Diciembre 27, 2024

Los pobres van al infierno

Nacer estrellado” en Chile equivale a ser violado, en la Plaza de Armas o, lo que es peor, en organismos pertenecientes al Estado como el SENAME o, también, tener alguno de los parientes directos en la cárcel.

 

Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura, llamaba al Estado “el ogro filantrópico” y, en el caso que nos ocupa, es mucho más ogro que filantrópico. Se supone que el Estado y las leyes están para proteger a los más débiles – así lo sostienen todos los filósofos políticos, desde Hobbes hasta nuestros días – paradójicamente, en Chile ocurre todo lo contrario: la ley protege al abusador, y el Estado envía a los más desvalidos al infierno, exagerando un poco, se podría decir que, en este país, vivimos en la sociedad primitiva, que describía Thomas Hobbes: “unos se matan con otros en un brutal darwinismo social”, es decir, “el hombre para el hombre siempre es un lobo”, así el Estado empequeñecido – que no tiene nada del Leviatán – en vez de proteger a los pobres, los aniquila protegiendo a los “señores feudales”, sean políticos o económicos.

 

El SENAME, dependiente del ministerio de Justicia, institución supuestamente destinada a la protección de niños y jóvenes y, en algunos casos, reinsertar a los menores condenados por la justicia, hacen todo lo contrario: en sus Centros reina la ley de la selva. Según el informe de UNICEF, a partir de una investigación sobre el funcionamiento de estos Centros, se demostró que, en muchos de ellos, a lo largo del país, existían casos abusos y violación reiterados contra los menores, cometidos entre ellos y también por los encargados de su cuidado y educación. Para variar, muchas de estas instituciones están “tercerizadas” y dirigidas por directores – cuya único móvil es el lucro – y por personal incapaz e irresponsable. Lo más lamentable es que el SENAME es la escuela preparatoria del delito, como la cárcel es la universidad.

 

Chile es un país de alta inmoralidad que gala de una hipocresía: sus castas en el poder son “sepulcros blanqueados” – blancos por fuera y podridos por dentro – y que los niños y jóvenes, por el hecho de ser pobres y, en la mayoría de los casos, abandonados por sus padres, sean sometidos a vejámenes, justamente por organismos del Estado, financiados por todos los chilenos, es algo repulsivo y vomitivo – personalmente, en casos como este, me avergüenzo de ser chileno -.

 

El 80% de los internos son hijos o parientes directos de personas que han pasado por instituciones penitenciarias, que nacen marcadas por “una fatalidad” de que en algún momento de su vida tendrán que pasar estadías en la cárcel, pues el círculo de la miseria parece imposible de romper, cual “jaula de hierro”. La cárcel no está hecha para capacitar y reinsertar a quienes han cometido un error, a quienes la sociedad y la justicia los envía a una vida miserable e indigna, en recintos que huelen a orines y fecas de los mismos presos, y a dormir en la promiscuidad, en el suelo y, con suerte, sobre una colchoneta.

 

La sociedad bien-pensante, racista, clasista – yo diría no muy distinta de los nazis – le roba la calidad de persona humana a aquellos que siendo pobres, han sido condenados por jueces, a veces por delitos menores y, no pocas veces, en forma errónea – es famoso el caso del vendedor de videos, que murió calcinado, en la cárcel de San Miguel -. Dejémonos de engañarnos: no están condenados a penas de prisión, sino a la muerte, sea en crematorios, enfermedades y riñas que terminan en muertes.

 

En días recientes, en el penal de Quillota hubo un motín provocado, al parecer, por reivindicaciones bastante justas, respecto al trato de gendarmería – personal tan preso como los internos – situación que vuelve a colocar en el primer plano de las noticias que nuestro sistema penitenciario es arcaico e inhumano, por consiguiente debe ser cambiado radicalmente.

 

Hay que tener un importante grado de estupidez para seguir hablando de trancar la famosa “puerta giratoria” como solución al problema de la delincuencia. La cárcel, en vez de ser un organismo de reinserción y educación es, en la práctica, un lugar en que condenas al pobre a la tortura permanente, y qué decir de sus familiares, que son vejados cada vez que acuden a visitarlos.

 

Muchas veces, los delincuentes económicos son mil veces más dañinos que aquellas mujeres, madres y abuelas, condenadas por el microtráfico, forzadas por necesidades económicas. Ninguna de estas sanguijuelas ha pasado un día en la cárcel. Mientras no nos decidamos a cambiar este país clasista, los pobres seguirán siendo enviados al infierno.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas

15/08/2013

 

 

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