Desde siempre lo venimos diciendo los fulanitos y zutanitos que metimos la cuchara con toques de ultrones renegados. Poco antes lo había advertido el presidente de los banqueros. Y ahora, cuando la CEP habla para decir lo que piensan los poderosos dueños de todo, la cosa suena a escándalo.
Los dueños del sistema no quieren a la derecha de nuevo haciendo el ridículo en el gobierno. Ya habrán caído en cuenta que el gustito de Sebastián Piñera les ha significado dolores de cabeza que con la Concertación nunca tuvieron.
Y a juzgar por el apoyo desembozado que le dan a Michelle Bachelet por la vía de mostrarla triplicando a la carta derechista, aspiran a desterrar esos malestares.
Los poderosos no aprobaron el experimento piñerista. No le gustó. No ganaron más de lo que podían haber ganado con otros, pero el ambiente se convulsionó más allá de lo tolerable.
Hasta el gobierno de Michelle Bachelet la cosa estaba bastante controlada por la vía de la manipulación, compra y arriendo de organizaciones gremiales, sindicales y centrales, que de vez en cuando hacían las cachañas propias del descontento, pero que llegaban no más hasta las mesas de negociación, desde donde los trabajadores no sacaban nada.
Quizás lo que terminó por convencer a los poderosos que ella garantiza la estabilidad que necesitan los negocios, fue el modo artísticamente impecable con que despachó la incipiente rebeldía estudiantil del 2006, con esa joya del birlibirloque legislativo llamado LGE.
Los antecesores de la ex presidenta bastante avanzaron en credibilidad durante sus gestiones. Y lograron convencer a los poderosos que las consignas si bien amenazan, no hacen daño, que los himnos que hablan de revolución, son sólo música que proviene de la historia; y que los símbolos, puños y colores, no son más que rémoras inofensivas sin los resplandores convulsivos de antes.
Los números de la CEP, más que mecanismos de predicción, constituyen una opinión política, una orientación de cómo tienen que andar las cosas en el futuro inmediato. Son señales enmascaradas bajo un manto de cuestión científica para decir: el gobierno es un cacho y la administración del Estado un trabajo de empleados menores, no para nosotros.
Lo que importa es la economía, el reforzamiento de la cultura dominante por la vía imaginativa de hacer como que las cosas cambian.
El número que la CEP asocia a Evelin Matthei, más que una predicción electoral, es un castigo. Es una manera de decir: no te queremos porque extremas las cosas, y no te allanas a entregar un poquito para salvar lo importante.
Le dicen, además, que los principios ideológicos resultan una traba cuando la cosa requiere de la flexibilidad necesaria que está más cerca de la política terrenal, que de las declamaciones celestiales.
Entre sumar y restar, los dueños de la CEP, que es como decir los dueños de Chile, coronan a la reina mucho antes que se dicte la proclama que lo oficializa. Y en el mismo movimiento, le dicen a la derecha que deben actualizar sus ideas, caras y discursos.
Que de seguir así, se arriesga todo lo hecho en cuarenta años de sacrificios y renunciamientos; que hay que dar un poco para evitar males mayores, porque que ya no es posible recomponer las cosas mediante bombardeos o desapariciones.
Y esta mecánica la hace muy bien Bachelet y sus adláteres.
Los intelectuales de la Nueva Mayoría proponen cambios, modificaciones y ajustes que apuntan a mejorar la performance del modelo, que para alguno ni siquiera es neoliberalismo, pero sin discutir siquiera lo esencial de la economía.
De sus opiniones salta a la vista que el actual orden ha tenido más aciertos que déficits, y que estos se corrigen solamente por la vía de ciertos ajustes y por revisar el rol del Estado para que la gente no se sienta pasada a llevar.
En esta responsabilidad los poderosos no ven suficiente maniobrabilidad fina a los pretendientes presidenciales de la derecha.
Se requiere por lo tanto, una conducción política que asegure la permanencia del modelo económico, aunque para el efecto los ricos tengan que soltar un poquito, el Estado regular más, el Congreso abrirse a aumentar sus sillones, y, por sobre todo, controlar a la chusma que cree que la cuestión es una fiesta.
La encuesta CEP, más que un ejercicio científico de predicción de resultados, es una notificación.