El modelo chileno, pospolítica y fundamentalismo del mercado, nos dividieron en dos países, a pesar de los esfuerzos de la Concertación para mantener la cohesión social, pero limitada por los candados constitucionales impuestos por la dictadura. Como lo dijo en privado uno de los negociadores con la dictadura, representada entre otros por Allamand: “logramos una pinche transición”, un mexicanismo muy apropiado. Por desgracia, casi toda la clase política se acostumbró, la política era el arte de lo posible.
Así desembocamos en la pospolítica bajo la hegemonía de los descendientes de los Chicago Boys y la consiguiente crisis de representación y legitimidad. La ciudadanía volvió a marchar por las amplias alamedas. Y el prestigio del presidente, el Congreso y los partidos políticos es hoy minoritario por no decir bajísimo.
Es cierto que durante los últimos 20 años la pobreza disminuyó, pero su medición es relativa como todas las económicas. La línea de pobreza en Chile para una familia de cuatro personas, en términos anuales, por ejemplo, es de aproximadamente 6.900 dólares, mientras que la norteamericana es de 23.500 dólares, es decir, casi un millón de pesos al mes. Y la desigualdad se mantuvo más o menos estable. Aunque el gini neto (después de impuestos y traspasos públicos) algo bajó, sigue siendo uno de los más altos del mundo, 0,520, y todavía no llega a los niveles predictadura (1964-73), gobierno de Frei Montalva, 0,487, y de Allende, 0,466 (calculados por Dante Contreras y Ricardo ffrench-Davis, The Chilean Experience, 1973-2010). Con el agravante de que la intervención estatal apenas lo mejora, 4 %, en agudo contraste con los países con economía social de mercado. En Austria, por ejemplo, esa intervención baja su gini hoy, a pesar de ser desarrollada y con altos salarios, 26 %.
Por ello, se puede afirmar que desde la dictadura militar somos dos países, el de los ricos y el de los pobres, lacra social denunciada por Disraelí, líder conservador británico, en la década de 1840, en su novela “Sybil and the two nations”. El principio de los tories ingleses en el siglo XIX fue noblesse oblige. Los liberales de entonces, con el adjetivo de manchesterianos, precusores de los neoliberales de hoy, debiltaron a su país y partido. Por desgracia, tenemos a los segundos y no los primeros.
El Chile más rico, el decil (10% de la población) con más ingreso, y el más pobre, el 90 % restante, tienen de por sí un nivel de desigualdad similar al de EE.UU como país, el más alto entre los desarrollados. En el de los de abajo hay movilidad social, salvo para entrar al decil más alto como consecuencia de un sistema eduacional segregado. En el de los de arriba hay poca movilidad. El 1 % de los chilenos se lleva el 30 % del ingreso nacional; el 0,1 %, el 20%, y el 0,01 %, el 10 %, es decir, entre 16 a 18 mil personas. Mientras el 1 % de los norteamericanos más ricos se lleva solo el 20 %, lo que provoca críticas hasta de profesores de Chicago a lo que llaman incremento de la desigualdad y declinación del ideal meritocrático.
Por tanto, la pirámide chilena tiene un vértice muy agudo, como lo confirma que para las encuestas el segmento más rico es la suma de tres, A, B y C1, e incluye solo al 7,2 % de la población. La encabezan los educados en los colegios particulares pagados, el 84 % de los gerentes generales de las 100 empresas más grandes. Y la mitad del total en solo cinco (Verbo Divino, SS.CC de Manquehue, Saint George, San Ignacio y Tabancura, todos católicos), según sodeo efectuado por La Tercera (30 de marzo del 2008). Su base, el 92,8 % restante, se agrupa en cuatro segmentos (C2, C3, D y E). El más numeroso es el D, también el más precario, temen caer al E.
Los multimillonarios se llevan la parte del león
Chile resiste bien la actual y larga recesión de occidente gracias a las importaciones asiáticas de productos primarios, en especial de cobre por la China comunista. La economía creció durante la actual crisis, pero mucho mejor les fue a los multimillonarios chilenos de la lista Forbes, quienes además se comieron una tajada adicional de más de diez puntos porcentuales (10,57 %) de la economía. Estamos inundados por el dinero, según el Financial Times. Explica, basta observar el Costanera Center, uno de los centros comerciales más grandes del mundo, y los gigantescos aumentos de capital de compañías como Enersis, La Polar y Sonda. Y lo reconocen hasta los paulistas, la capital financiera del gigante brasileño (2 de octubre de 2012).
Esa riqueza se acumula en Santiago, la capital, la región más rica del país, también per cápita. Curiosamente, en un país en que el sector más dinámico es el exportador, y a pesar de estar muy cerca de dos importantes puertos, la metrópoli no exporta, pero si importa. Una nueva demostración de que tenemos una economía extractivista, las ganancias van donde reside el poder y no donde está la producción. Tal vez por ello un autor norteamericano tituló un capítulo de uno de sus libros, después de visitar Santiago y cenar en el apartamento de un ministro, Chile is not a country, it is a country club (Chile no es un país, es un club de golf).
Hoy nuestros multimillonarios en Forbes concentran el 22,9 % del PIB, porcentaje que sólo superan en el mundo pequeños estados y territorios, como Hong Kong, Mónaco, Líbano, Georgia y Chipre. Es el más alto en las Américas, con la excepción del microestado de Belize. En el caso de EE.UU., el país de los multimillonarios, es de solo 12,0 %. Con una concentración tan alta, hablar de ascenso social y de clases medias para explicar el descontento carece de sentido. Con el agravante de que no tenemos el movimiento de multimillonarios patriotas que en EE.UU. piden que les suban las tasas de sus impuesos a la renta al nivel de sus empleados y se comprometen a donar la mitad de sus fortunas para obras de asistencia social en el mundo. Una idea ejemplar.
