Diciembre 26, 2024

A reconocimiento de parte, relevo de pruebas: así empezó la conspiración

Antes: Mucho se ha hablado sobre los intentos de la derecha chilena, apoyada por el Departamento de Estado de Estados Unidos, de evitar que Allende asumiera la primera magistratura de la nación. Lo más conocido es el asesinato del comandante en jefe del ejército, general René Schneider , cuyos autores se encuentran en libertad, gracias al indulto otorgado, después del golpe de Estado, por la dictadura cívico-militar.

Sin embargo, la conspiración se iniciaba un año antes de la elección de 1970 en la que Salvador Allende obtuvo la primera mayoría.

 

A fines de 1969 tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en las afueras de Washington. El anfitrión era Gerardo López Angulo, entonces coronel de aviación y agregado a la misión militar de Chile en los Estados Unidos; dos de los invitados chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena se realizaba en honor del general Carlos Toro Mazote, director de la Escuela de Aviación de Chile, llegado la víspera en viaje de estudios. Los siete militares comieron ensalada de frutas y asado de res con arvejas, bebieron vinos que evocaban cálidamente la lejana patria del sur con sus playas llenas de pájaros luminosos, mientras Washington se hundía bajo la nieve, y conversaron (en inglés) de la única cosa que entonces parecía interesar a los chilenos: la elección presidencial del próximo septiembre. A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó qué haría el ejército chileno si el candidato de la izquierda, Salvador Allende, ganara la elección. El general Toro Mazote respondió: ‘En media hora tomaríamos el palacio de La Moneda, aunque hiciera falta incendiarlo’ (negritas en el original). (1)

 

Pero la eventual elección de Allende no era sólo preocupación del Departamento de Estado, sino también de la tristemente famosa ITT (Internacional Telephone and Telegraph Corporation), pues como consta en la correspondencia entre sus ejecutivos de Chile y de los Estados Unidos, se sostenían conversaciones tanto con los altos personeros de la Casa Blanca, como con representantes de la derecha chilena y, a través de ellos, con militares de alto rango, e incluso con el entonces Presidente de la República, Eduardo Frei Montalva. Todas ellas con el único objetivo de impedir que Allende llegara a La Moneda.

En una reunión con Arturo Matte en su casa, el domingo 13 de septiembre parecía él estar de ánimo más tranquilo que en la última visita; hizo algunos comentarios: La ‘Fórmula Alessandri’ que abriría el camino a nuevas elecciones tenía la aprobación personal de Frei. Una vez elegido por el Congreso, Alessandri renunciaría cumpliendo así su promesa hecha antes de la elección de que lo haría, salvo que hubiera recibido la mayoría relativa de los votos en la elección general”.

 

Y más adelante Matte prosigue: “Una solución constitucional, que no excluye la violencia, espontánea o provocada: por ejemplo, podría resultar de desórdenes internos masivos, huelgas, guerrilla urbana y rural. Esto justificaría moralmente una intervención de las fuerzas armadas por un período indefinido”. (2)

 

Después:

 

En medio de estas preocupaciones, almorcé dos o tres veces con el Comandante en Jefe. Le planteé la grave situación del país en relación con su seguridad. Recuerdo que la última vez que hablé sobre el tema expresé esta frase: ‘Pero si estos violentistas no nos aguantan una crujida’. A lo que reaccionó bruscamente, replicándome: ‘¿Con que estás por el golpecito? ¡Cómo se te ocurre!’ No era posible, pues, formularle planteamiento alguno; y por ello no quedaba otro camino que continuar realizando secretamente la planificación que estudiábamos”. (3)

 

En marzo de 1973 se realizaron elecciones parlamentarias que mostraron un resultado inesperado: la Unidad Popular aparecía aumentando el número de electores”. (4)

 

Después de las elecciones ordené al Estado Mayor del Ejército que efectuara una nueva apreciación política. A fines de marzo existía en el ánimo de los oficiales que preparaban la expulsión del Gobierno, el más absoluto convencimiento de que para Chile no existía otro camino que actuar por la fuerza de las armas. Para materializar este propósito se extremaron las medidas de seguridad en nuestra planificación”. (5)

 

Muchas veces he pensado por qué fui yo el designado por Allende como Comandante en Jefe, en circunstancias que él podía contar con otros que eran sus amigos. Yo siempre me había mostrado contrario a los comunistas y hasta a él mismo no lo dejé pasar a ver a los relegados de Pisagua el año 1947, siendo posteriormente acusado en el Senado por Valente Rossi. Son cosas del destino”. El Decreto con el nombramiento de Comandante en Jefe tuvo una tramitación rapidísima y dentro de las veinticuatro horas siguientes al nombramiento se sucedieron hechos trascendentales para la revolución que se desarrollaría en unos días más”. (6)

 

