Todo presidente de la república que se precie tiene que pedir perdón a la ciudadanía una o dos veces durante su mandato; el ideal sería que se pegara un lloriqueo ante las cámaras, para causar conmoción en los televidentes. Dicen los curas que después de la declaración de culpa, consecuentemente, debe haber reparación del daño causado. En el caso de la embarrada del censo, los únicos que van a pagar la culpa, los treinta y tres mil millones de pesos, son los chilenos -.
Anteriormente, Michelle Bachelet hizo el mismo circo – de pedir perdón – por las enormes fallas en el Transantiago, y los que continúan pagando los platos rotos son las nanas – que le trabajan a los “cuicos” – los trabajadores de la construcción y, en general, los chilenos de a pie.
Sebastián Piñera, que es muy ladino, descubrió que el acto de pedir perdón, instituido como un sacramento por la iglesia católica, es la mejor manera de salir de aprietos cuando se ha hecho una verdadera chambonada, que tiene la credibilidad de Chile por los suelos, tanto a nivel nacional, como internacional. Basta decir que “en próximo censo lo haré en serio” para que la candidata de la derecha suba en las encuestas. Se sabe que algunos “tontilandeses” son desmemoriados y, a los pocos días, olvidarán que les metieron la mano en el bolsillo.
Los errores se suceden: cada día se agrega un nuevo desaguisado, pues ahora resulta que, según el periodista Fernando Paulsen, el jefe de gabinete sabía de los graves errores que estaba cometiendo Francisco Labbé, director de INE, pero su negligencia llegó al extremo de negarse a intervenir. Se sabe hoy que se hizo un censo de derecho y no de hecho por miedo al boicot de los estudiantes – ya habían demostrado su fuerza y poder en las manifestaciones de 2011 -.
El Informe de la comisión, nombrada por el propio gobierno para recabar toda la información de presuntas irregularidades en la implementación del censo, es lapidaria: su conclusión es que el censo de 2012 no sirve para nada, por consiguiente, no puede ser utilizado para diseñar ninguna política pública, y todos los indicadores de población y económicos, carecen de toda validez; por ejemplo, no se puede obtener el ingreso per cápita, pues no sabemos cuántos somos. Según los miembros de la Comisión, el margen de error no es del 9% de los hogares no encuestados, sino que, en el caso de algunas comunas, es del 20% y hasta del 25%, por lo tanto, no se puede llevar a cabo ninguna política social, pues carecemos de la información para establecer el número de habitantes de cada comuna.
Datos más finos como la división etaria y de género, mejor ni hablar. Ya en la encuesta CASEN, el gobierno de Sebastián Piñera alteró la cifra del número de pobres – tanto así que la CEPAL, que participaba en la encuesta, renunció a ser parte de semejante engaño. También el IPC ha sido cuestionado por algunos economistas; según el diputado Pablo Lorenzini, ninguna cifra que proporcione el gobierno es creíble.
La pérdida de credibilidad del gobierno “no me parece muy grave”; tampoco que en el extranjero, los diarios se rían de las cifras económicas. Acordémonos que un ministro de Economía argentino, cuando una periodista griega le preguntó por la cifra oficial de la inflación de ese país, respondió: “me voy”.
Personalmente, pienso que la fe es un don difícil de obtener y más de mantenerlo a través de la vida. Propongo que abandonemos la posición agnóstica frente a los indicadores y le creamos en todo a su Excelencia. Bastaría facultarlo para que usara las matemáticas “tontilandeses”, decir, que él mismo designe cuántos chilenos somos, los habitantes de cada comuna y sus necesidades, y que el IMACEC sea decidido por decreto – digamos, un crecimiento de un 15% a un 20%, para llegar, en un año, a ser un país tan desarrollado como Portugal. La inflación se podría fijar en 0,1% anual, y en el empleo llegaría a la totalidad de fuerza de trabajo.
El historiador de “Tontilandia” fue Genaro Prieto y yo me limito a plagiarlo; cuentan los cronistas que sus habitantes fueron muy felices cuando eligieron a un Presidente que se hizo millonario vendiendo carne de cóndor – plato muy apreciado por los carroñeros humanos” -. Aplicando la matemática “tontilandesa” todo el pueblo fue rico y feliz. A los tontilandeses les encantan los primeros mandatarios o mandatarias que dejan la escoba para tener la oportunidad de pedir perdón. Según algunos opinólogos – ojalá equivocados – parece que quieren repetirse el plato. ¡A masoquistas nadie les gana!
Rafael Luis Gumucio Rivas
09/08/2013