La Iglesia despierta
El modelo chileno fue criticado por una carta pastoral de la Iglesia Católica el año recién pasado. En especial, por ser un sistema de crecimiento centrado en el lucro, con un Estado con las manos atadas para la prosecusión del bien común, que privilegia el asistencialismo, descuida la equidad en los sueldos y crea desigualdades escandalosas entre ricos y pobres. Un desmentido a Jaime Guzmán, quien dijo que la desigualdad era parte de la Creación. No obstante, Carlos Cáceres, un ministro de Pinochet que se declara católico practicante, rechaza la crítica de los pastores porque el lucro sería parte de la naturaleza humana. Le aconsejaría que leyera la Biblia.
Tal vez por ello la derecha y los medios de comunicación guardaron silencio sobre la homilía papal del último año nuevo, que destacó hasta la revista Forbes “la herramienta capitalista”. Benedicto XVI dijo: “El mundo está tristemente marcado por semillas de tensión y conflicto provenientes del creciente aumento de la desigualdad entre ricos y pobres, cuya causa es la mentalidad individualista y egoísta, también manifiesta en el capitalismo financiero descontrolado”. Según Forbes: “Primero la SEC (superintendencia financiera norteamericana), y ahora la Santa Sede, quieren que los banqueros del mundo se comporten mejor.”
El Papa Francisco ha ido más allá para desgracia de la UDI, los legionarios y el Opus, tanto que ha sido calificado como socialista e izquierdista por rumores de la Curia Romana y por empresarios y economistas ortodoxos, como también por miembros de organizaciones integristas. Entre otras cosas, el nuevo Papa repudió con energía la desigualdad mundial, calificó como una forma de esclavitud el trabajo con bajos salarios e instó a los jóvenes a hacer líos en la calle.
El PS y la DC se pierden
Parece que los proyectos sociales renacen en la Iglesia antes que en la socialdemocracia, distorsionada también en nuestro país por la tercera vía, los han llamado los socialistas del orden. A lo que se suma el lamentable rechazo del presidente de la DC chilena a lo que llama “visiones ideológicas totalizantes y excluyentes que, a la postre, conducen a tres revoluciones: la de Frei Montalva, Allende y Pinochet”, como si el prceso de democratización de los dos primeros fuera lo mismo que la dictadura.
Tampoco hace suya el Senador Walker la ínvalidez del plebiscito no vinculante que aprobó la Constitución del 80, como lo proclamó Frei en el caupolicanazo. Y no era vinculante, según profesores de la PUC, entre ellos Jaime Guzmán y el actual ministro Chadwick, porque en la Junta militar residía el poder constituyente de la nación, jibarizada a una Junta de cuatro personas gracias a las bayonetas. Los “juristas” de los golpistas recurrieron a las interpretaciones jurídicas más disparatadas para justificar sus acciones, un hazmerreír público que también explica el enorme desprestigio internacional de la dictadura.
En verdad, la distinción entre lucro y la codicia es sutil. Si nos atenemos a las ganancias durante esta crisis de los chilenos multimillonarios, según Forbes, y a la desigualdad medida por el coeficiente gini, en Chile más parece avaricia. Las consecuencias son movilizaciones sociales, que los obispos hacen notar pueden poner en peligro la gobernabilidad, al igual que la decreciente participación electoral, que llegó a un mínimo en la reciente municipal, otra forma alarmante de protesta social desde 1997.
¿Qué hacer? La propuesta de un profesor de Chicago
¿Qué hacer? Por ahora me quedo con las propuestas que para disminuir la desigualdad da a modo de ejemplo Luigi Zingales, un derechista de tomo y lomo, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Chicago, quien se declara promercado y no pronegocios; no todos los Chicago Boys son pirañas, en Chile tampoco, como es el caso de Ricardo ffrench-Davis..
La primera idea es mejorar el sistema educacional, en especial en los niveles primario y secundario, favoreciendo a los desventajados para que logren el nivel de los privilegiados en una sociedad tan desigual como la chilena. Nuestros resultados en la PISA, la prueba de conocimientos internacional de estudiantes secundarios, son decepcionantes. Entre los 65 países participantes ocupamos el lugar 44 y en matemáticas el 49. Y agregaría, en el terciario, hay que disminuir la parte de los estudiantes en el financiamiento, hoy pagan el 85,4 %; bajar las subvenciones estatales a las universidades privadas, hoy 21 % de sus presupuestos, al promedio de la OCDE, 8 %, y suprimirlos cuando violan la ley que prohibe el lucro, e incrementar la técnico profesional con el éxitoso programa alemán de aprendices.
La segunda propuesta es suprimir los resquicios legales en el impuesto a la renta a las empresas, que por lo general favorecen a las más grandes y con mejores conexiones poíticas, como el FUT y los múltiples RUT, y subir las tasas a los niveles de las personas naturales, y también progresivas, para proteger a las pymes.
¿Seremos promercados en vez de pronegocios?
Como dice Zingalas esas serían la quintaesencia de una política promercado y no pronegocios. ¿Serán la derecha chilena y todos economistas de la Nueva Mayoría, por lo menos, también promercados y no pronegocios? Sería un avance. ¡Lo sabremos durante el gobierno de Bachelet