el legislativo, ambos poderes emanados de la soberanía popular – carecen del fusible necesario que, en el parlamentarismo, es el Primer Ministro. En el caso chileno, generalmente se dio una doble minoría: el Presidente, elegido con menos del 50% de los sufragios y, en la mayoría de los casos, gobernando con una minoría en una o en ambas ramas del parlamento bicameral que, para rematar la crisis, los senadores se eligen por mitades, en un largo período de ocho años.
Juan Linz sostiene que, en el caso chileno, si hubiera existido un régimen parlamentario, posiblemente hubiera caído el gobierno, pero no el sistema político – como ocurrió a partir del 11 de septiembre de 1973 -. El modelo de este autor es la transición española luego del gobierno de Francisco Franco, en el sentido de que el parlamentarismo, adoptado en la Constitución democrática, ha permitido superar las crisis, limitándolas a la caída de un gobierno, pero no del sistema.
Personalmente, soy contrario a la monarquía presidencial, y encuentro que la forma de gobierno que Chile debe adoptar es el semi presidencialismo: en Chile no existe ningún equilibrio de poderes, ni balances, ni contra balances, pues el Presidente tiene más poderes que, por ejemplo, el rey Borbón Carlos III, de España, y el Parlamente, en consecuencia, es puramente decorativo, sin embargo, en muchos casos, “los monarcas” terminan dominados por los partidos políticos de su coalición. La adopción de un sistema similar al que rige, por ejemplo, en Francia, garantizaría el necesario equilibrio de poderes y la salvaguardia del sistema político democrático.
Arturo Valenzuela, al referirse al caso chileno y el quiebre de la democracia en 1973, sostiene que el problema fundamental fue político más que económico, sin minusvalorar las variables de esta última categoría. Según el autor, las fuerzas del centro político – pragmáticas y de patronazgo, en el caso de los radicales, y mesiánicas y doctrinarias, en el caso de la Democracia Cristiana – constituían un elemento fundamental de un sistema político, basado en las alianzas. En el caso del Partido Radical, a la izquierda y a la derecha; la idea del “camino propio”, de la Democracia Cristiana, embotaba esta posibilidad de alianza.
Según la tesis de Valenzuela sobre el quiebre de la democracia, la anulación de un centro político, capaz de sostener una política de alianzas, con predominancia de los partidos políticos extremos del sistema – Socialista y Nacional, por ejemplo – y no las fuerzas anti sistémicas – MIR y Patria y Libertad – condujo al multipartidismo radicalizado.
Tanto la Democracia Cristiana, como las Fuerzas Armadas, tenían la clave para la salida democrática a un sistema político en extremo polarizado. Estoy convencido, sobre la base de múltiples pruebas de que la Democracia Cristiana jugó un papel decisivo en la acción violenta de las Fuerzas Armas en el derrocamiento del gobierno, legítimamente constituido de Salvador Allende.
El acuerdo de la cámara de diputados, que declaró la ilegitimidad del gobierno de Salvador Allende y que solicitó la intervención de las Fuerzas Armadas, fue uno de los factores detonantes de la catástrofe que se avecinaba, además, los contactos de Eduardo Frei Montalva, líder de la oposición, con sus edecanes Óscar Bonilla y Sergio Arellano Stark, que alimentaban un inminente golpe de Estado, que el presidente del senado consideraba inevitable y, además, irreversible.
Cualquier historiador, con nociones mínimas en el análisis de documentos, si recurre a los testimonios y declaraciones de Eduardo Frei y de la directica democratacristiana, podrá concluir, fehacientemente, que la Democracia Cristiana no sólo promovió, sino que animó el golpe de Estado.
El análisis de Arturo Valenzuela publicado, por primera vez, cinco años después del golpe de Estado, y reeditado con motivo de cumplirse 40 años, mantiene plenamente su vigencia: “el tema de hoy no es la economía, es el poder”.
Rafael Luis Gumucio Rivas
14/09/2013