Diciembre 27, 2024

50 años del sueño (in)cumplido de Martin Luther King

Hace cincuenta años que el joven pastor protestante negro de tan solo 34 años, surgido en Alabama (Montgomery) del boicot a los transportes públicos en 1955 cuando Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco, Martin Luther King Jr., pronunció una de las piezas más memorables de la oratoria mundial y una de las tres que constituyen el canon estadounidense, junto a la declaración de Independencia del siglo XVIII de los padres fundadores y del discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln del siglo XIX: “I Have dream” (“Yo tengo un sueño”).

Fue, precisamente, en las escalinatas del monumento al presidente mártir que pagó con su vida el término de la esclavitud, donde habló el “Gandhi negro” ante más de 300 mil personas –mayoritariamente de color- que habían abarrotado pacífica y silenciosamente el National Mall de Washington, entre el obelisco erigido en memoria de George Washington -el primer presidente estadounidense- y el Memorial de Lincoln. Y lo hizo invocando, a su estilo, ambos textos. El texto de Lincoln estaba grabado en una de las paredes de dicho monumento:

 

Sueño que un día este país se alzará y vivirá el verdadero significado de su credo: que todos los hombres son creados iguales…”.

 

El background de tan magno acontecimiento corrió -no podía de ser de otro modo- por cuenta de unos díscolos jovencísimos Boy Dylan y Joan Báez con When the ship comes in y, por supuesto, con el We shall overcome (algo así como “Venceremos”).

 

El sueño de Luther King, un pacífico y esperanzador mensaje movilizó ipso facto a JFK para que solicitara con el máximo de premura al Congreso la promulgación de una ley de derechos civiles comprometiéndose a darle un espacio real en la vida pública y en la ley. Tres meses después en la ciudad de Dallas, le destrozaban el cráneo a balazos ante el estupor y la incredulidad del mundo entero.

 

Igualmente King seguiría soñando, como la inmensa mayoría de negros estadounidenses, con la igualdad, la paz y la libertad o con lo que se le viniera en ganas, pero como sabemos que tan solo con sueños no se va muy lejos… Cinco años después de que explicitara tan nobles anhelos, también, caía abatido por las balas de un solitario tirador furtivo –muy al estilo de los increíbles magnicidios yanqui- en el “Motel Lorraine” de Memphis, la ciudad del “Rey del Rock”.

 

Hoy, a pesar de los cincuenta años que han pasado, sus palabras y el vibrato cavernoso y emotivo de voz nos siguen conmoviendo, como ayer:

 

Sueño que un día en las rojas colinas de Georgia los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos amos serán capaces de sentarse juntos en la mesa de la hermandad…”.

 

Pero, lo cierto es que sus esperanzas y sueños de igualdad, de paz y de libertad, que fueron recibidos en la sociedad estadounidense como una verdadera afrenta, no solo han visto desfilar las más execrables pesadillas de la historia de la política exterior de su país, a saber, injerencia en asuntos internos (acciones encubiertas)y en golpes de estado en América Latina (Brasil, Guatemala, Chile, Argentina, Uruguay, Salvador, Honduras y Nicaragua) y genocidas invasiones como las de Indochina, Yugoeslavia, Afganistán e Iraq…

 

Sino que también, más -e incluso mayor- discriminación a los negros y a las otras minorías estadounidenses. Prueba de ello son las serias restricciones al voto (el Tribunal Supremo ha rediseñado a su antojo algunos distritos electorales con el objeto de minimizar el efecto de los votos de grupos minoritarios; siendo el último revés, en este tema, la revocación de una cláusula central de la Ley del Derecho al Voto de 1965, uno de los legados King); y las serias restricciones impuestas en materia de trabajo, justicia y libertad a millones y millones de negros, por más que hoy se les llame “afroamericanos” en vez de los negroes como despectivamente se hacía entonces.

 

En efecto, hoy, para muestra un botón, la población negra representa el 37% y el 50% de las víctimas y culpables de homicidios del total de presos del país, a la par que el desempleo entre el negros es el doble que el de los blancos, y el 40% de los niños negros crece y se desarrolla en verdaderos guetos y situación de pobreza. Para no hablar de hispanos (hoy la gran minoría estadounidense) ni de minorías sexuales.

 

Una forma oprobiosa e impúdica de coronar el sueño de Luther King que lo ha transformado en definitiva en una genuina y espantosa pesadilla, una lacra más, acaso el síndrome de King.

 

Todo ello, pese el que el inquilino del Despacho Oval es (teóricamente) un discípulo directo y paisano suyo por si fuera poco -algo que ni en los mejores sueños de King podría haber aparecido-, pero que en la práctica no representa más que un ostensible e impecable ejercicio de gatopardismo del poder, para dejar en evidencia, definitivamente y con rotundidad, que hoy no es tiempo de líderes, de héroes ni de mártires. No por nada alguien por ahí, haciendo gala de un fino sentido del humor inglés, escribió: “mientras King ‘Have a dream’, Obama ‘have a drone’“.

 

Tal vez sí de idealismos (¿Será porque aún las ideas no se transan en el mercado, muestra de ello es que?), pues hoy, 50 años después, los discriminados (el 1% que pregona el Ocuppy Wall Strest) del más grande poder (imperial) que jamás haya existido en la humanidad, han vuelto a repletar el National Mall de Washington, para reeditar, simbólicamente, la misma consigna de entonces: “Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad”. Una muestra inequívoca, por cierto, de que la colina señalada por King ese lejano 28 de agosto de 1963, está aún muy lejos.

 

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