En la tarde, cuando me presenté al Sr. Allende. Le dije que los señores Comandantes en Jefe de las Tropas de Ejército de Santiago, sin pedir permiso al nuevo Comandante en Jefe del Ejercito, ni esperar que se designara un reemplazante, motu proprio, habían entregado sus puestos, retirándose a sus domicilios y enviando la solicitud de retiro voluntario del Ejército. Este hecho sin precedentes venía a aliviar mis preocupaciones de tantas noches”. (7)

 

Esta actitud insólita, reñida con los principios disciplinarios, constituía una nueva ayuda del destino, pues permitió más tarde que yo rechazara de plano la insistencia de Allende de que estos Generales debían volver a sus antiguos cargos como Comandantes en Jefe de Unidades Operativas.

Efectivamente en la tarde de ese día me llamó Allende para señalarme que no era posible dejar irse a dos Jefes de calidad superior, a lo que me limité a responder que lo hecho por ellos era un mal ejemplo y que aceptar tal posición era ir en contra de todo principio disciplinario en momentos tan difíciles como los que vivíamos. Al preguntarme por los Generales que reemplazarían a los retirados señalé dos nombres que lo tranquilizaron pues los consideraba estrictamente militares.

El destino me permitía ubicar a dos de mis mejores amigos en puestos de mi más absoluta confianza”. (8)

 

Para dar mayor fuerza a mi negativa hice publicar por la prensa de Santiago una breve aclaración sobre los retiros de los Generales que decía:

Por Decreto numero 263 de la Subsecretaría de Guerra de fecha 24 de agosto de 1973, se tramitaron los retiros absolutos de las filas del Ejército de los señores Generales de Brigada Mario Sepúlveda Squella y Guillermo Pickering Vásquez’.

Recuerdo que en esa ocasión Allende me habló de algunos políticos que estaban tomando contacto con altos oficiales de las Fuerzas Armadas. Entre éstos me nombró a varios Generales, destacando a cuatro de ellos. Yo guardé silencio”. (9)

 

Uno de los hechos que no agradó al Sr. Allende fue mi negativa a cursar el retiro de los cuatro Generales que me había indicado que tomaban contacto con políticos. Efectivamente el día 24 de agosto, que era viernes, me llamó, como lo he indicado, a las once y media de la mañana y, después de la ‘instrucción’ señalada, en forma sorpresiva me dijo: ‘General, es necesario llamar de inmediato a retiro a los Generales Torres, Bonilla, Carrasco y Arellano, pues estos oficiales han tenido actitudes poco humanas con los trabajadores’ (se refería a Torres y Carrasco), ‘y también, como lo expresé el día de ayer, se han reunido a complotar’ (me aclaró que eran Bonilla y Arellano). Recuerdo que guardé silencio unos segundos y luego contesté: ‘Presidente nada costaría hacer lo que Ud. me pide, pues tengo todas las renuncias de los Generales (me faltaban dos) en mi escritorio; pero si eso hiciera, mi calidad de hombre de honor se rompería desde ese momento, pues significaría que Ud. me designó en este puesto en compensación de esas renuncias y yo no me presto para ello. Además, Ud. me expresó que tenía amplias atribuciones en el mando del Ejército y Ud. así lo confirmó cuando me designó Comandante en Jefe”. (10)

 

Había como una luz divina que iluminaba en esos días negros. Todos los problemas se aclaraban o se solucionaban en forma tan limpia y normal, que hasta hechos que al principio parecían negativos tenían un final favorable. Hoy cuando miro el camino recorrido, pienso cómo la Providencia, sin forzar los actos, iba limpiando la senda de obstáculos, para facilitar con ello la acción final que debíamos realizar sobre el Gobierno de la Unidad Popular.

Deseo dejar muy en claro que no es mi deseo mancillar el nombre de los Generales que se fueron el día 24 de agosto; su actitud obedecía a la ciega obediencia que creían deberle al Gobierno. Hoy estimo, además, que con su actitud sólo cumplieron el mandato del destino, donde actúa la mano de Dios de tan inesperadas maneras”. (11)

 

Sólo un comentario: pura modestia, humildad, honorabilidad y respeto por sus compañeros de armas a quienes deja a la altura del unto como simples recaderos y suches, sometidos a su gran don de mando auspiciado y otorgado, por supuesto, por la divina Providencia.

 

(1) Gabriel García Márquez, “Chile, autopsia de un asesinato”, Le nouvel observateur, reproducido por El día, de México, 10 de marzo de 1974.

(2) Documentos secretos de la ITT, Quimantú, Santiago, 1972, pp13-14.

(3 a 11) Augusto Pinochet Ugarte, El día decisivo (11 de septiembre de 1973), Andrés Bello, Santiago, 1980, pp. 77-78, 84-85, 113, 114-115.

 

 

 

 

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *